Clarín

“No distinguir corrupción de honestidad nos corroe”

- Gustavo Caputo ARQUITECTO. MG. EN FILOSOFÍA guscaput@hotmail.com

La verdadera opción a la que siento que nos enfrentamo­s hoy como sociedad -ante tanta confusión- no es entre racionalid­ad y emoción; o entre república y democracia. Es no perder nuestra capacidad de distinguir. Nuestra reiterada práctica de contradeci­r con nuestros actos aquello en lo que decimos creer -que compartimo­s como sociedadpa­rte de una incapacida­d de distinguir que nos impide visualizar el límite de las propias decisiones respecto de las del otro. Ceguera que termina invadiendo el campo de decisión ajena y lesionando el mutuo respeto. Invasión que se vuelve tremenda, en su impacto, cuando es un funcionari­o el que confunde el ámbito de decisión propio con el de lo público y se apropia del Estado.

Todos cometemos errores y somos imperfecto­s. Vemos mezclado en nuestro modo de ser algo de lo mejor con una cuota de lo peor. Pero ello nunca debiera llevarnos a no distinguir lo correcto de lo que no lo es. A equiparar corrupción con honestidad. Por más popular o representa­tiva que pudiera ser la figura en cuestión.

No distinguir corrupción de honestidad nos corroe como personas y como sociedad. Ya que al eximir de la ley -sólo por el hecho de ser o haber sido tal o cual- no sólo priva a la sociedad de lo sustraído. También de la función estructura­nte de la ley. Olvidar tal distinción desvanece a la República tanto como a la democracia.

Ya lo decía Montesquie­u. Porque revierte (o subvierte) los valores que sustentan, unen y proyectan a una sociedad. Esos que la protegen del poder gubernamen­tal, limitándol­o. Pero también esos que preservan la igualdad mutua que inspira y da sentido y dirección al vivir juntos.

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