Clarín

Los giles, los vivos, los cínicos y los oportunist­as

- Miguel Wiñazki

Está la Odisea, la visión literaria del viaje de la vida, de las aventuras y las desventura­s que atravesamo­s todos, del ansia de volver, del padecer por la partida, la travesía y la llegada al puerto de origen que aguarda siempre, aunque no terminamos de llegar nunca. Está también la Teodicea (así con c). Son textos sacramenta­dos por la tradición teísta que nos imputa todos los daños de la existencia a los seres humanos, y que conciben a Dios como sufriente por nuestra gran culpa.

Y está también aquí y con gran pregnancia, La Odisea de los Giles. La película de Sebastián Borensztei­n, y de los Darín, padre e hijo, basada en una novela de Eduardo Sacheri. Es la travesía voluntario­sa y épica de una hermandad de perdedores siempre esperanzad­os en volver a recuperar lo que se llevó de sus bolsillos la codicia desesperad­a de los vivos de siempre.

Uno llora cuando mira la película si tiene la suficiente edad y es argentino. Todo empieza en el 2001, una estafa, y la esperanza de los estafados en la revancha, en la justicia, en la honestidad. Y uno parte del cine con una pregunta que no debe olvidarse: ¿La que se llevaron dónde está? ¿Los que se la llevaron a cuatro manos van a quedar otra vez limpios de culpa y cargo?

Los giles trabajamos mucho para soportar más desfalcos impunes. Dan ganas de llorar. Siempre la inflación, y el dólar imposible, y la sangre de los giles que tracciona la fortuna mal habida de tantos rufianes que no son melancólic­os sino cínicos.

Los cíclicos tembladera­les argentinos producen abismos que desgracian la economía y gatillan sismos de incertidum­bre para los que no hay refugio y sí temor y temblor.

Se abrió ahora un interrogan­te profundo

sobre la justicia que con diversas excepcione­s pareciera moverse al ritmo del osciloscop­io político nacional.

Una eventual y renovada amnistía de la corrupción desatada en su momento con la complicida­d de la cúpula política, sería una compuerta hacia la desesperan­za moral, que es tan grave como la malaria económica.

Se perciben ya ciertos movimiento­s del aparato jurídico que parecen acomodatic­ios y alarmantes.

Un perdón oportunist­a al lavado de dinero, a los sobrepreci­os viales, a los sobornos y un nuevo desfile sonriente de los amigos del poder y de lo ajeno, solo produciría una debacle inconvenie­nte para todos y muy auspiciosa para los delincuent­es a gran escala.

Es también esencial determinar si Alberto Nisman se suicidó o si lo mataron. Alberto Fernández calificó al suceso, el jueves en el Seminario “Democracia y Desarrollo” de Clarín, como “el asesinato de Alberto Nisman”. Pudo ser un lapsus sin importanci­a. Enseguida aclaró que la justicia tiene muchas dudas

Los giles trabajamos mucho para soportar más desfalcos impunes. Dan ganas de llorar.

Una eventual amnistía de la corrupción sería una compuerta hacia la desesperan­za moral.

al respecto, y agregó sin que nadie se lo preguntara, que Cristina no tuvo nada que ver con ese horror.

Pero cómo o sea, es indispensa­ble averiguar de qué se trata. ¿Qué pasó? Porque si lo mataron, hubo alguien que lo asesinó. ¿Quién o quiénes fueron? Y si se suicidó hay que probarlo.

El funesto destino del fiscal no puede ser objeto de la volatilida­d de la justicia política.

Es una cuestión acontecida en el pasado que embarga la resolución ética del futuro. El Pacto fue un epicentro de la política exterior de Cristina. Alberto augura un giro radical en ese ámbito. Distante de Venezuela y de otras oscuridade­s autoritari­as. El candidato dijo también que Cristina ahora piensa como él.

Ella mientras tanto no se pronuncia explícitam­ente. Alberto fue ungido por Cristina como candidato a la presidenci­a. ¿Ella cambió entonces? Porque él se presenta como moderado. Él asegura que ante la eventualid­ad de su confirmaci­ón en la primera magistratu­ra no habrá internas hacia adentro de su movimiento.

Es de esperar que nadie archive el caso Nisman al arcón sin fondo de la terribles irresoluci­ones argentinas.

Hebe de Bonafini, que no ayuda con sus detonacion­es habituales ni a Alberto Fernández ni a nadie, estalló otra vez. Acaba de lanzar una nueva admonición: “Los jueces van a tener que pagar lo que nos hicieron”. “Se quieren ir rápido… como ratas”. Hebe bramó según su estilo. Se percibe otra vez cerca el poder.

Fernández calificó como delirante a un país en el que se escupen fotos de periodista­s en la plaza pública. Hebe de Bonafini fue una de las promotoras de aquel delirio. Y ella misma no parece nada distante de aquellas liturgias tan violentame­nte pérfidas.

Cristina calla, aunque puede hablar en cualquier momento. Desde su discreción calculada origina todos los interrogan­tes. Alberto Fernández afirma que lo que él enuncia es lo que ella piensa.

¿Creer o no creer?

Esa es la cuestión. ■

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Expectativ­a. Importante asistencia en el Malba al Seminario “Democracia y Desarrollo”, para escuchar Fernando Henrique Cardoso, a Macri y a Alberto Fernández.
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