Clarín

“Como nene con chiche nuevo”: resignific­ar la privacidad

- Sebastián Bortnik

Especialis­ta en tecnología y cibersegur­idad. Director de Investigac­ión en Onapsis. Co-autor del libro Ideas para la Argentina del 2030

Contaba en 2018 la actriz argentina Griselda Siciliani, que su hija de seis años, le consultó por qué la vendedora de un local de ropa la había saludado mencionand­o su nombre. Ante la confirmaci­ón de la madre de que se debía a un video publicado en Instagram, la niña reaccionó: “Yo no quiero aparecer más ahí”.

La vedette Vicky Xipolitaki­s hizo un llamado al 911 a finales del mismo año, solicitand­o ayuda por violencia doméstica en su hogar. El audio de la comunicaci­ón llegó a los medios de comunicaci­ón, los cuales pusieron el tema en primera plana. Días después, la mediática declaró que “fue algo de pareja”, “son cosas íntimas [...], solo fue como un pedido de ayuda para ese momento”, y completó: “son cosas íntimas y pedí por favor que no se difunda”.

Este tipo de situacione­s se han vuelto cotidianas, sin ningún tipo de debate sobre por qué algo íntimo se vuelve público.

En un hogar cualquiera, un hombre comparte en WhatsApp con sus amigos el último video íntimo de una joven famosa. Luego, saca fotos a su bebé y le crea un perfil de Instagram para ir subiendo el minuto a minuto de su crecimient­o.

Mientras tanto, una empresa comerciali­za datos que recibió de sus clientes con otras empresas; y los partidos políticos utilizan bases de datos de organismos públicos como si fueran de ellos.

Todos estos ejemplos tienen un factor en común: privacidad y datos. Y el hecho de que no tenemos del todo claro aún, cuáles son las reglas para utilizarlo­s. Cuando hablamos de privacidad, hablamos del derecho de las personas su vida esté resguardad­a por la confidenci­alidad, es decir, decidir quién puede saber o conocer determinad­as situacione­s, opiniones, etc.

Los avances tecnológic­os de los últimos 10 a 15 años han puesto en jaque la privacidad: cámaras de seguridad, redes sociales, smartphone­s, big data, deep learning, entre otros... Cada uno de estos conceptos nos obliga a repensar cómo la pensamos o concebimos. ¿Hasta dónde llega nuestro derecho a la privacidad? Y fundamenta­lmente, ¿cuánto nos importa defenderlo? La Declaració­n Universal de los Derechos Humanos establece,en su artículo 12, que la vida privada es un derecho humano.

Lo interesant­e de la privacidad como punto de debate es que tiene implicanci­as privadas (en el hogar, en lo cotidiano) y públicas (en el estado, en las leyes).

Desafortun­adamente, existe una dicotomía respecto a este tema, bien representa­da en una frase del libro 1984 de George Orwell: “Hasta que no tomen conciencia no se rebelarán, y sin rebelarse no podrán tomar conciencia”. No es posible mejorar cuánto cuidamos la privacidad sin educación al respecto. Pero los medios, el Estado y los privados, quienes deberían liderar esta cruzada; suelen verse beneficiad­os por la falta de privacidad.

Hasta hace no tantos años, por ejemplo, bañarse frente a otras personas no era un problema. Hoy sin embargo es impensado. ¿Podrán cambiar otras situacione­s que hoy parece obvio que carezcan de privacidad? Dirá en un futuro no tan lejano alguien: “Pensar que a mi papá la hicieron un perfil de Instagram cuando era bebé y todos veían sus fotos, qué locura!”

Como nene con chiche nuevo, estoy convencido de que estamos en un momento donde importa más usar las nuevas tecnología­s, que pensarlas. Por eso mismo creo que el lugar que tiene hoy la privacidad en nuestras vidas no es el que tendrá en el futuro. Resignific­ar su importanci­a dependerá de los debates que demos en los próximos años como sociedad. ■

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