Clarín

El chef argentino que brilla en Corea del Sur: “El asado no se puede replicar”

Gastronomí­a. Federico Heinzmann está a cargo de la cocina del Park Hyatt de Seúl. “Cuesta mucho adaptarse”, confiesa.

- Adriana Santagati asantagati@clarin.com

Ocho de la noche en Seúl. “¡Buen día!”, atiende divertido del otro lado de la llamada de WhatsApp el argentino Federico Heinzmann a la cronista que recién atraviesa las ocho de la mañana del mismo día. “Te puedo hablar del futuro”, se ríe.

Heinzmann es un rara avis. Nació en 1974, vive desde hace siete años en Asia y actualment­e es el chef ejecutivo del Park Hyatt Seúl. Son contados los cocineros extranjero­s que llegaron a ese altísimo nivel en Corea del Sur. Y él es el único latinoamer­icano en esa posición.

Adaptarse a la forma de vida fue difícil. “Cuesta mucho. En estas economías tan competitiv­as, todo tiene una misión y una visión. La misión es ser rentable y la visión es ser, por ejemplo, el mejor chef o el mejor 5 estrellas. Los argentinos, por tanta experienci­a en crisis económicas, tenemos un cuero muy curtido”, dice.

Llegó a Seúl con pergaminos importante­s: trabajó en el 3 estrellas Michelin Martin Berazategu­i en España, en Buenos Aires fue jefe de cocina en la cadena Marriott y en el Club del Vino y en el Park Hyatt, que en 2012 le propuso irse a Corea. Allí estuvo un año y medio, lo transfirie­ron por tres al Hyatt de Tokio y hace dos años volvió a Seúl, ya como chef ejecutivo.

Para Heinzmann y su mujer, que es hotelera, la decisión fue entre Salta y Asia. Venían pensando en radicarse en el norte, cuando surgió la propuesta de Corea. Y allá fueron.

Sacudón. “El idioma, la cultura, el clima impactan en cualquiera, en una combinació­n de cosas. Y eso que los coreanos son los latinos de Asia. Comparados a los japoneses, son re latinos -se ríe-. Tienen el drama pegado a la piel, son muy familieros”.

¿Cómo logró un porteño integrarse a una sociedad tan diversa? Heinzmann asegura que lo ayudó tener la contención de una estructura como la de la cadena en la que trabaja. Pero que apenas llegó descubrió que las reglas de liderazgo que tenía aprendidas no servían para nada. “Hay un rango coreano que pertenece al ejército pero abarca todos los aspectos de la vida. Si alguien viene a renunciar y vos le decís que no, no renuncia”, describe. Un desafío importante con el que tuvo que lidiar es justamente la comunicaci­ón con los empleados: “Japón, Corea y Noruega son los países que tienen una tasa de suicidio más alta ligada al ámbito laboral. Tuve que acompañar a empleados a los que le se les suicidaron sus parejas, y no es algo para lo que estés preparado”.

El otro gran desafío: adaptarse a una oferta de alimentos y una forma de comer tan distinta. En Corea no hay cuatro estaciones sino 24, divididas por las particular­idades de cada una y por cómo se trabaja la tierra. Son muy respetuoso­s de la naturaleza (“El chef es un medio con el comensal, cuanto menos toca el producto, mejor”) y conciben la comida como salud, no como placer. “Tuve que entenderlo y hacer cambios. Por default, si tenés una hamburgues­a sale con papas fritas: acá es con ensalada –apunta-. Tengo un chef que se toma la temperatur­a a la mañana y si la tiene alta, dice ‘Debo comer comida que me refrigere’. ¡Pero se toma una sopa! Porque lo hace transpirar y bajar la temperatur­a”.

En Buenos Aires, hoy, la comida coreana está de moda. Pero Heinzmann asegura que lo que conocemos acá es una porción mínima. Y pasa a dar una clase sobre la “fascinante gastronomí­a coreana”, que reúne la cocinaocin­a imperial (como el kimchi), la de los templos budistas (muy saludable) y la de la posguerra (como el bibimbap). Tan bien logró interpreta­r esta cultura y transmitir­la, que el gobierno coreano lo eligió embajador honorario del Hansik, la tradiciona­l forma de comer de los coreanos, que sirven decenas de platillos en una misma mesa. Y como divulgador gastronómi­co, del 27 al 30 de agosto será el anfitrión de Comilona, el festival itinerante de gastronomí­a argentina que crearon en 2014 los chefs Diego Jacquet, Soledad Nardelli y Martín Baquero. “Traemos el Malbec, traemos la carne, pero nos dimos cuenta de que no era suficiente. Mi último objetivo es que los coreanos viajen a la Argentina, que digan ‘Mirá qué interesant­e este país’”, afirma.

A los coreanos, Heinzmann los cautivó con un sabor bien argentino: el del chimichurr­i. “Acá no usan cuchillos: la carne ya viene fileteada finita, para comer salteada y con palitos, mezclada con el arroz. Y comen una variedad de vaca que tiene una carne muy grasa. Por eso pensé en ponerle chimichurr­i para balancear con la grasa, ¡y flashearon! De ahí me empezaron a pedir la receta de otros restaurant­es y empezaron a hacer la versión coreana del chimichurr­i, con wasabi o sésamo”.

Heinzmann dice que los argentinos tenemos otra habilidad natural: “Vemos un pedazo de carne y ya sabemos qué tenemos que hacer”. Pero para él, experto en grill, la experienci­a del asado es imposible de imitar en ningún restaurant­e, ni en Corea ni en Argentina: “El fuego, el aperitivo, la morcilla cruda, los chinchulin­es, la carne: esa progresión no la podemos trasmitir. Podemos hacer bien un restaurant­e de carnes, pero nunca replicar un asado”.

Por eso, cada vez que pisa Argentina, eso pide a gritos: “Me quieren llevar a restaurant­es coreanos pero yo lo unico que quiero es ir a un quinchito, comer un asado de casa”. Y esa argentinid­ad es la que cree que tendrá que vivir alguna vez su hija de dos años para ser realmente argentina: “En algún momento me gustaría volver. Quizá sí esta vez a Salta o a Mendoza. A algún lugar vinculado con la naturaleza”. ■

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En Seúl. Heiznmann, en un súper. Los productos son muy distintos allá.

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