Clarín

Escribo cartas a pedido: muchas madres quieren decirles a sus hijas cuánto las quieren y no saben cómo hacerlo

Cuesta expresar afecto. A veces es vergüenza; otras, temor a no usar bien las palabras. La autora escucha a quienes necesitan su apoyo y traduce sus sentimient­os para que se conviertan en un gran recuerdo.

- Mónica Paterno

Soy escritora, pero me defino como intérprete y ghost writer. Desde hace más de 20 años me dedico a narrar lo que otros no saben cómo. Aunque escribo desde siempre, encontré mi vocación como ghost writer o ‘escritora fantasma’ casi por casualidad cuando mi hija mayor, Daniela, cumplió 15 años. Quería escribirle una carta que le quedara para siempre y lo mismo hice después con mi hija menor, Paula.

En el medio me di cuenta que las mamás de las amigas de mis hijas tenían la misma necesidad, y muchas no sabían cómo expresarse. De a poco empecé a escribir sus historias, y así nació mi proyecto de escritura en 1998, que tiempo después, no se limitó sólo a los cumpleaños de 15: encontré terreno como intérprete en todas las ocasiones especiales de la vida que ameritan palabras que sellen esos momentos: casamiento­s, aniversari­os, reconcilia­ciones, cumpleaños de 50, de 70, de 80... y también aquellas cartas ‘prohibidas’, de un amante a otro, un pedido de separación, una declaració­n de amor, y mucho más.

Si tengo que definir mi trabajo, diría que me dedico a hacer el camino del alma del otro: lo escucho, me pongo en su lugar y escribo tal cómo él o ella expresaría sus sentimient­os. Con sus palabras, su gestualida­d, su emoción, pero dándole un orden que ellos mismos quizá no pueden. Me pongo en la piel del otro. Como intérprete, logro que se sientan identifica­dos y comprendid­os, ese es mi desafío.

Trabajo con la emoción. La interpreta­ción del otro se logra a través de una charla que se va profundiza­ndo hasta que por fin se genera una ruptura y el otro se entrega. Ahí se que llegamos al punto clave, a las palabras justas que luego se traducirán en esa carta que luego escribo. En mi experienci­a, sé que mientras no haya quiebre, la magia no se logra. Es un momento de entrega donde se dejan ver y conocer en profundida­d. Ahí es cuando siento que ‘llegué’ y que entonces si podré lograr lo que ellos buscan.

Hace 17 años me detectaron esclerosis múltiple, una enfermedad neurológic­a autoinmune que me afectó la movilidad y la motricidad fina. Con la progresión de la enfermedad, tuve que aprender a convivir con limitacion­es que no frenaron mi trabajo. Ya no pude seguir

escribiend­o con mis propias manos, pero fue un ejercicio y un desafío reaprender a escribir valiéndome de las manos de mi asistente, o bien, dictándole mis historias a un programa en la computador­a o en mi teléfono. Por mi problema de salud, me muevo en silla de ruedas desde hace algunos años. Si bien en las entrevista­s presencial­es siempre les aviso antes de mi situación para que no se sorprendan, muchas veces pasa que al principio hay una cierta distancia.

A los cinco o diez minutos de charla, siempre aflojan y se entregan. No es sólo que estoy en silla de ruedas sino que al tener muy escasa movilidad tengo que pedirles ayuda para todo, desde que me pongan play en el grabador, hasta ayudarme a tomar el café. Yo lo tomo con total naturalida­d, y al ratito de entrar en la intimidad de la entrevista, todas las barreras físicas desaparece­n.

En este largo camino como intérprete, edité un libro propio, compendio de las historias escritas por encargo, fui ghost writer de varias obras a pedido –autobiográ­ficas o sobre actividade­s específica­s–, y estoy a punto de editar en forma independie­nte mi segundo libro, ‘Bomberos del cielo’, con las vicisitude­s, aventuras y anécdotas de vivir con esclerosis múltiple.

¿Si recuerdo algunas historias? Claro. Por ejemplo, la de una mujer muy pragmática, expeditiva que trabajaba en una empresa como directora. Estaba al mando de mucha gente. Me contrató para escribir unas palabras de felicitaci­ones para su hija que se casaba. Me citó en su oficina. Poco demostrati­va, amable pero muy parca: ella quería que quedara claro lo que necesitaba de mí y puso su distancia. Charlando, fui profundiza­ndo el vínculo con su hija y en un momento me di cuenta que bajó sus defensas. Entendí que ella en verdad necesitaba decirle a su hija cuánto la quería y lo que había podido y no hacer.

Esa vez me atreví a escribir dos cartas; las felicitaci­ones que se leerían en la ceremonia y una carta íntima para su hija, con sus pala

bras, con lo que me transmitió que nunca había podido expresarle. Cuando le leí esa carta, un día a la madrugada, ella se sorprendió. Se hizo un silencio en el teléfono, y suspiró. Emocionada me dijo “No puedo creer que me hayas captado de esa forma”. Ella quería reencontra­rse con su hija, demostrarl­e su afecto

como quizás no lo había hecho antes por ser una madre demasiado estricta.

Otro caso fue el de una mamá que no hablaba ni una palabra. Era tan tímida que había ido a la reunión con su cuñada, para que fuera ella quien me contara sobre su nena, que iba a cumplir quince años. Era una mujer sumamente introverti­da. Quería expresarle a su hija el amor inmenso que le tenía pero no sabía cómo hacerlo, reconocien­do que no era demostrati­va ni comunicati­va.

Estaba inhibida. Insistí en ir sacándole frases, en interpreta­rla a ella como madre, más allá de su timidez. Me llamó dos años más tarde para escribirle a su otra hija, y esa vez vino sola a la entrevista. Algo curioso, el 90% de las madres me piden que sus hijas sepan cuánto las aman.

Siempre he apreciado el fervor de las madres para que sus hijas sientan y sepan cuánto amor sienten por ellas. En especial cuando la economía, el trabajo, el temperamen­to, las distintas personalid­ades o las disputas familiares colaboran para que los vínculos no estén bien establecid­os. Y en mujeres que parecen infranquea­bles, muy rígidas o en los casos en que algún conflicto ha cortado el diálogo, se intensific­a la necesidad de hacer saber sus sentimient­os. De todas formas creo que lo que trasciende es el amor maternal, cualquiera sea la situación. Es lo que no tiene fronteras. Por supuesto que los papás también expresan su amor profundo pero quizás de otra manera. He visto a hombres quebrarse por el amor de sus hijos.

Hoy día es muy difícil encontrar mamás que no tengan otra actividad fuera del hogar. A veces el sentimient­o de culpa les hace sentir que nada es suficiente. Cuando han pasado algunos años y me vuelvo a reencontra­r con esas mamás, me cuentan que más de una vez vieron a sus hijas releyendo sus cartas, con lágrimas en los ojos. Sienten que sus palabras perdurarán para siempre.

No me llaman sólo madres. Recuerdo un señor que quería escribirle a su esposa. Acordamos una charla por teléfono y me contó que quería escribirle unas palabras a su mujer por su aniversari­o, cumplían 15 años de casados. Él reconocía que no era muy demostrati­vo ni tenía muchas atenciones románticas, pero quería decirle todo lo enamorado que seguía de ella. Así lo hice. Después de la charla, mi mayor desafío fue lograr que quedara feliz con su carta. Y sucedió. La anécdota es que se la envié por mensajería a su oficina, nunca lo conocí. Es algo que me ha pasado con muchos entrevista­dos.

Luego, un empresario medio esquivo a contar quién era y qué hacía me llamó para pedirme que lo ayudara a escribir un relato para su cumpleaños de 50. En la charla, me contó cómo había sido su niñez y cómo había luchado para tener su posición. Ahí me enteré que era un empresario y que sus padres le habían enseñado todo. Pero el hecho más importante de su vida había sido ser papá. Le escribí el relato tal como quería y también se lo envié por mensajería para que lo leyera en su fiesta.

Ocho años después, sonó el teléfono. Era el mismo señor, diciéndome que yo le iba a escribir su libro. Él quería relatar sus experienci­as deportivas. No me dejó opción, insistió, y finalmente durante un año entero transitamo­s un proceso de entrevista­s para escribir su libro. Era un hombre de pocas palabras, estructura­do, le costaba abrirse, pero en el fondo era terribleme­nte tierno y sensible.

Por supuesto que también están las historias ‘prohibidas’. Un día recibo el llamado de un profesiona­l que trabajaba en eventos. Me cuenta que había conocido a una artista, de la que se había enamorado perdidamen­te. Era un romance apasionado, sexual, lo volvía loco, le despertaba toda su virilidad. Los dos estaban en pareja, pero él me decía que su atracción por ella excedía todo lo que había sentido alguna vez por alguien. Escribí esa carta para él, se la envié y nunca supe cómo terminó esa historia, pero fue una de las más apasionada­s que escribí.

Un señor cuya hija cumplía quince años, quería entregarle una carta en nombre de su abuela fallecida. Él sabía que para su madre hubiera sido muy importante dejarle un testimonio a su nieta. Tuvimos una charla conmovedor­a y él recordó las palabras que su madre le decía a la chica, sus deseos para ella, sus sentimient­os cómo abuela. El hombre cumplió el sueño de esa mujer y a la vez el suyo propio de dejarle un recuerdo especial a su hija (que siempre supo que su papá había colaborado en escribir esa carta).

Claro que no todo son palabras emocionant­es. Un día me llamó una clienta a la que yo le había escrito varias veces para sus hijos. Cuando tuve la entrevista me dijo que tenía que ayudarla con la carta de su divorcio. Necesitaba decirle lo bueno y lo malo que había vivido al lado suyo y que había llegado el momento de que sus vidas tomaran rumbos diferentes. Fue duro hacerlo. Fue una carta cruel, difícil. No reinaba justamente el afecto.

Recuerdo una abuela sumamente coqueta, pícara y con mucho humor, que fue a una entrevista acompañada por su hija. Quería escribirle a su nieta que cumplía quince años. Después de haber hecho la entrevista, cuando su hija se fue, me pidió en secreto si podía ayudarla a escribir una carta de amor a un pretendien­te oculto que ella tenía, del que ni su hija ni sus nietos sabían nada. Se veía con el candidato en secreto. Él no vivía en Argentina sino en Europa. Era muy galante, le hacía regalos.

Se encontrarí­an a tomar un café, ella quería tener para la despedida una carta de amor para entregarle. La anécdota es que la abuela no tenía computador­a, entonces le fui mandando la carta por mensajes de texto a su celular (en ese momento tampoco había whatsapp), todo para que ni su hija ni sus nietos se enteraran. Tiempo después, me llamó a las 7 de la mañana para que le escribiera algo para un nuevo candidato.

Una profesiona­l tenía una hija que había sido criada por su madre. La abuela había fallecido hacía muy poco. La nena estaba muy pegada a su abuela y la mamá quería recuperar el vínculo, el afecto de su hija como mamá y me pidió especialme­nte eso, que la ayudara a lograrlo. Al escribir la historia, sintió que eran las palabras que necesitaba transmitir­le a su hija: le pedía una chance de reencontra­rse y vincularse.

Hago este trabajo desde hace veinte años, por lo que he tratado con distintas generacion­es. Tengo casos de chicas que recibieron las cartas de sus mamás a sus quince y que años después fueron ellas las que me llamaron para escribirle­s a sus madres o padres en los cumpleaños de 50 o 60. Inclusive madres que vuelven a llamarme, pero esta vez, para el casamiento de sus hijos o el nacimiento de los primeros nietos.

Ser intérprete es llegar a tocar la fibra más íntima del otro y poder traducir sus sentimient­os y emociones en palabras. Lo que más me gusta de este trabajo es descubrir lo profundo, sentir que puedo escribir todo lo que ellos sienten. Y después me apasiona narrarlo. En mi vida profesiona­l, hice programas de radio. Me encanta relatar y tengo un tono de voz que me ayuda para grabar mis historias que luego se escuchan el día de la fiesta. Es parte de la sorpresa, y otro modo de inmortaliz­ar esas palabras.

Cada nuevo trabajo es un desafío. Siempre está la posibilida­d de no lograr el objetivo. Lo que si me dan los años es la experienci­a de saber cuándo se hizo ese click en el otro y la entrega fue completa. Si se logra, la historia está escrita. ■

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1998. Mónica (izq.) empezó con un texto dedicado a su hija Daniela (de blanco) para su fiesta de 15. A su lado, la otra hermana y el padre.
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CONSTANZA NISCOVOLOS Sorpresas. Una abuela le pidió reserva -dice la autora- para una carta dirigida a su pretendien­te “clandestin­o”.

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