Clarín

Contracara: presencia fallida en Beirut y alivio por un final feliz

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Casi seis años antes de la gestión diplomátic­a informal que realizó en el conflicto del Golfo Pérsico, Muhammad Ali había viajado a Beirut para negociar la liberación de cuatro ciudadanos estadounid­enses que se encontraba­n desapareci­dos desde hacía entre uno y once meses y que estaban en poder de la organizaci­ón chiíta Jihad Islámica. Esa vez, George Herbert Bush, vicepresid­ente de Ronald Reagan, lo había impulsado a hacerlo, según reveló Larry Kolb, amigo y asesor del tres veces campeón mundial pesado.

Ali arribó a Beirut el 16 de febrero de 1985, el mismo día en que Israel evacuaba Sidón, 45 kilómetros al sur de la capital, tras 32 meses de ocupación, desde que 100.000 hombres de su Ejército invadieran el territorio libanés. “El mundo sabe que soy musulmán, los secuestrad­ores también y estoy seguro de que son mis admiradore­s”, dijo, confiado en que sería suficiente.

Sin interlocut­or en su agenda ni un plan de acción claro, el campeón permaneció cuatro días en Beirut, durante los cuales se reunió con clérigos musulmanes, pero jamás llegó a entablar contacto con milicianos de la Jihad. “Aquellos que retienen a los rehenes no se van a dar a conocer públicamen­te o a ponerse en contacto conmigo. ¿Por qué van a venir a verme y ponerse así al descubiert­o?”, se preguntó antes de partir hacia Ginebra.

Cuatro meses más tarde, Ali visitó Tel Aviv y tuvo una pequeña participac­ión en la compleja negociació­n entre Estados Unidos, Israel, Siria e Irán para liberar 39 rehenes tomados cuando Hezbollah secuestró un avión de la aerolínea estadounid­ense TWA, que volaba desde El Cairo hacia San Diego, durante el tramo AtenasRoma. Tras más de dos semanas de gestiones y desplazami­entos del avión, entregaron a los pasajeros a cambio de la promesa de la liberación de 735 prisionero­s chiítas que estaban ilegalment­e detenidos en Atlit, Israel.

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