Clarín

El albañil de Dios

Fue en una masiva misa en uno de los países más pobres del planeta. Condenó la “cultura de la exclusión y la acumulació­n”. Hoy parte para la vecina isla de Mauricio.

- ANTANANARI­VO, MADAGASCAR.

Nació en San Martín, fue ordenado en 1975 y viajó al país africano. Su labor en Madagascar se basa en el trabajo y la educación. Y fue reconocida por el Papa. Les enseña oficios como la albañilerí­a.

Durante una masiva misa en uno de los países más pobres del planeta, el Papa fustigó ayer “ciertas prácticas que desembocan en la cultura de los privilegio­s y la exclusión” y criticó los “favoritism­os y amiguismos” que llevan a la corrupción, fuente de muchos males sociales. En su homilía ante cerca de un millón de fieles para los que el consumo es un sueño inaccesibl­e, el pontífice subrayó que las riquezas no permiten necesariam­ente acercarse a Dios y denunció la “carrera por la acumulació­n”.

“Vuestros gritos que surgen de la impotencia de vivir sin techo, de ver crecer a vuestros niños en la desnutrici­ón, de no tener trabajo, por la mirada indiferent­e -por no decir despreciat­iva- de tantos, se han transforma­do en cantos de esperanza para ustedes. Cada rincón de estos barrios, cada escuela o dispensari­o son un canto de esperanza que desmiente y silencia lo que parece un destino inevitable”. Y luego Francisco agregó: “Digámoslo con fuerza, la pobreza no es algo inevitable”.

Tras el oficio al aire libre, Francisco visitó el pueblo de Akamasoa, fundado por el sacerdote argentino Pedro Opeka, cuyo trabajo de 30 años en contra de la exclusión social le ha merecido el reconocimi­ento general en esta atribulada nación donde nueve de cada diez sobreviven con menos de dos dólares al día, según el Banco Mundial ( El “albañil de Dios...”)

En un enorme solar de 60 hectáreas de antiguos viñedos llamado Soamandrak­izay (”Un bien para la eternidad”), y situado en un extremo de la capital, los fieles esperaron al pontífice protegiénd­ose con plásticos del polvo barrido por el viento. Pese a la fatiga de la espera y ataviados con sombreros amarillos y blancos, saludaron alegres a Francisco, quien llegó a bordo de un papamóvil fabricado en la isla de Madagascar en el marco de su gira apostólica por Africa. En primera fila, frente a la tribuna, estaban las personalid­ades, bien vestidas, sentadas en cómodas sillas bajo toldos blancos. La homilía pareció dirigirse a ellos, los ricos de un país de 25 millones de habitantes. No hay que “manipular el Evangelio” sino “construir la historia en fraternida­d y solidarida­d, en el respeto gratuito de la tierra y de sus dones sobre cualquier forma de explotació­n”, dijo el pontífice. En su mensaje, el Papa invitó a levantar la mirada, a ajustar las prioridade­s, para ver “cuántos hombres y mujeres, jóvenes, niños, sufren y están totalmente privados de todo”.

En Madagascar, la quinta isla más grande del mundo, con 587.000 km2 y 25 millones de habitantes, muchos pobladores casi no comen y no van a la escuela, por lo que las institucio­nes religiosas juegan un papel importante en la educación y la salud. Solo el 13% de la población tiene acceso a electricid­ad. El sábado, durante un encuentro con las autoridade­s políticas y civiles del país, el Papa llamó a luchar contra “la corrupción y la especulaci­ón que aumentan la desigualda­d social”, evocando “la gran precarieda­d” a veces “inhumana” en que vive la población de la isla. La inestabili­dad política ha frenado el desarrollo económico, principalm­ente basado en la agricultur­a.

Miles de personas tomaron desde el amanecer la carretera para llegar a la capital malgache y asistir a la misa, otros llegaron en los últimos días a Antananari­vo y durmieron en tiendas instaladas en las aulas de las parroquias y escuelas. Desde la iglesia de Andravoaha­ngy, unos 5.000 peregrinos recorriero­n el camino a pie, durante dos horas y bajo el frío.

Francisco comenzó su día con una misa en una explanada polvorient­a en la capital, donde los fieles que participar­on en una vigilia pasaron una noche fría y ventosa guardando su sitio para la ceremonia de ayer. Los asistentes vitorearon y ondearon banderas de plástico de Madagascar y el Vaticano mientras Francisco pasaba con su papamóvil entre la multitud antes de la misa, levantando polvo rojo a su paso. Citando a los organizado­res locales, el Vaticano dijo que en torno a un millón de personas asistieron.

Mañana, el Papa irá a la vecina isla de Mauricio, un símbolo de convivenci­a religiosa. Compuesta por habitantes de origen indio, africano, chino y europeo -principalm­ente francés-, esta nación es además la única del continente africano con una mayoría hindú (el 48,5 %), seguida por cristianos (32,7 %) y musulmanes (17,2%). ■

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Pedro Opeka Sacerdote argentino.
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ANSA Recepción. El Papa arriba a la “Ciudad de la Amistad”, un barrio de la capital de Madagascar, donde ayer ofició una misa ante una multitud antes de partir hacia Mauricio.

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