Si Diego no lo arregla, te hace creer que vos podés hacerlo
El otro día se me ocurrió lavar los platos. Imprudencia: una taza quedó atascada dentro de un vaso. Pedí ayuda mientras la tele anunciaba la llegada de Maradona a Gimnasia y una voz lejana en la casa gritó “llamalo a Diego”. En eso se ha convertido Diego. Una suerte de San Expedito multiuso, santo patrono de las confesiones más paganas. Si Diego no lo arregla, te hace creer que podés hacerlo, más o menos como le ocurre a Gimnasia. Casi sentenciado por la matemática, Maradona les proporciona la fe que los empecina. Enhorabuena para tiempos en lo que parece que no puede creerse en nada. “A trabar con la cabeza”, recreación del “sangre, sudor y lágrimas”, casi un Churchill en el Bosque. Justo él, el de los dos goles a los ingleses y el que también fue distinguido por los ingleses en 1994 cuando la discreta Oxford sucumbió a su carisma y lo nombró Master Inspirator. La ceremonia fue memorable. Youtube la devuelve a golpe de mouse. Como los encuentros con Papas y presidentes, con famosos y modelos, con artistas y capo mafias. Todo parece caber en Maradona, atleta de alta competencia, adicto, moribundo, resucitado, feliz, triste, calmo, agresivo, manso, iracundo. Se le reza y se le rinde tributo. O se lo denosta, en proporciones similares. Tenerlo cerca, estar a su lado aunque sea unos minutos es un viaje a la montaña rusa. Te puede hacer sentir como un amigo de toda la vida o una fiera dispuesta a arrancarte los ojos. Está ahí. Siempre. Siempre a mano . Como una alarma muda cuando está en reposo o una sirena estridente que suena, te despierta, evita que te ahogues en un vaso de agua y te avisa que estás irremediablemente vivo. ■