Clarín

Si Diego no lo arregla, te hace creer que vos podés hacerlo

- Daniel Lagares dlagares@clarin.com

El otro día se me ocurrió lavar los platos. Imprudenci­a: una taza quedó atascada dentro de un vaso. Pedí ayuda mientras la tele anunciaba la llegada de Maradona a Gimnasia y una voz lejana en la casa gritó “llamalo a Diego”. En eso se ha convertido Diego. Una suerte de San Expedito multiuso, santo patrono de las confesione­s más paganas. Si Diego no lo arregla, te hace creer que podés hacerlo, más o menos como le ocurre a Gimnasia. Casi sentenciad­o por la matemática, Maradona les proporcion­a la fe que los empecina. Enhorabuen­a para tiempos en lo que parece que no puede creerse en nada. “A trabar con la cabeza”, recreación del “sangre, sudor y lágrimas”, casi un Churchill en el Bosque. Justo él, el de los dos goles a los ingleses y el que también fue distinguid­o por los ingleses en 1994 cuando la discreta Oxford sucumbió a su carisma y lo nombró Master Inspirator. La ceremonia fue memorable. Youtube la devuelve a golpe de mouse. Como los encuentros con Papas y presidente­s, con famosos y modelos, con artistas y capo mafias. Todo parece caber en Maradona, atleta de alta competenci­a, adicto, moribundo, resucitado, feliz, triste, calmo, agresivo, manso, iracundo. Se le reza y se le rinde tributo. O se lo denosta, en proporcion­es similares. Tenerlo cerca, estar a su lado aunque sea unos minutos es un viaje a la montaña rusa. Te puede hacer sentir como un amigo de toda la vida o una fiera dispuesta a arrancarte los ojos. Está ahí. Siempre. Siempre a mano . Como una alarma muda cuando está en reposo o una sirena estridente que suena, te despierta, evita que te ahogues en un vaso de agua y te avisa que estás irremediab­lemente vivo. ■

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