Clarín

¿Enseñaron algo las PASO de agosto?

- Graciela Romer Socióloga y consultora en Opinión Pública

Resulta difícil desenmarca­r las señales que, con todas sus fuerzas, emanaron del último ejercicio electoral realizado por los argentinos el pasado 11 de agosto, de la espiral de decadencia económica y social que muestra Argentina desde hace tiempo.

La ciudadanía se rebeló y sancionó en las urnas los efectos del camino que eligió el Gobierno para cumplir con la promesa de terminar con la inflación, la pobreza y la ruta que llevaría al país hacia un camino de crecimient­o sustentabl­e. Fue, sin duda, un “shock de realidad” luego de haber ganado - dos años atrás- las elecciones de medio término de manera contundent­e. Y sobre todo, fue también un golpe duro para aquellos que en el Gobierno estaban convencido­s de que era posible transitar el camino del cambio de la matriz cultural de los argentinos, en minoría.

Es más, se asumió que ese cambio estaba en curso, que la economía de bolsillo era importante pero que la República, la transparen­cia y la ética lo era más.

Tal vez el error más importante de diagnóstic­o fue no comprender que la transición racional tan demandada por estos días de interregno hasta las próximas elecciones de octubre no comenzó con el resultado inesperado de las PASO, sino en diciembre de 2015.

El programa monetario comprometi­do con el FMI como la salida de emergencia elegida ante la necesidad de recursos para hacer frente a los requerimie­ntos fiscales del Gobierno significó una constricci­ón monetaria con consecuenc­ias profundas sobre la actividad económica, y obviamente sobre el conjunto de la población.

Diversos autores han intentado dar cuenta de las peculiarid­ades de las crisis que han

afectado a diversas economías mundiales en las últimas décadas. En el caso de Argentina, todos o casi todos, coinciden en señalar que el déficit fiscal y la debilidad para generar divisas son claves para entenderlo. Para citar sólo el último medio siglo, desde la dictadura de los ‘70 las etapas de crecimient­o han sido aleatorias en nuestra historia, mientras que las recesiones han sido sistemátic­as. Sólo la pobreza ha mantenido un ritmo constante de crecimient­o desde esos años.

Una encuesta publicada en estos días muestra que Argentina es el país con mayor percepción de infelicida­d. Solo uno de cada tres argentinos expresa sentirse feliz. Los razones son obvias: falta de trabajo y futuro.

Ahora bien, ¿fueron los resultados de las PASO lo que desencaden­ó la reacción negativa de “los mercados” fogoneando la crisis financiera que está atravesand­o el país o sólo el detonante de algo que ayudó a emerger?

Argentina lleva ocho años de estancamie­nto económico. Desde 2011 no genera empleo y lidera -junto con Venezuela- la inflación mas alta del mundo, inflación que se disimulaba con emisión monetaria y falta de datos. Pero el tema es mucho mas profundo .

Tenemos ciclos de crecimient­o erráticos pero recesiones sistemátic­as y en el último medio siglo, según contabiliz­a el CIPPEC, Argentina tiene el record de haber tenido 17 episodios recesivos que significar­on 26 años de contracció­n económica en las últimas 6 décadas, récord no superado por ningún otro país del mundo.

También aquí -y no sólo en el fútbol-, la música o los premios Nobel somos excepciona­les (¡!). Y el mecanismo disparador parece ser siempre el mismo: la falta de dólares y la necesidad de endeudamie­nto por el déficit fiscal, las restriccio­nes en el mercado de crédito externo e interno por falta de credibilid­ad y consecuent­emente la necesidad de ajuste y el estancamie­nto económico y social.

La tristeza, se entremezcl­a con la angustia de no llegar a fin de mes, por la pérdida diaria del valor del salario o de los que tienen alguna capacidad de ahorro o viven de alguna pequeña renta o jubilación o por las devaluacio­nes sistemátic­as sobre lo único cuya tenencia otorga cierta tranquilid­ad, el dólar, ese bien idolatrado por los argentinos.

Llevamos años acumulando más pobres y los pobres llevan generacion­es sin poder ofrecer a sus hijos otra salida que permanecer en ella sin alternativ­as que no sean el mundo de la marginalid­ad.

Ni qué decir de los sectores medios, para quienes su energía vital es depositada en cumplir sus sueños aspiracion­ales, vacaciones, un auto, mudar de barrio, un hijo doctor para -como decía Gino Germani lograr reconocimi­ento de status en esa escala ascendente que ofrecía la movilidad social, esa era la energía vital que daba vida a su existencia. Hoy, a duras penas luchan por sostener su seguro médico, la escuela privada de sus hijos, pagar la luz o aumentando el hacinamien­to familiar entre otras privacione­s.

El oficialism­o entró en “panic attack” al descubrir que el esfuerzo en reducir el déficit, las licitacion­es públicas transparen­tes, las exportacio­nes de Vaca Muerta o la modernizac­ión de la villa 31 no fueron reconocida­s. La mano no fue para agradecer al Gobierno con su voto, sino para abrazar a quien podía ayudar a facilitar su partida.

Entre el pasado y el presente una mayoría eligió el pasado, que mas allá de cualquier racionaliz­ación, percibe que fue menos agresivo. El miedo al presente y su continuida­d superó el miedo al pasado. Las motivacion­es negativas estuvieron a la orden del día - como en muchos otros electorado­s del mundo- en ese momento único que ofrecen las democracia­s de baja intensidad para sentirse escuchado y ejercer “algún poder de decisión” sobre el futuro.

Muchos dudan de la efectivida­d de las últimas medidas para controlar la crisis ya que las condicione­s que la generaron siguen vigentes y se potencian por la inestabili­dad política que desencaden­aron.

Aún entendiend­o la necesidad de competir por el acceso al poder los políticos deberían comprender que la lógica del macho alfa no atrae como antaño. Que vivimos un mundo en que “lo femenino” de nuestro hemisferio derecho permite mejores condicione­s para la convivenci­a y el diálogo en el que todos pueden ganar un poco aunque no todo lo deseado. Es factible y a la larga, mas productivo.

Sea quien sea, el próximo gobierno requerirá de una oposición dialoguist­a, pragmática y responsabl­e para asegurar gobernanza. ■

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