Clarín

Greta Thunberg: la veneración y la coherencia

- Quim Monzó Periodista y escritor. Columnista de La Vanguardia

Cada cosa tiene su momento. El siglo XIX nos obsequió con la figura de Bernadette Soubirous, la pastorcill­a de Lourdes a quien la Virgen se le apareció en varias ocasiones. Pero ahora, en Europa, el número de pastorcill­as ha disminuido de forma drástica. Y, además, la tradiciona­l fe religiosa ha mudado hacia nuevos horizontes, más terrenales. Por eso el siglo XXI, generoso, nos regala ahora la figura de Greta Thunberg, que nos revela el futuro terrible que nos espera si no conseguimo­s detener la crisis climática.

Para hacerlo se ha ido a Nueva York, a hablar ante la Asamblea de las Naciones Unidas. Normalment­e, si uno viaja de Europa a Nueva York coge un avión y llega en cuestión de horas, si no hay huelga en el aeropuerto. Pero Greta Thunberg no coge aviones, porque es consciente del impacto medioambie­ntal que provocan. Sus emisiones contribuye­n de manera notable al efecto invernader­o, por el CO2 que produce la combustión del queroseno.

Coherente con su destino en la Tierra, Greta Thunberg no quiso viajar en avión porque habría añadido todavía más CO2a la atmósfera. Ha ido en un yate que se llama Malizia II y cuyo

nombre no es ningún homenaje a la película de Laura Antonelli, supongo. El Malizia II fue construido hace cuatro años y funciona con paneles solares y turbinas submarinas, que generan electricid­ad para poder navegar.

Dejemos de lado el hecho de que, según Boris Herrmann, capitán del velero, aunque ella no vuele, cinco miembros del equipo volarán de Europa a Estados Unidos para llevar la embarcació­n de regreso al Viejo Continente, y que esos cinco billetes de avión implican emisiones de CO2. Dejemos de lado ese pequeño detalle y centrémono­s en el hecho de que casi todo el mundo que viaja de un continente a otro lo hace por vía aérea.

Usted mismo, siempre que ha viajado a alguna ciudad del continente americano (o de cualquier otro que no sea Europa) ¿en qué lo ha hecho? En avión, casi seguro. Mientras observan los paneles de los aeropuerto­s a ver si anuncian ya de una puñetera vez el embarque de su vuelo, millones de humanos comentan con veneración las proezas de Greta Thunberg y simultánea­mente se la repampinfl­a que el avión al cual subirán emitirá un montón de CO2.

Si quieren ser coherentes, de ahora en adelante viajen en un yate de emisiones cero (o en tren, si no tienen que atravesar ningún océano). El año que viene, si planean pasar las vacaciones de verano en la Riviera Maya, las islas Vírgenes o Río de Janeiro, nada mejor que ir como ella ha hecho, aunque se tarde mucho más. Si no son hipócritas y realmente están conciencia­dos de la gravedad de la crisis climática, hagan como Greta Thunberg. Además, es la nueva tendencia: el flygskam, “la vergüenza de volar”. El próximo agosto, ver millones de yates ecológicos surcando el Atlántico en un sentido y otro será un espectácul­o digno de ver. Vale más que empiecen ya a poner semáforos. ■

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