Aprendieron oficios en la cárcel y ahora trabajan en grandes empresas
Un programa oficial capacita a presos que están por salir y los vincula con las firmas. Así baja la reincidencia.
¿Cuánto vale una segunda oportunidad? En el amor, en la vida o en el trabajo. La segunda oportunidad es, para algunos, la última. Nancy estuvo presa en Ezeiza durante ocho meses por tráfico de drogas y ahora maquilla rostros de mujeres en el microcentro porteño. Nicolás perdió su libertad tres años por un robo, pero se recibió de cocinero y prepara comidas para grandes empresas.
Salir en libertad tras haber estado preso en Argentina implica una marca complicada de borrar. La reinserción social se hace difícil, conseguir trabajo es una tarea titánica y esto lleva a muchos a caer en depresión. En el Ministerio de Justicia de la Nación conocen el problema y por eso, a través de la Dirección Nacional de Readaptación Social, crearon programas en los que capacitan a internos y familiares de detenidos y luego les consiguen trabajo en grandes empresas. En los más de dos años que llevan, ya emplearon a cientos de personas en puestos a los que antes se le hubiese hecho imposible alcanzar.
Nancy Catacora (48) sostiene con su mano derecha un pincel y con la izquierda, la paleta de sombra de ojos. Trabaja sobre la cara de una mujer que tendrá dentro de poco una entrevista de trabajo. Nancy tiene cinco hijos de sangre y uno del corazón. Para ellos pasó de ser una vergüenza -como ella misma lo dice- a un orgullo: después de estar presa por tráfico de drogas, la cadena Farmacity la acaba de contratar para que sea la maquilladora principal de la sede que tiene sobre la calle Florida, en pleno microcentro porteño.
El programa que la firma creó junto al Ministerio de Justicia se llama “Look que transforma” y busca capacitar en belleza y cuidado personal a mujeres liberadas de cárceles federales o en cumplimiento de una medida alternativa al encarcelamiento.
Nancy nació en Perú y allí se recibió de maestra jardinera. Por cuestiones familiares, tuvo que emigrar y llegó a la Argentina hace 20 años, donde formó una familia. Instalada en La Boca, conoció gente que le prometió “plata fácil” por tareas de narcomenudeo, y aceptó. Pero la detuvieron y, ya dentro de la cárcel, entendió que el camino era otro. Se capacitó y salió dispuesta a recuperar el amor que sus hijos le habían perdido.
La mujer recibe a Clarín en pleno horario laboral. Lo hace en la misma semana en la que el candidato a vicepresidente de Juntos por el Cambio, Miguel Ángel Pichetto, dijo que no
Es difícil que nos acepten a los que cometimos un error, pero la gente cambia. Yo cambié. Le puse garra y ahora sé que tengo un futuro mejor”. Nancy Catacora (48), trabaja de maquilladora
Hice cosas que no debía y de las que me arrepiento. Pero aprendí y ahora sé que es por otro lado. Quiero demostrar de qué soy capaz”.
Nicolás Billordo (28), trabaja de chef
debería haber segundas oportunidades en el país para aquellos extranjeros que delinquen. “Sé que es difícil que nos acepten a los que cometimos un error, pero la gente cambia, yo cambié. Le puse garra y ahora me levanto todos los días sabiendo que tengo un futuro mejor”.
Nicolás Billordo tiene 28 años y un sueño: poder cocinar en los mejores restaurantes del mundo. Pero hace dos años el objetivo era otro. Salir de la cárcel, recuperar la libertad y conseguir un empleo digno por primera vez. Y lo acaba de lograr. Cookmaster -empresa que preparara viandas para grandes compañías- lo contrató como chef estrella. Antes se recibió de cocinero y su primera experiencia había sido en el restaurante de la cancha de Boca. “Tengo tres hijos y todo lo hago por y para ellos. La pasión por la cocina surgió cuando era bachero. Miraba a los cocineros y pensaba: ‘Quiero ser como ellos’. Me capacité y luego me dieron esta chance. ¿Sabés lo que significa para mi la oportunidad de poder trabajar en blanco en una empresa? Es algo único”.
Nicolás estuvo preso por robo a mano armada: “Me arrepiento, hice cosas que no debía. Desaproveché un tiempo que podía haber usado en otras cosas. Pero aprendí y sé que es por otro lado. Muchas veces me discriminan por mi pasado, pero quizás yo algún día le esté preparando la comida a esa persona y me quiera conocer para felicitarme. Yo quiero eso, demostrar de lo que soy capaz”.
Por los programas de readaptación social de la Subsecretaría de Asuntos Penitenciarios pasan unas 360 personas por mes. Uno es Miguel, quien prefiere no dar su verdadero nombre para no exponer a sus hijos, que van a la escuela. Él pasó tres años detenido. Ahora prepara materos de cuero artesanales y ya trabaja para una de las casi 40 grandes empresas que participan (hay desde un banco hasta una petrolera).
“Estas chicas y chicos están convencidos de lo que quieren. Los programas son opcionales. El plan es trabajar con ellos cuando le quedan seis meses para salir. Buscamos primero la revinculación familiar, ver qué pasa con sus referentes afectivos; les damos información del afuera y les acercamos oficios y herramientas para que cuando salgan tengan una idea más clara de por dónde seguir”, cuenta Fiorella Canoni, directora nacional de Readaptación Social. “Al comienzo las empresas dudaban, pero después fueron entendiendo que era algo bueno. Que sirve en la inclusión”, sigue.
Según Canoni, quienes estuvieron presos suelen ofrecer a las empresas “principalmente una fidelidad extrema”. “Nunca llegan tarde, están agradecidos, cumplen a la perfección las tareas y están dispuestos a amoldarse a lo que se les solicite”, expone.
La especialista agrega que son personas que sienten vergüenza y que tienen la necesidad de mejorar. Las estadísticas lo reafirman al marcar que entre quienes pasan por los programas de inclusión son pocos los que reinciden y vuelven a prisión.
“El objetivo -dice Canoni- ahora es que más empresas se sumen. Tenemos que entender que todas las personas que están en contexto de encierro en algún momento vuelven a la sociedad y entonces qué vamos á hacer ¿Dejar de hablarles, ignorarlos? O mejor será incluirlos. Es un desafío que tenemos como sociedad.” ■