Clarín

La hora de la madurez

El músico de 27 años desplegó todo su talento en obras de Chopin, Schubert y Beethoven.

- Margarita Pollini

Crítica Muy bueno

Tomás Alegre (piano) Obras de Chopin, Schubert, Beethoven y Schumann Lugar: Auditorio Nacional CCK, sábado 7 de septiembre.

Con 27 años, el pianista argentino Tomás Alegre (que desde hace dos años se perfeccion­a en Madrid con el gran Dimitri Bashkirov) ha franqueado hace rato la barrera del niño y adolescent­e prodigio, y cada una de sus actuacione­s en su ciudad natal confirma una madurez artística creciente. En este sentido, su recital del sábado en el Auditorio Nacional del CCK no fue la excepción.

Centrado en creaciones de la primera mitad del siglo XIX, el programa abarcó sin embargo cuatro universos diferentes: Chopin y Schubert en la primera parte, Beethoven y Schumann en la segunda. Como un prisma, cada uno de esos universos reflejó al mismo tiempo un aspecto interpreta­tivo diferente de Alegre, y su capacidad -intuición e intelecto combinados- para captar esas esencias y plasmarlas en el teclado. Así sucedió con la Polonesa en fa sostenido menor opus 44 de Chopin, vertida con fuego, lirismo, ímpetu, y también con elegancia en la sección central.

Los cuatro Impromptus D. 935 de Schubert pueden ser pensados - más allá del carácter individual de cada uno- como partes de una misma gran obra (Robert Schumann fue uno de los primeros en vislumbrar esa unidad, que juzgaba equiparabl­e a la de una sonata). En su abordaje, Alegre enfatizó ese aspecto, y logró el equilibrio -tan necesario en Schubert- entre el cantabile de la melodía y la transparen­cia de la textura. Por el cuidado de los tempi del tema y sus variacione­s, fue especialme­nte notable su versión del Impromptu en si bemol mayor, el tercero de la serie.

El don de Tomás Alegre para diferencia­r los planos dinámicos como manera de dar un sentido narrativo se hizo evidente más que nunca en la Sonata en do mayor opus 53 (“Waldstein”), en la que Beethoven llevó al extremo la técnica pianística de la época. Además, en el rondó final, Alegre reflejó el gesto sinfónico y sus diferentes colores, y remató con trazo magistral una versión de equilibrad­a intensidad.

Hubo en la introducci­ón de la Sonata en fa sostenido menor nº 1 opus 11 de Schumann un impulso que sonó algo excesivo en la dinámica; si fue una elección deliberada por parte de un músico que no da la impresión de dejar nada librado al azar, tal vez fue una forma de enfatizar que se estaba ingresando a un terreno completame­nte distinto, pero en el que el pianista se movió con una soltura técnica inclaudica­ble y con una sensibilid­ad que ya es un sello personal.

Alegre cerró con un arreglo de Los pájaros perdidos (Trejo/Piazzolla), ofrecido fuera de programa, una muestra más de su capacidad para poner la técnica siempre al servicio de la musicalida­d y la expresión. ■

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De España a Baires. Alegre se está perfeccion­ando en Madrid.

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