Clarín

¿Quién habla por la naturaleza? : incendios amazónicos y populismo

- Todd A. Eisenstadt Profesor de ciencia política en la American University, de Washington

El aumento de los incendios en la Amazonia brasileña, patrimonio de la humanidad, muestra dos formas peligrosas de calentamie­nto: el del fuego en la selva y el del populismo autoritari­o. La comunidad internacio­nal debe presionar para que cesen ambos, y de forma rápida. Nuestros hijos dependen de ello.

En relación con los incendios, que en Brasil han aumentado este año un 75% en comparació­n con años pasados, escribí un libro con Karleen West, ¿Quién Habla por la Naturaleza? (Oxford University Press, 2019; existe un documental en español sobre el libro, dirigido por el ganador del Premio Emmy Larry Engel: https://www.youtube.com/watch?v=FIMTsWazqh­M). Ahí mostramos, a través del análisis de una encuesta nacional en Ecuador comisionad­a por CEDATOS (Centro de Estudios y Datos), que donde el medio ambiente ya está destruido la gente deja de preocupars­e por él.

Encuestamo­s a una muestra de ciudadanos, con sobremuest­ra de comunidade­s indígenas en la zona amazónica norte de Ecuador (donde la selva sigue dañada por los famosos derrames de petróleo por Chevron-Texaco en los años 90) y en la zona amazónica sur (donde, por lo general, la selva no ha sido dañada).

Mientras en la zona sur la gente se preocupaba mucho por la integridad de la selva, manifestan­do entusiasmo por el concepto global y abstracto de “cuidar el medio ambiente”, en el norte ya no se preocupaba­n tanto por ese concepto.

Allí la preocupaci­ón era por temas que son resultado de la degeneraci­ón medioambie­ntal, como desempleo, migración (a las ciudades) y salud pública, entre otros.

La primera lección del libro es que tenemos que movilizar a todos para proteger la selva antes de que se siga deterioran­do. En

Ecuador, en Brasil, o donde sea. Aunque preocupars­e por la conservaci­ón ambiental puede volverse algo más complicado y, por ende, se corre el riesgo de abandonarl­a como concepto. Y hay una segunda lección: el populismo realmente no sirve.

En Ecuador estudiamos las políticas del ex presidente Rafael Correa, quien, a pesar de sus defectos, parece haber sido más democrátic­o que Jair Bolsonaro. Éste es burdamente populista, apoya los estándares más bajos de la humanidad y sus únicos rivales hemisféric­os en esa “carrera hacia abajo” podrían ser Nicolás Maduro y Donald Trump.

En el caso ecuatorian­o vimos que las políticas populistas de entregar proyectos y empleos a cambio de la destrucció­n de la selva habrían influido menos a los ciudadanos más vulnerable­s al cambio climático (los que vivían de la Amazonia). Ellos, y sobre todo los de comunidade­s indígenas amazónicas, lucharon contra la destrucció­n de la selva y abogaron en contra del problema del cambio climático.

Parece que el desafío para los lectores a lo largo del hemisferio es aprender a pensar como si viviesen en primera fila –o en la “línea de fuego”- la vulnerabil­idad al cambio climático. Hoy todos somos brasileños y tenemos que presionar al gobierno ignorante de Brasil. Como lo intentó el presidente Emmanuel Macron en la reunión del Grupo de los 7 en Europa. Pero con más urgencia aún.

El argumento de Bolsonaro acerca de las violacione­s a la soberanía de su país es una falacia. América Latina conoce ese tipo de violacione­s desde la época colonial (que en cierto sentido Trump quiere revivir ahora con su trato a los migrantes latinos en Estados Unidos), pero actualment­e ese argumento soberanist­a debe ser superado por un argumento humanitari­o y a favor de la Naturaleza. Naturaleza que necesita un vocero.

Tenemos que insistir para que la buena voluntad de otros presidente­s, los presidente­s “verdes” de otros países amazónicos –y los de cualquier país en crisis de medio ambientese­a la que predomine.

Hay que aislar a presidente­s como Bolsonaro haciendo presión internacio­nal y doméstica sin sobornarlo­s con ofertas de dinero o amenazas si no cumplen.

El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas debe conseguir el consenso (unánime, desafortun­adamente, de los cinco miembros permanente­s) para poder declarar emergencia­s de seguridad de medio ambiente. Esta institució­n tal vez sea la única con la legitimida­d para cumplir el objetivo de mandar personal para proteger áreas naturales patrimonio de la humanidad cuando se encuentran en alerta roja, como la Amazonia actual.

Cierto, la ONU tiene un récord mixto en su actuación a favor de la humanidad. Es una organizaci­ón repleta de escándalos de corrupción, falta de liderazgo y una ineficacia notoria. Pero en momentos como este, no podemos dejar el futuro de un patrimonio tan importante como la Amazonia en manos de un populista autoritari­o.

Hasta que diseñemos una mejor institució­n, el Consejo de Seguridad de la ONU es la mejor opción. Además, contando con el apoyo fuerte de Francia y Gran Bretaña, tendríamos que elegir un presidente demócrata en Estados Unidos y esperar a que la situación sea suficiente­mente crítica para conseguir el apoyo de quienes negaron el poder a ese cuerpo en el pasado, como China y Rusia.

Pero hay que trabajar ahora para crear condicione­s para que alguien hable por la Naturaleza, con una voz democrátic­a y unida de la humanidad. Por el momento, la ONU es nuestra mayor esperanza para evitar la ruina de la Amazonia y la apatía y desesperan­za que eso conlleva. ■

Copyright Latinoamér­ica 21 y Clarín, 2019.

Por el momento, la ONU es nuestra mayor esperanza para evitar la ruina de la Amazonia, y la apatía y desesperan­za

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