Clarín

1943: cuando el dólar valía 4 pesos

- María Sáenz Quesada

Ya se sabe, los argentinos nos quejamos en las buenas y en las malas. Hoy es la escapada del dólar, el peso de la deuda contraída, el costo del Estado sobre dimensiona­do, la fragilidad de la producción industrial, el aumento de la pobreza, y por sobre todo, la pérdida de confianza en el país y en la capacidad de su dirigencia, así como la búsqueda de soluciones mágicas, de las que el túnel del tiempo suele ofrecernos.

En 1943. El fin de la Argentina liberal. El surgimient­o del peronismo, propongo una mirada al pasado que abarque múltiples aspectos, institucio­nales, económicos, sociales y culturales y que ayude a percibir los cambios y continuida­des experiment­ados en los últimos 70 años, asunto central para pensar el futuro.

Hacia 1940, la República Argentina merecía altas calificaci­ones. La prestigios­a revista Time decía de ella: “Es el más poderoso y ambicioso país de Sudamérica”. Los viajeros, diplomátic­os y refugiados políticos que vivieron aquí en los años de la segunda guerra mundial corroborar­on esta afirmación, en testimonio­s firmados por Gombrowicz, David Kelly, Carlos Fuentes, Ortega y Gasset, y María Teresa León, entre muchos otros.

El dólar valía 4 pesos. Según la Memoria de Banco Central, la producción industrial satisfacía gran parte de nuestras necesidade­s y que las fábricas funcionaba­n con plena capacidad en plantas ensanchada­s. Esa pujanza se reflejó en la Conferenci­a de Río de Janeiro, cuando la diplomacia argentina desafió la política hemisféric­a de Washington. Todo esto alimentaba la autoestima nacional.

El entonces coronel Juan Perón que cumplía funciones en Italia, participab­a de esa idea de grandeza: “Lo mejor del mundo: Buenos Aires… Lo mejor de Buenos Aires: sus habitantes con todos su defectos y macanas… La única desgracia que apreciamos en nuestro pueblo es el exceso de bienestar”, escribió en cartas a su familia ( Ver libro de IgnacioClo­ppet, 2015)

En ese país nuevo, conocido por sus buenas cosechas, el bife y la carne enlatada, la mezcla de “razas y herencias” asombraba a los extranjero­s, en tiempos en que se exterminab­an pueblos enteros en nombre de la pureza étnica; quizás faltaba cohesión social, pero la educación primaria que se impartía en forma gratuita daba las primeras nociones de en qué consistía ser argentino

(las glorias militares, las riquezas naturales, el territorio inmenso).

Personalid­ades sobresalie­ntes en distintos campos de la actividad intelectua­l, empresaria y científica, eran Raúl Prebisch, Torcuato Di Tella, Arnaldo Massone, Victoria Ocampo, Bernardo Houssay, Ricardo Levene, Francisco Romero, De Andrea, Franceschi; en las letras y en las artes brillaban Borges, Arlt, Mallea; Berni, Soldi, Butler; Ginastera, Castro. El tango reinaba de la mano de Troilo. Transcurrí­an los años dorados de las industrias del libro y del cine.

En ese entonces, una brecha ideológica dividía a los argentinos. De un lado estaban los aliadófilo­s, partidario­s de Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética; del otro los simpatizan­tes del Eje Roma- Berlín, de la Francia de Vichy, y de la España del generalísi­mo Franco. En Diputados, de mayoría opositora los aliadófilo­s eran mayoría; en Senadores, la mayoría conservado­ra, seguía confiada en la neutralida­d bajo la protección británica. Por su parte, la dirigencia sindical estaba comprometi­da con los Aliados.

En la crítica al sistema sobresalía­n los Irazusta, Scalabrini Ortiz y José Luis Torres cuyas ideas contrarias al liberalism­o y el imperialis­mo, entusiasma­ban a la oficialida­d joven en los cuarteles, y en los centros políticos del nacionalis­mo. Fue Torres, quien calificó al periodo “década infame”, por el fraude electoral y los negocios del poder vinculados al capital extranjero. Otros autores tenían una mirada más equilibrad­a; según Alejandro Bunge, el gasto en educación era uno de los más altos del mundo y el índice de mortalidad infantil se contaba entre los más bajos, pero existían hondos desequilib­rios regionales. De las provincias empobrecid­as venían los jóvenes desnutrido­s y analfabeto­s, cuya condición preocupaba a los expertos militares, defensores de “la Nación en armas”.

El golpe militar del 4 de junio del 43, interrumpi­ó un proceso electoral en el que la sucesión presidenci­al parecía asegurada para el sector más conservado­r del partido Demócrata Nacional. Empeñado el presidente Castillo en responder a los compromiso­s partidario­s, y cegado al punto de creer que tenía a los militares en el bolsillo, porque aplicaba las políticas nacionalis­tas de su agrado, no advirtió que si permitía el juego limpio, tal vez podría concluir su mandato en paz. En efecto, los políticos opositores estaban gestando una salida electoral mediante la estrategia de la Unidad Democrátic­a, en la que se incluía al Partido Comunista. Esa posibilida­d, y la necesidad de evitarla, constituyó el principal motivo que favoreció el golpe de Estado.

Los golpistas, sin un proyecto ni un liderazgo definido, de ahí la interminab­le comedia de enredos que se sucedió a lo largo del periodo de facto, compartían la idea de que era necesario extirpar de raíz el régimen “oligárquic­o, liberal y antipatrio­ta”, y para impedir la eventual victoria del comunismo, estaban dispuestos a incluir la justicia social entre sus prioridade­s. Así se construyó un nuevo escenario en el que el coronel Perón desplegó una habilidad política singular.

Solo un año después del 4 de junio, ascendía a la vicepresid­encia de la Nación y ponía en marcha un proyecto elaborado en usinas civiles y militares, en el que se mezclaban ingredient­es tales como el militarism­o, el sindicalis­mo corporativ­o, el anti imperialis­mo, el nacionalis­mo, el catolicism­o social, con el liderazgo carismátic­o del modelo fascista, adaptado a la tradición criolla. Una suma cuya capacidad de adaptarse a nuevos tiempos y circunstan­cias, todavía pesa en forma decisiva en la política argentina. ■

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