Acuerdo de Londres y la Unión Europea sobre el Brexit
Todavía falta la ratificación del Parlamento británico.
Gran Bretaña y la Unión Europea consiguieron ayer un acuerdo de divorcio (Brexit), que no será tal hasta que sea aprobado o rechazado el sábado próximo en la Cámara de los Comunes británica. Hasta ahora, la aritmética parlamentaria no favorece a Boris Johnson para una aprobación. La posibilidad de un segundo referéndum se consolida y junto a una elección inmediata.
Lo más importante es que la UE le concedió a Boris lo que no había obtenido Theresa May: reabrir el acuerdo en Irlanda del Norte. El primer ministro tiene enfrente un delgado desfiladero después de haber eliminado las salvaguardas o “backstops” en el borde de Irlanda del Norte para poder aprobar este draft (borrador) por los legisladores británicos porque sus socios irlandeses -e incluso algunos Brexiteers- van a impugnarlo. A la oposición se suman liberales demócratas, laboristas y escoceses.
EL DUP, que reúne a los unionistas protestantes norirlandeses, rechaza el modelo de “consentimiento” y los plazos que ambas comunidades católicas y protestantes -en nombre del acuerdo del Viernes Santo- deben dar en la Asamblea Legislativa de Belfast para la aduana entre ambos países. El borrador obtenido en Bruselas establece que el status del híbrido arreglo aduanero entre Irlanda e Irlanda del Norte puede ser extendido por cuatro años con simple mayoría de la Asamblea. En realidad, es una trampa para el DUP: pasa a ser un mecanismo indefinido en la práctica, dejando a Irlanda del Norte para siempre en el mercado único europeo. El DUP pierde su capacidad de veto e influencia sobre el futuro de Irlanda del Norte. Boris, como era de esperar, lanzó a sus aliados debajo de un camión.
La pesadilla va a continuar porque los protestantes unionistas irlandeses del DUP, los laboristas y los liberales demócratas rechazarán el sábado el acuerdo, que incluye una reapertura del viejo pacto conseguido por Theresa May, que fue tres veces rechazado en el Parlamento.
La experiencia para Boris no es diferente a la de ex primera ministra Theresa May. Hasta ahora no logra convencer a el DUP de su “híbrida solución” en Irlanda del Norte, que para los soberanistas protestantes va a conducir más rápidamente a una Irlanda unida que ellos no aceptan.
El acuerdo anunciado ayer mantiene intactos los términos del anterior pactado por May en cuanto al mantenimiento de los derechos de los ciudadanos europeos en el Reino Unido y a la voluntad de Londres de saldar las cuentas pendientes con el club comunitario tras la salida (casi 50.000 millones de euros). Pero se ha modificado sustancialmente el polémico protocolo irlandés, uno de los principales escollos de las negociaciones. Ahora se intenta evitar una frontera dura en la isla de Irlanda, de modo que Irlande del Norte formará parte de la Unión Aduanera del Reino Unido, pero deberá cumplir con las reglas del Mercado Único Europeo. Esto significa que la frontera en la que se realizarán los controles y verificaciones (por parte de las autoridades británicas con supervisión de la UE) estará en las costas del mar de Irlanda y no en el interior del territorio.
En la Cámara de los Comunes británica hay 650 diputados. Pero solo votan 639 porque el Sinn Fein de Irlanda del Norte (republicanos católicos) nunca asumió sus bancas y el Speaker John Bercow no vota. Esto significa que el primer ministro necesita 320 diputados para conseguir su plan el sábado para obtener una mayoría y hoy no los tiene. A Boris le faltan 45 diputados para tener mayoría siempre. Downing Street podría obtener 287 votos a favor. Los 10 diputados del DUP votarán en contra. Nunca se abstienen históricamente. Pero el premier necesita al menos 33 votos más, que debe pescar en aguas turbulentas o en disidentes laboristas.
Cuando Boris Johnson celebraba ayer y y viajaba hacia Bruselas después de haber obtenido este acuerdo, han comenzado las presiones domésticas para forzar a los diputados en la Cámara de Diputados a apoyar esta “toma de control” británico sobre su propio destino.
El líder laborista Jeremy Corbyn dijo que no apoyarán el acuerdo porque es “aun peor que el de Theresa May, que fue mayoritariamente rechazado. Este acuerdo no une al país y debe ser rechazado. La mejor manera de resolver el Brexit es dar a la gente una palabra final en un voto público”, dijo.
A él se suma Jo Swinson, la líder de los liberales demócratas. “Este acuerdo es un acto de desesperación del primer ministro que quiere imponer sobre el país. Por eso, la gente debe tener la palabra final. Este es un Brexit aun más duro que el de Theresa May. Nosotros nos vamos a asegurar que esto vuelva a ser una decisión de la gente”, prometió desde el hall de la Cámara de los Comunes. Ian Blackford, líder de los nacionalistas escocesas, comentó: “Nosotros, los escoceses, no queremos irnos de la Unión Europea”, dijo.
La realidad es que, si el Parlamento no aprueba este borrador, se vuelve a punto cero. La suerte del Brexit está centrada en el Súper Sábado, cuando los diputados se sienten por primera vez desde la guerra de las Malvinas un fin de semana para debatir.
Boris pretende que el Parlamento solo debata el acuerdo, lo vote y lo apruebe para que Gran Bretaña pueda salir de la UE el próximo 31 de octubre. Ha prometido a la UE que pasará. No es lo que piensan los diputados británicos.
Ellos quieren exigir a Boris que cumpla con el pedido de una extensión a la Unión Europea, que está establecido en la ley Benn, para convocar a un referéndum para que el acuerdo sea aprobado o rechazado por la ciudadanía o una elección anticipada. Si pierde la votación del acuerdo, podría haber un voto de confianza inmediato contra Boris Johnson y echarlo del poder.