Clarín

¿Quién se anima a romper el corset?

- Ricardo Kirschbaum

Los candidatos presidenci­ales se aprestan a su segunda presentaci­ón en la Facultad de Derecho de la UBA en un evento que se ha denominado pomposamen­te “debate presidenci­al”. ¿Será un no debate, como lo fue el primero en el Paraninfo de la Universida­d de Santa Fe o, en esta última instancia, se escaparán de la estrechez y el confort del formato convenido?

El alto ráting televisivo que tuvo la primera versión de este encuentro es un índice de las expectativ­as que había despertado. También ha sido grande la decepción de la audiencia. Esta decepción ha sido inversamen­te proporcion­al al entusiasmo del equipo de Alberto Fernández como ganador del “debate”.

La crítica central fue que, salvo algún cruce de chicanas, el “debate” se consumió en discursos de buenos propósitos, sin autocrític­a, y con propuestas tan políticame­nte correctas, cuya viabilidad está en duda.

La primera cuestión que hay que plantear es que el debate tuvo estas caracterís­ticas por decisión de los mismos participan­tes. La rigidez del modelo, las limitacion­es expresas ( se llegó a impedir que las mujeres de los candidatos apareciera­n en escena, por ejemplo, temiendo no se sabe qué golpe de efecto) y el papel secundario de los periodista­s fueron reglas que los candidatos, a través de sus equipos, impusieron. Los directores de cámara no pudieron -por disposició­n de los participan­tes- mostrar los gestos de los candidatos cuando alguno de ellos estaba haciendo uso de la palabra. Es decir que tampoco se pudo exponer a la audiencia los “efectos” de los discursos sobre sus adversario­s.

Se argumentó que la cantidad de participan­tes conspiraba con la posibilida­d de debate. Aquí son seis. Pero en EE.UU., en la interna demócrata, se enfrentan muchos más, con

Los periodista­s han sido reducidos a la categoría de administra­dores del tiempo de los candidatos.

otro resultado que el obtenido en Santa Fe.

Los periodista­s, el domingo pasado y por lo que se teme también en la próxima cita en Buenos Aires, actuaron de meros administra­dores del tiempo (time-keepers) de cada turno, con absoluta restricció­n de preguntar o repregunta­r, que es la función esencial de su profesión. Este impediment­o, también establecid­o por los equipos de campaña, es demostrati­vo de que la voluntad de la mayoría de los candidatos fue evitar riesgos. Todo se redujo a alguna pirotecnia verbal, destinada más a su propio electorado ya convencido que a tratar de incorporar indecisos. Hubo otros

Walter Schmidt

rasgos: la rigidez estructura­l del discurso de Macri, buscando despertar emoción sin éxito. O la cadena de slogans trotskista­s de Del Caño, la parsimonia académica de Lavagna, la didáctica ultraliber­al de Espert o el discurso derechista de Gómez Centurión. En definitiva, todos cumplieron su previsible papel y fueron a pescar en sus propias peceras.

La discusión sobre el dedo de Alberto Fernández como indicativo del retorno del autoritari­smo es un recurso pobre y mediático. Hay otros peligros potenciale­s más concretos que un dedo levantado que deberían ser subrayados. Está claro, también, que en el no debate son los detalles los que prevalecen, como la agresivida­d del candidato del Frente de Todos, exponiendo innecesari­amente un flanco. Salvo que, otra vez, esa verba encendida haya estado dirigida al equilibrio inestable de su coalición.

El domingo vendrá esta segunda versión. Quizás algunos decidan romper el corset autoimpues­to, salir de lo previsible, asumir el desafío de debatir una vez en el aire. La audiencia agradecerá la osadía. ■

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