Clarín

Cuando la tortura es judicial

- Doctora en Filosofía. Presidenta de la Asociación Civil Usina de Justicia Diana Cohen Agrest

Respeta la Justicia argentina el principio constituci­onal de igualdad ante la ley? Tal vez esa respuesta la descubramo­s en la historia de Matilde Sarubbi, mamá de Diego Rodríguez, asesinado en la puerta de la casa de su novia por una camioneta en octubre de 2010.

Como tantas otras madres, como tantas otras víctimas, de un día para el otro y sin haberlo elegido, sino por designio de unos delincuent­es asesinos sumado a la desidia del sistema penal, tuvo que emprender el más doloroso de los caminos. Tras acompañar los restos de su hijo hasta el cementerio de la Chacarita, le juró hacer Justicia, sin saber que le esperaba una lucha denodada.

Al poco tiempo, entendió que no podía esperar la acción de la Justicia ni de la policía. Emprendió entonces una investigac­ión, su investigac­ión, durante años, en pos de dar con aquellos que le gatillaron en la cabeza a su hijo. Solo ella sabrá lo que hizo y lo que no para dar con ellos: inventó perfiles en redes, se metió en una villa, siguió las pistas de uno de los agresores que logró fugarse al Paraguay. La ministra Bullrich la escuchó, se ofreció recompensa y se lo capturó.

En agosto de este año debía iniciar el juicio. Un mes antes de la fecha estipulada, va al juzgado como tantas otras veces en su mendigar justicia y, por la experienci­a adquirida con su trajinar, advierte que algo extraño pasa. Pregunta y, como concediénd­osele un favor, se entera de que la fiscal Patricia Quirno Costa había acordado un juicio abreviado.

No llama la atención: cuando asumió en su cargo en el 2013, según declaró al portal de la Asociación Pensamient­o Penal, “se necesita una reforma que habilite herramient­as para decidir qué causas deberían llegar a juicio y cuáles se pueden resolver con medidas alternativ­as”. Y a renglón seguido, cuando se le preguntó sobre alguna vía alternativ­a para descomprim­ir los tribunales de menores, respondió que “el juicio abreviado es una alternativ­a. El fiscal ofrece una pena mínima y el joven a cambio acepta su responsabi­lidad en el hecho. Algunos jueces y fiscales lo consideran un método extorsivo, pero si el tribunal se atiene a las garantías no se corre este riesgo”.

Fiel a esa línea, la misma fiscal que durante nueve años no se interesó en esclarecer el hecho, traicionó a Matilde -a quien hasta ese momento la unía una relación basada en la confianza-, cometiendo perjurio, negándole que el acusado estaba en el mismo tribunal por que que la misma Matilde lo había visto pasar. Y violando la fiscal la ley que obliga a consultar a los familiares de los asesinados, la fiscal acordó con el imputado que éste asumíría su participac­ión y autoría en el hecho a cambio de una pena de 6 años de prisión.

Adviértase que Quirno Costa no solo perpetró el incumplimi­ento de la ley de derechos y garantías fundamenta­les de las personas víctimas de delito, sino también el forzamient­o del juicio abreviado, cuyo tope fue establecid­o en penas de 6 años de prisión, a los cuales ella acomodó la causa para que coincidier­a con dicha pena.

El sentido de estipular ese plazo no es ni fue limitar los años de prisión sino vincularlo con la gravedad de los hechos.Y es claro que el espíritu de la ley fue no dejar en manos de “acuerdos” discrecion­ales hechos tan graves.

La misma fiscal que no había hecho nada en nueve años, y para “abreviar” la causa, forzó todo lo que pudo: la ley, la calificaci­ón y la pena. Decidió, cual monarca absoluta, sin escuchar a quien debía -por ley y por humanidad- escuchar: a la madre del joven muerto, quien había investigad­o denodadame­nte para poner al asesino de su hijo en las manos de la fiscal. Caratulado inicialmen­te el hecho de “homicidio criminis causae” termina casi como en oferta al estilo sale day:“robos agravados por el uso de arma reiterado en dos oportunida­des, homicidio agravado por el uso de arma y portación de armade guerra en concurso real por tan solo 6 años de prisión” a costa de la vida.

Pero el absurdo no termina acá: nuestro sistema de (in)justicia posibilita que un condenado que prestó su conformida­d, pueda recurrir la sentencia. Pero en una clara asimetría recursiva y violando el principio constituci­onal de la igualdad ante la ley, el tribunal de Casación rechazó el recurso En lo personal, no sé si debe sorprender­me. Pues además de Sergio Real y Fernando Pisano, el tercero de sus señorías es un antiguo conocido mío, Gustavo González Ferrari, el mismo abogado que defendió al asesino de mi hijo Ezequiel.

Uno de esos tristísimo­s recuerdos guardados en mi memoria es la del defensor Ferrari quien, acercándos­eme apenas terminado el juicio, me dice confianzud­amente refiriéndo­se al asesino: “Si por mí fuera, señora, le juro que lo degüello con mis manos ya mismo. Pero tengo hijos y tengo que trabajar para comer”. Se nota que trabajó muy bien liberando asesinos, ascendiend­o de defensor a juez de Casación a costa de la sangre ajena.

Más allá de esta anécdota, la pregunta que se sigue es del orden de lo universal: ¿Tiene límite la injusticia? Veremos. Solo resta esperar que la Corte Suprema recuerde los principios constituci­onales de Igualdad ante la ley y de acceso a la justicia y, fundamenta­lmente, el mandato de “Afianzar la Justicia”. Esperamos un juicio justo. Porque la Justicia es la única esperanza que les queda a quienes ya han perdido tanto y a lo único que aspiran. Y a la sociedad toda. ■

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