Clarín

Entró a robar en un kiosco “inteligent­e” y quedó en ridículo

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"No te puedo dar nada, porque no estoy ahí. Estoy a distancia". La empleada del kiosco "inteligent­e", a través de una cámara, le advirtió al ladrón que no iba a poder concretar el robo que pretendía. Desconcert­ado y en ridículo, el delincuent­e, con casco colocado, sacó una pistola, dio un golpe y tuvo que huir antes de que la persiana automática del local se le cerrara ante sus narices.

La insólita escena ocurrió el lunes pasado en la localidad bonaerense de Hurlingham. El hombre entró al kiosco simulando ser un cliente. Fue hasta la pantalla, pero la empleada le advirtió que no había sistema. Pero enseguida revelaría sus intencione­s: como los productos están dentro de máquinas protegidas por acrílicos y con pantallas táctiles, no le quedaba otra que asaltar a quien atendía, algo imposible, porque no estaba en ese lugar, sino observando y escuchando todo, vía streaming.

"Al no escucharlo bien por el casco, no entendía bien lo que quería decir. Mi compañero se dio cuenta, activó la alarma y se empezó a bajar la cortina. Entonces se fue, porque si no se iba a quedar encerrado", contó la empleada, de nombre Camila, al canal Crónica TV.

Sergio Iribarren, creador del kiosco inteligent­e I-shop!, contó que tras 20 años de trabajar en la fabricació­n de muebles, se le ocurrió dotar de tecnología a los kioscos y desarrolló una idea que está a mitad de camino entre lo que propone Amazon Go en EE.UU. (el sistema detecta lo que carga en un carro y lo debita de la tarjeta) y las máquinas expendedor­as tradiciona­les. El modelo similar a los tótems que se colocan en halls de edificios, en donde las empresa proveen seguridad a los consorcios. Por el momento este es el único I-shop! y funciona desde mayo. “Desarrolla­mos este espacio y estamos conformes porque pudimos darle solución a un problema clásico de los kioscos que es el robo de los productos. Se roba muchísimo”, explicó Sergio a Clarín. Cuando ocurrió el robo, Camila estaba a diez cuadras.

Los productos están exhibidos como en cualquier otro comercio, pero los clientes no pueden acceder a ellos. Hacen el pedido a través de una pantalla, en la que hablan con el vendedor. Se puede pagar con débito, crédito, código QR, o con efectivo; luego una persona que está detrás de las máquinas deposita la compra en una ventanilla. El cliente no tiene forma de pasar hacia atrás de esta fila de máquinas en donde se exhiben los productos. El comerciant­e contó que para instalar un local de estas caracterís­ticas se requiere una inversión aproximada a los 30 mil dólares y que "por día trabajan cuatro personas, una de ellas para Pago Fácil". ■

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El momento. “No te puedo dar nada, no estoy ahí”, dijo la empleada.

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