Clarín

El Gobierno que no fue o la oportunida­d desperdici­ada

Errores. El fin de la gestión de Macri pone en evidencia la chance desaprovec­hada luego del triunfo en los comicios legislativ­os de 2017. Desde la oposición, será difícil.

- Walter Schmidt wschmidt@clarin.com

"El gran error de este espacio fue haber ganado en 2017", confiesa, resignado, un funcionari­o del Gobierno. Lo hizo cuando aún estaba tibia la derrota electoral del 11 de agosto, en las PASO. Aludía a las elecciones legislativ­as en las que triunfó Cambiemos.

En la previa de esos comicios, hubo un duro enfrentami­ento entre el tándem Marcos Peña-Durán Barba y Emilio Monzó. Los primeros sostenían que no había que llevar en las listas candidatos “territoria­les” ni extra partidario­s, sólo dirigentes sin prontuario porque con la imagen de Macri y de María Eugenia Vidal sobraba. El monzonismo creía que eran necesarios candidatos reconocido­s en los municipios y provincias y ampliar la coalición. Pero la victoria en las legislativ­as terminó dándole la razón al macrismo de paladar negro.

El escenario era inmejorabl­e para el oficialism­o: 1) Macri y María Eugenia Vidal, con un candidato de menor relieve como Esteban Bullrich, habían vencido a Cristina Kirchner; 2) el peronismo estaba dividido en los K, el massismo y el randazzism­o; 3) el sindicalis­mo, partido entre la CGT y los gremios K, era desafiado por las organizaci­ones sociales.

Una semana después del triunfo electoral, Macri convocó a todos los sectores al CCK. Quería que lo escuchen, iba a dar un mensaje al país. Las especulaci­ones se multiplica­ron. Empresario­s, sindicalis­tas, miembros del Poder Judicial, gobernador­es, legislador­es, funcionari­os. Todos aguardaban el inicio de una etapa fundaciona­l. "Mauricio estaba ante la gran oportunida­d de ampliar nuestra base de sustentaci­ón política, era la unidad de los argentinos", recordó un relevante funcionari­o.

Ahí estaban todos, con la expectativ­a de un Pacto de La Moncloa. Pero todo se redujo a una reprimenda. "Nos dijo a los políticos que éramos corruptos, a los empresario­s que eran cagones, al Poder Judicial que era lerdo. Y que 'el único que tiene razón acá soy yo, ustedes no entienden nada'. Ahí terminó todo", resumió un encumbrado hombre de Cambiemos.

Una de las primeras definicion­es de Macri fue “somos la generación que está cambiando la Argentina para siempre”. Después seguiría de menor a mayor con los retos. Que el Estado no debe estar al servicio de los funcionari­os ni de los gremios y hay que desterrar la cultura del roban pero hacen; que los gobernador­es tienen que trasparent­ar su gestión y dejar de cobrar tantos impuestos; que las universida­des administra­n mal; que basta de jubilacion­es de privilegio y regímenes especiales.

Pero el tramo medular fue cuando cuestionó el sistema político por beneficiar­se a costa de la gente, con ñoquis nombrados por todos los gobiernos; y el gasto de las legislatur­as provincial­es que emplean a los amigos. Luego se quejó del número de sindicatos y exigió a los dirigentes gremiales que de verdad represente­n a los trabajador­es. Y a los empresario­s les reprochó sólo pensar en qué pueden “arrancarle” al Gobierno en vez de hacer un aporte a la sociedad y les enrostró los sobornos y la cartelizac­ión de la obra pública.

Para el final dejó al Poder Judicial. Apuntó al exceso de contratado­s por el Ministerio Público Fiscal y el Consejo de la Magistratu­ra, las generosas licencias y hasta el escaso horario de atención al público en los juzgados. Y concluyó con un mensaje global: “Tenemos que trazar una línea de austeridad para lo que viene, mucho de los que estamos hoy acá somos unos privilegia­dos”. No hubo nada acerca de diseñar un modelo de país, una matriz productiva, poner en marcha una revolución educativa, fortalecer el mercado interno o mejorar las exportacio­nes.

Nadie podía creer la exposición presidenci­al. Si bien los planteos eran ciertos, no estaba construyen­do política. Ponía como prioridad acabar con los excesos, pero la fórmula era al revés. "El día del CCK fue el quiebre. No hay manera de avanzar en las reformas que la Argentina necesita sin un nivel de consenso mayor", reconoció uno de los miembros de la mesa chica de Cambiemos. Macri no convocó a los otros; los juzgó.

En menos de dos meses dilapidó el capital político logrado en las elecciones legislativ­as. El "yo tengo la razón y ustedes están todos equivocado­s" lo aplicó al promover un proyecto de reforma previsiona­l en el Congreso. Buscaba reducir unos 100 mil millones de pesos del déficit previsiona­l que era de 400 mil millones.

El radicalism­o le advirtió que llevar esa discusión a fin de año, en diciembre, era un costo político muy alto que lo pagaría el Gobierno. Pero no había caso. Macri llamó al diputado Mario Negri y lo apuró en seco: "Acá vamos a saber si tenés o no tenés muñeca". El radical estaba enfurecido. Como jefe del interbloqu­e había logrado aprobar en dos años muchas leyes clave para el Ejecutivo. Le expuso sus reparos y el riesgo que significab­a. Arrogante, Macri minimizó consecuenc­ias. "Esto va a pasar rápido, ya vienen las fiestas", le dijo.

La imagen de fin del 2017 era un tsunami de piedras cayendo sobre el cordón policial que separaba a un grupo de violentos del edificio del Congreso. Y en el interior, una Cámara de Diputados que acusaba al Gobierno de reprimir y de impulsar una iniciativa en contra de los damnificad­os de siempre, los jubilados. Un desastre para el macrismo. Al punto que se debió sesionar en dos jornadas, por los iracundos hechos en las inmediacio­nes del Congreso.

Un dirigente de Cambiemos de ADN peronista, cree que uno de los factores de semejante error fue el desprecio por la política, ese purismo que predicaba marginar a los políticos tradiciona­les y sólo avalar gente nueva. Además de un razonamien­to muy limitado. ¿Para qué compartir el poder con un extraparti­dario, sumándolo a Cambiemos, si conseguimo­s este poder nosotros solos? Inmenso contraste con el gobierno de María Eugenia Vidal, donde la mitad del gabinete era peronista y con estrechos lazos con la oposición, con el sector que respondía a Sergio Massa.

Otro desacierto, la polarizaci­ón como única estrategia electoral de largo plazo. “Macri logró arrodillar a Cristina ante Esteban Bullrich, pero la estrategia decía que había que evitar que Cristina cayera, levantarla y ayudarla a que siga siendo protagonis­ta porque Macri la necesitaba viva, era su razón de ser para que la sociedad siguiera eligiéndol­o a él”, reflexiona una de las espadas oficialist­as.

Macri tuvo la oportunida­d de moldear una oposición a su gusto. El kirchneris­mo estaba vencido, con su máxima referente derrotada. Pero el Presidente estaba cerrado. Ahora, a la luz del fin de su gobierno, aquél episodio queda en evidencia.

Lo resumiría en el cierre de campaña el candidato presidenci­al del frente Unite, José Luis Espert. "Macri no ha sido incapaz de ponerle freno al kirchneris­mo: fracasó y por el fracaso de Macri tenemos otra vez al kirchneris­mo golpeando las puertas". La suerte del macrismo ya estaba echada desde hace tiempo. ■

El presidente convocó a todos al CCK. En lugar de un discurso fundaciona­l, se ocupó de retarlos.

Macri pudo moldear a la oposición a su gusto. Había derrotado a Cristina Kirchner.

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Estrategia errada. Macri siempre se apoyó en Marcos Peña para diseñar la táctica electoral, que no alcanzó para lograr la reelección.

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