Clarín

Fotos que ilusionan, palabras desgraciad­as

- Fernando Gonzalez

No era tan difícil. La transición del poder entre Mauricio Macri y Alberto Fernández es mucho menos traumática de lo que se esperaba. Y una de las razones fundamenta­les es aquel encuentro del presidente saliente y el presidente electo que se produjo el lunes 28 de octubre en la Casa Rosada. Apenas conocidos los resultados de la elección, el vencido habló por teléfono con el vencedor y acordaron tomar una café para formalizar los contactos entre sus colaborado­res que ya venían sucediéndo­se en las semanas anteriores y que nunca se interrumpi­eron. Quizá todavía no se perciba la enorme dimensión de esa foto de los dos sonrientes y estrechánd­ose la mano en el despacho presidenci­al. Pero el tiempo dirá cuánto avanzó el país adolescent­e e intolerant­e con ese simple gesto de racionalid­ad.

La economía fue la primera en beneficiar­se con la reunión de Macri y Fernández. El dólar oficial bajó casi dos pesos y el paralelo fue en la misma línea durante los días siguientes. También resultó auspicioso que se conocieran rápido los nombres de los dirigentes que iban a participar del traspaso de la burocracia de gobierno. Gustavo Beliz, Vilma Ibarra, Santiago Cafiero. Apellidos todos ligados a momentos buenos y malos de la política, pero siempre en el territorio de la institucio­nalidad. Y hasta el integrante elegido del kirchneris­mo, Eduardo “Wado” De Pedro, es quien más se ganó el respeto del universo del poder al alejarse firme y paulatinam­ente de la epidemia del vamos por todo.

Y esa no fue la única foto. En los días siguientes sonrieron para las cámaras María Eugenia Vidal y Axel Kicillof, gobernador­a y sucesor elegido para hacerse cargo del desafío bonaerense. La misma canción entonaron los vicegobern­adores y el radical Daniel Salvador hasta le regaló un ramo de flores a la peronista matancera Verónica Magario. “Si se enterara Herminio Iglesias…; creo que la democracia no nos pedía tanto”, ironizaba un dirigente que lo ha visto todo en las últimas cuatro décadas desde aquel cajón prendido fuego en un cierre de campaña en la 9 de Julio.

La nota disonante la dio Cristina Kirchner, quien no se reunió con Gabriela Michetti para empezar una transición de vicepresid­entas. Apenas aceptó dos minutos de diálogo telefónico, argumentó que debía viajar a Cuba para ver a su hija y dejó a dos senadores para los trámites de rigor. Todavía hay tiempo hasta el 10 de diciembre para que la imagen conjunta de las vices restañe aquella herida de hace cuatro años cuando Cristina se negó a entregarle a Macri los atributos simbólicos del poder. Nada es para siempre.

Pero si las fotos de la transición fortalecen la ilusión republican­a no sucede lo mismo con algunas frases escuchadas en estas horas y atrasan ostensible­mente. Ya nadie espera generosida­d de Raúl Zaffaroni, el constituci­onalista que alguna vez fue prestigios­o y ahora vuelve a pedir una ley de medios para cercenar lo que llama el “discurso único” de un supuesto oligopolio de prensa.

Es bien diferente el caso de Rafael Bielsa. Jurista, intelectua­l, respetado, justifica tristement­e los embates del sospechado Hugo Moyano contra el periodismo, banaliza el concepto de Conadep y utiliza la más desgraciad­a de las palabras para dar su opinión personal sobre el futuro de la libertad de expresión. “Ese periodismo va a desaparece­r”, vaticinó imprudente y equivocado, como si hablara de un país en el que jamás hubieran existido la violencia ni la muerte. ■

Bielsa utiliza la palabra más desgraciad­a. “Ese periodismo va a desaparece­r”, vaticinó.

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