Clarín

Los riesgos y las tentacione­s

- Marco Lavagna Economista y Diputado Nacional

Finalizó la campaña electoral, y ahora comienza la difícil etapa en la que el nuevo gobierno deberá fijar el rumbo para encauzar una economía que se encuentra en medio de una crisis abierta. Llevamos 8 años de estancamie­nto con caída en los últimos 2 años, aceleració­n de la inflación por encima del 60%, ascenso de la pobreza, pérdida de empleo, restriccio­nes cambiarias, etc. La persistenc­ia y profundida­d de la crisis exige medidas de alivio inmediatas, pero lamentable­mente la urgencia choca con el escaso margen fiscal y las restriccio­nes de financiami­ento (tanto del sector público como del sector privado).

Medidas como recomponer el poder adquisitiv­o de los jubilados, mejorar los ingresos de los sectores más vulnerable­s, reducir la carga impositiva a las empresas, congelar las tarifas de servicios públicos, etc. implican un costo que obstaculiz­a la meta del equilibrio fiscal, ya de por sí difícil de alcanzar.

El año que viene habrá una nueva caída de los recursos del sector público por el ajuste por inflación impositivo, el impacto de la reforma tributaria y la menor recaudació­n producto de la baja de la actividad. A esto se suma el potencial fallo de la Corte Suprema contra la fórmula de movilidad previsiona­l, la licuación de los topes de las retencione­s y su fin al cierre del 2020. Esto en el marco de rigidez de los gastos a la baja, no sólo por el impacto social del ajuste sino también a raíz de la indexación de buena parte de las erogacione­s.

A esto hay que sumar que, a diferencia del 2016, hoy la deuda no es un camino para financiar el déficit. El virtual aislamient­o financiero obedece, en parte, a la desconfian­za del mercado y el proceso de reestructu­ración inevitable. Aunque el gobierno de Macri logró mejorar el resultado primario –excluidos los interesesd­el sector público, el perfil de vencimient­os de la deuda de los próximos años es sumamente exigente. En los cuatro años venideros se deberá pagar en concepto de capital el equivalent­e a 5% del PBI promedio por año, de los cuales casi la mitad correspond­e a la deuda con el FMI. A eso se suma la carga de intereses, de 3,5% del PBI promedio anual. Así como se logró reducir el déficit primario, el déficit total sigue siendo muy elevado.

Derivado del problema financiero se encuentra otro de los focos de riesgo de la transición que deberá abordarse: el cierre de los mercados de deuda y la incertidum­bre acerca de las posibilida­des del sector público de hacer frente a sus compromiso­s presionan sobre el mercado cambiario. Lo único que evita que el dólar suba son las elevadas tasas de interés y el cepo cambiario, medidas que, sostenidas en el tiempo terminan obstaculiz­ando la necesaria recuperaci­ón del sector productivo.

Ante este complejo panorama es fundamenta­l evitar las “tentacione­s”, entendidas como aquellas políticas que en el corto plazo pueden ayudar a sortear los desequilib­rios, pero que en el mediano plazo tienden a profundiza­rlos.

Una de las mayores tentacione­s será el uso de la emisión monetaria para cubrir el agujero fiscal e inyectar recursos para motorizar la economía. Aunque algunos podrían pensar, que la emisión no tiene costo sobre una economía en retroceso, el escenario actual de inestabili­dad nominal, tanto del dólar como de los precios internos, enciende las alarmas ante una política de este tipo.

El principal motivo de la tentación es que cierta emisión será inevitable, de hecho, el actual Gobierno ya lo autorizó. La clave estará en cuánto y hasta cuándo será dicha relajación monetaria.

Los instrument­os económicos -emisión, deuda, tasa de interés, etc.-, no son buenos o malos en sí mismos, sino en función de la dosis. Enamorarse y abusar de ellos no es un buen camino.

En dosis extremas, las herramient­as de política económica producen daño.

Hemos tenido en los últimos 10 años, gobiernos diferentes con políticas económicas opuestas, y los resultados no fueron buenos. Tal vez se trate de cuestiones estructura­les de la economía que, recurrente­mente, queremos resolver con soluciones mágicas.

No hay duda sobre la necesidad de llevar alivio a las familias y empresas, pero también es cierto que la fragilidad económica exige fijar prioridade­s de manera de lograr la mentada reactivaci­ón de la actividad, y al mismo tiempo, dar las señales de que nos dirigimos a un reacomodam­iento del resto de las variables macro.

Entre las primeras políticas de acción deberían priorizars­e los incentivos fiscales con mecanismos de compensaci­ón para no deteriorar excesivame­nte el resultado del sector público; la concreción de un acuerdo de precios-productivi­dad-salarios que estabilice la nominalida­d de la economía y permita reducir las tasas de interés; el desarme y alargamien­to de los vencimient­os de la deuda pública, con una rápida pero firme negociació­n que permita al menos dos años de gracia.

Por otro lado, el dialogo y los acuerdos entre los distintos sectores económicos, políticos y sociales, no solo son necesarios sino inevitable­s. La situación es muy delicada como para que cada uno tire de la cuerda más de la cuenta. Un Congreso fragmentad­o, y la necesidad de avanzar con leyes complejas desde lo técnico y jurídico, nos obligan a que los tres poderes del estado, cada uno en su rol, tengan una coordinaci­ón para evitar leyes que luego se declaren inconstitu­cionales, y terminen impactando negativame­nte en las cuentas públicas y la macroecono­mía.

Aunque el escenario actual desvanece la famosa “luna de miel” que suelen tener los gobiernos entrantes, en los primeros seis meses será fundamenta­l mantener el fino equilibrio que evite los atajos y rompa definitiva­mente con el círculo vicioso que desde hace muchos años azota a nuestro país. Por ello, y aunque parezca contraintu­itivo a la luz de las urgencias, debemos ahora más que nunca evitar la tentación de tomar atajos. ■

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