Con técnicas digitales, lograron actualizar los rasgos de San Martín
El rostro del Libertador. Lo hizo un diseñador, quien basó su trabajo en modelos y en testimonios de gente que lo conoció.
Su mirada era vivísima; ni un solo momento estaban quietos aquellos ojos; era una vibración continua la de aquella vista de águila: recorría cuanto le rodeaba con la velocidad del rayo.
La descripción del militar mendocino Gerónimo Espejo le calza a Teo Ghigliazza, que hoy tiene 7 años pero aquella tarde levantaba cuatro delgados deditos si algún vecino de Pueblo Esther le preguntaba la edad. Allí donde comienza a inclinarse el taco de la bota de Santa Fe, la diversión eran las cabras, nutrias y pavos reales en patios o quintas de los 12 mil habitantes de la localidad, pero también el estudio de papá.
“¿Ése quién es?”, preguntaba señalando el monitor de la PC. “Es San Martín, hijo”, respondía Ramiro Ghigliazza. “¿Y ése, pa?”, apuntaba el nene. “También es San Martín. Son todas pinturas de la cara de San Martín, Teo”, le devolvía el padre con una chispa de duda prendiéndole el ceño.
Cuatro años después, Ramiro Ghigliazza (44) guarda en el mismo escritorio un recorte del diario La Prensa de 1960. Una amarillenta nota, titulada “Los rostros de San Martín”, revolvía el enigma que se convirtió en revelación para el diseñador gráfico nacido en Morón.
A partir de la inocente pregunta de su hijo, Ghigliazza comenzó una investigación ardua y creó un retrato digital e hiperrealista del Libertador que hoy hace ruido en los cimientos del mundo sanmartiniano.
Su obra es igual a una foto. Siguió testimonios de contemporáneos que habían descripto al mayor héroe argentino, usó de modelos a personas que compartían rasgos, cotejó cada detalle con uno de los cuadros más famosos y con el daguerrotipo de 1848, cuando el General tenía ya 70 años, e interpretó un José Francisco de San Martín de 40 años con una mirada negra y desafiante como la de Teo cuando le preguntan si le gusta más Batman o nuestro prócer.
“No medí todo lo que se podía venir”, admite Ghigliazza, que el lunes recibió una distinción en el Congreso de la Nación, además de un reconocimiento del Instituto Nacional Sanmartiniano y la atención de figuras destacadas de la cultura como León Gieco o Juan José Campanella.
“Yo no soy historiador, ni siquiera sabía demasiado sobre San Martín cuando empecé. Más allá del proyecto del mapa, mi sueño máximo es donar la imagen a todas las escuelas rurales de Argentina”, dice a Clarín.
¿Cuál es el proyecto del mapa? “Instalar una réplica del cuadro en todos los lugares emblemáticos de la vida de San Martín. Ya está en San Lorenzo, donde fue el combate de 1813, y quiero llevarlo a Yapeyú (donde nació), Mendoza (donde gobernó y gestó el Ejército de Los Andes) Maipú, Lima (sedes en Chile y Perú de las batallas libertadoras más importantes tras el cruce de la cordillera), Boulogne-sur-Mer (Francia, donde murió) y Cervatos de la Cueza (España, pueblo de su casa materna)”, explica.
“A las figuras políticas y militares, en los años de la independencia, se las ‘embellecía’, por decirlo de algún modo”, explica Roberto Colimodio Galloso, historiador sanmartiniano. “Se omitían cicatrices, arrugas, se cambiaban detalles. Se cree que una de las últimas veces que San Martín posó fue en 1828, en Bruselas, para el artista Jean Baptiste Madou. Así lo registró en una carta que mandó a su amigo Guillermo Miller”, detalla.
Volvió a posar a los 70, para el daguerrotipo, técnica madre de la fotografía que dejó para la posteridad la imagen más fiel del padre de la Patria. “Lo llevaron a hacerlo sus familiares, casi obligado”, dice Colimodio.
Ghigliazza rastreó testimonios de militares, políticos y artistas que habían conocido a San Martín. “Me basé en la imagen del daguerrotipo y en el cuadro de la bandera: una obra que se discute si fue pintada por la profesora de arte de Mercedes, la hija del General o ambas”, explica.
Hace diez años, Cristian Dariosi (47) tuvo un pico de estrés. Lo mandaron a hacer deporte y empezó a practicar taekwondo con sus hijos en
Alvear, a 14 kilómetros de Rosario, donde vive y se dedica a vender carne. También a jugar al tenis. Entre raquetas conoció a Ghigliazza, que se convertiría en su amigo y expondría su rostro a la metamorfosis menos pensada: lo convertiría en San Martín.
“Me decía que yo tenía un parecido... que la forma de mi cara le servía”, cuenta. Los retratos que disparó el fotógrafo rosarino Beto Ritta fueron el puntapié inicial para el nuevo rostro de San Martín. Ghigliazza buscó modelos con los rasgos que en los cuadros históricos no aparecían o estaban disimulados.
La “nariz aguileña”, “cejas frondosas”, “tez aceitunada” y, sobre todo, una mirada tan filosa como su famoso sable corvo son detalles que destacan todos los testimonios que inspiraron a Ghigliazza, que van desde Juan Bautista Alberdi hasta la escritora inglesa María Graham o el viajero inglés, supuesto espía, Basilio Hall.
Una de esas correcciones se convertirían, además, en una reivindicación histórica: la cicatriz del combate de San Lorenzo, la única batalla que San Martín libró en territorio argentino y una gesta patriótica fundamental para la liberación de América. Fue por eso que la instalación del primero de los cuadros en San Lorenzo (de 2,40 x 1,90 metros) fue emblemática. “Acá San Martín dio el puntapié inicial para la emancipación del continente. Si sus granaderos no hubieran ganado ese combate, quién sabe qué hubiera sido de nuestra independencia”, dice Germán Bonansera, del Museo Conventual de San Carlos Borromeo, que recibe a más de 100 mil estudiantes por año. ■