Clarín

René Lavand, el que no lo podía hacer más lento

- Daniel Mecca dmecca@clarin.com

Héctor René Lavandera pasó a la historia como René Lavand. No le gustaba que lo llamaran mago. Mucho menos que alguien le dijera que hacía trucos. Se definía como un ilusionist­a. Una vez contestó cómo había aprendido todo esto: ‘todo esto’ era el virtuosism­o de su mano izquierda, la mirada atenta, los relatos que contaba, la pausa, su mano derecha en el bolsillo, la sonrisa de galán. Todo esto lo había aprendido de los grandes: Beethoven, Bach, Vivaldi, Mozart. A los 9 años, en un accidente de autos, perdió la mano derecha. No había técnicas de prestidigi­tación para una sola mano. Tuvo que ser autodidact­a. No leyó ningún libro de ilusionism­o ni de cartas. Inventó su propio estilo. El laboratori­o (así llamaba a su lugar de ensayo) era su lugar más íntimo: allí se sentaba cada mañana, apoyaba su mano izquierda sobre el paño verde y mezclaba las cartas. Vivió en Tandil. Actuó para millones desde la televisión. Se presentó en teatros de la calle Corrientes. Dio clases, seminarios. Dio la vuelta al mundo: fue invitado en los programas de Ed Sullivan y Johnny Carson. Tocó la gloria. Amaba las cartas. Decía: “La baraja es un frágil pájaro que si lo aprieto demasiado lo mato y si lo suelto por demás se me vuela”. Recordaba a Homero Manzi, que escribió que los naipes son cartones pintados con palos de ensueño, de engaño y amor. Buscaba la belleza de lo simple. No lo podía hacer más lento. Quizás la mejor definición sobre él la dijo el ilusionist­a español Juan Tamariz: “es el maestro de la pausa y el poeta de las cartas”. Su mano era música.

Jugó sus últimas cartas la mañana del sábado 7 de febrero de 2015. Tenía 86 años.

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