Una perversión sin límite ético y que no tiene tratamiento posible
Lo que importa es la apariencia: camisa blanca, traje planchado, corbata anudada con dedicación. También las palabras: esas frases coloquiales lanzadas con serenidad, sin titubeo, al estilo de “disculpen, me duele un poco la cabeza. ¿Podremos seguir en otro momento?”, o“Estoy sorprendido por las conclusiones a las que usted ha arribado, especialmente en los puntos que se refieren a la producción”. No hay terremoto que agriete el edificio antisísmico sobre el que se erige Ricardo Russo. Nada lo mueve: ni la condena social, ni la pesadilla de pasar una década en la cárcel. Tampoco la evidencia desplegada: casi mil fotos y videos de chicos forzados a realizar actividades sexuales explícitas, sin contar las sesiones fotográficas que él mismo produjo con niñas desnudas. ¿Cómo es que solo, en un escenario absolutamente adverso, un hombre puede sostener su inocencia hasta el final?
A Osvaldo Delgado, profesor titular de la materia Psicoanálisis de la Facultad de Psicología de la UBA, no le sorprende la posición negadora: “La pedofilia es un síntoma de la perversión, igual que el sadismo, el masoquismo, el exhibicionismo y el voyeurismo. La persona con rasgos de perversión puede saber que es un delito lo que hace, pero no lo angustia. Entiende que hay un conflicto, pero a él no le afecta en lo más mínimo. No hay límite ético, ni del amor, ni tampoco del deseo”.
Una consecuencia de la carencia de límites es que tampoco hay “otro lugar” donde ir. En palabras de Delgado, “es inmodificable. Nada va a hacerlo retroceder y no tienen posibilidad de tratamiento. Se pueden trabajar algunas cuestiones importantes, pero no la pedofilia en sí: es una posición de goce fija, inamovible”.
Básicamente -aclaró el expertoporque “la pedofilia no es algo que le produzca a la persona un efecto de división o de angustia. Se puede reconocer que haya un conflicto social y con la cultura, pero no se produce ninguna división ni cuestionamiento, ningún deseo de renunciar a eso”.
Verónica Llull Casado es doctora en Psicología, especialista en psicología forense y adjunta a cargo de la materia “Psicología del delito y del delincuente” de la UBA. Según ella, en un caso como el de Russo “se tiene cabal registro de la criminalidad de los actos y por eso se oculta. Más allá de que registre la criminalidad, no está dispuesto a resignar sus condiciones de goce, a ordenarlas en función de la legalidad cultural. Sabe que no es socialmente aceptable, pero la cultura no lo tocó en ese punto”.
¿Cómo conviven, en el mismo sujeto, un pedófilo y una “eminencia de la reumatología pediátrica”, como era considerado Russo en su entorno? Según Delgado, “pueden convivir perfectamente, se puede ser un profesional exitoso, o como se ha visto en muchas oportunidades, un obispo referente que congregue gente, hable del bien y del mal, del castigo, y sostenga una práctica pedófila. Puede ser, además, un excelente colega y ser apreciado en su entorno”. Pero Llull Casado explicó que suele haber “un ocultamiento de todo lo que pertenece a la esfera íntima. Montan una fachada, una estructura que los vuelve aceptables socialmente”.
El accionar de Ricardo Russo recuerda casos de abusadores renombrados, como el psicólogo Jorge Corsi, “eminencia” en materia de violencia familiar, detenido en 2008, acusado de integrar una banda de pedófilos, quien luego de pasar 3 años en la cárcel fue liberado en 2014. Además, el más reciente caso del abogado Gustavo Rivas, el entrerriano “ciudadano ilustre” y pedófilo a la vez, denunciado en 2018 por abuso sexual a menores, y condenado este año, aún sin sentencia firme.
“No hay un patrón absoluto: hay pedófilos con un trato amistoso, familiar y otros más distantes. Es absolutamente variable”, remarcó Delgado. Y concluyó: “Lo que tienen en común es ese goce que es violatorio porque no es consentido y es una violación a los derechos humanos”. ■
El perverso sabe que está cometiendo un delito, pero no lo afecta en lo más mínimo.