Buenos Aires, la reina de los rosedales
Buenos Aires, la reina del Plata. Buenos Aires, la reina violeta -por los jacarandás que la “pintan” desde mitad de este mes-. Y Buenos Aires, la reina de los rosedales.
Es cierto que cuando en la Ciudad se habla del Rosedal se alude al de Palermo (1914). Con al menos 18.000 rosas de 97 especies, convive con un puente de estilo griego, el Paseo de los Poetas –con bustos de Borges, el Dante y Shakespeare– y el Patio Andaluz, decorado con mayólicas hasta en los escalones. Lago. Botecitos. Sin embargo, Capital tiene otros rosedales menos populares, para algunos secretos. Uno, nacido en la década de 1930 y recuperado hace tres años, está en Parque Chacabuco y otro, de 2003, en Puerto Madero.
Carlos Thays, el paisajista que llegó desde Francia y transformó la Ciudad, ideó el Parque Chacabuco en 1903, con una gran arboleda, un vivero, canchitas y un tambo donde vendían leche recién ordeñada. Y en la década de 1930 plantaron un rosedal alrededor de uno de sus símbolos más lindos: la Fuente de los Sapitos, un espejo de agua de 45 metros de largo con surtidores de bronce con forma de esos animales. Fuentes oficiales indican que el espacio llegó a exponer unas 3.000 variedades de flores. Pero fue descuidado casi hasta su desaparición.
Renació. El Rosedal de Parque Chacabuco, ubicado en el Parque a la altura de Emilio Mitre entre Zubiría y Tejedor, entre rejas, fue reinaugurado en 2016 con 1.000 rosales y con apoyo de la Asociación Coreana en Argentina. También, con canteros diseñados para dibujar el logo de esa institución. Cuatro “lágrimas”. La roja, hecha con Begonias Flor de Azúcar; la azul, con petunias; la amarilla, con Tagetes Patula, y la verde, con Ophiopogon Japonicus, indicaron a Clarín desde el Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño. ¿La Fuente? Voló en los 70, con la construcción de la Autopista 25 de Mayo, y fue reemplazada por una más sencilla -de 25 metros- en 2004.
Más joven y modesto, el Rosedal de Puerto Madero es también de cuento. Entre Rosario Vera Peñaloza y Calabria, despliega, en 1.800 m2, “nubes” de colores intercaladas con cuadrados de césped y de piedra gris. Y, a medida que uno se acerca, perfumes de 3.884 rosales de 27 especies. Es parte del Parque Micaela Bastidas: 5,4 hectáreas donde conviven la Plaza del Huerto, donde lo sembraron; la del Sol y la de los Niños, entre “colinas” de hasta 5 metros de alto sostenidas por murallones de piedra -inspiradas en las barrancas típicas de las plazas cercanas al río-, escalinatas y senderos. Las rosas tienen competencia.
Este Parque, obra del estudio de los arquitectos Néstor Magariños, Irene Joselevich y Graciela Novoa, cuenta con 2.500 árboles -jacarandás, entre ellos- de 150 especies y 40.000 plantas. Pero ellas saben ganarse el lugar.
El Rosedal de Palermo tiene una fama justificadísima. Fue el pionero local. Los rosedales, como los conocemos hoy, nacieron a fines del siglo XIX en Francia y se expandieron “con su diseño geométrico, glorietas (...) estatuas y miles de rosales de todas las variedades posibles. Y Buenos Aires no fue ajena a esta moda”, explicó la historiadora Sonia Berjman, experta en paisajismo. Y agregó que éste “primero fue un jardín de rosas francés, luego se le sumó uno español -donde está el de los Poetas- y por último, el Patio Glorieta Andaluz”.
El Rosedal de Palermo fue, es, más: en 2012 ganó el Premio Jardín de Excelencia, la distinción internacional más importante, entregada por la Federación Mundial de las Sociedades de Rosas. Y dejó claro que en Capital florecen algunas de las mejores del planeta. ■