Clarín

En el Oeste del GBA desde 1999

Crian hijos sin escuela ni vacunas

- Gonzalo Sánchez gsanchez@clarin.com

Como esos hombres y mujeres que llegaron a un condado para refundarlo porque “venía un gurú llamado Osho”, en un mismo ejercicio de anuncio de la buena nueva, pero sin parafernal­ia, esta comunidad llamada "Las Doce Tribus" (por las doce tribus de Israel) tomó un mandato provenient­e de California, donde moran sus creadores, y se instaló en 1999 en una zona boscosa de General Rodríguez. Justo enfrente del convento de la hermana Aparicio, donde José López pretendió esconder bolsos con 9 millones de dólares.

En esa zona el grupo, que rechaza dar entrevista­s, tiene hoy dos cosas: un predio de 5 hectáreas donde viven más de cien personas y, a pocos minutos, detrás de la planta de La Serenísima, un restaurant­e gourmet que funciona de domingo a viernes las 24 horas. "Las puertas de nuestra casa siempre deben estar abiertas para dar refugio", explican. Muchos porteños, buscadores de ocio, empiezan a considerar­lo el secreto mejor guardado del oeste bonaerense, una posta de comida orgánica en un corredor de fines de semana que solo admite el olor de las parrillas.

Se llama Yellow Deli, como los otros doce restaurant­es similares que la comunidad posee en otros doce países. El local de fachada amarilla sólo cierra el séptimo día, el día que Dios, según predican los mozos de la comunidad, citando al Antiguo Testamento, vio todo lo que había creado, dijo que “era bueno” y finalmente descansó.

Pero ahora, a las 6 de la tarde de un viernes, en el predio comunitari­o la celebració­n va a comenzar. Aún trinan las aves y un olor a leña quemada impregna de naturaleza todo. Adentro de una gran cabaña octogonal hay familias, niños, niñas, vecinos. Convidan a los invitados un almíbar fresco que riega la algarabía extendida. Una seña clave de los integrante­s de las Doce Tribus, según reportes del grupo que existen en Internet y según la propia experienci­a de Clarín: la cordialida­d extrema.

Los hombres visten jean holgado con la botamanga doblada hacia afuera, camisas a cuadros y vincha. Una moda anacrónica o una moda sin tiempo. Las mujeres, vestidos hasta los pies, túnica sobre la cabeza y la misma vincha por encima de la túnica. Ellos parecen granjeros. Ellas vírgenes. La idea de la ropa es que no haya insinuacio­nes "ni invitacion­es al pecado", explica un miembro de la comunidad.

Empiezan a cantar en lenguaje bíblico. Arman un círculo, se toman de las manos, saltan a un lado y otro. Es el inicio de un ritual que repiten cada viernes y que opera como frontera entre el tiempo de trabajo que termina y el tiempo de sosiego que se abre: el sabbat.

Se sientan en círculo. Sacan sus biblias. Un muchacho delgado se pone de pie: "Acá - intenta explicar-, en Isaias 32, dice que hay un muro, pero no un muro para aislarse, sino un muro protegido por ángeles... si, es muy bueno lo que dice porque significa que no hay vidrios para arriba como en los muros, sino ángeles... y creo que esos muros son... son...".

"Son de diferentes piedras", aporta una mujer joven rodeada de hijos y todos revisan sus biblias y asienten. Y así, encajando los dichos de unos y otros, en una construcci­ón horizontal, desordenad­a y colectiva, el auto convencimi­ento toma forma y se impone el mensaje de que solo de ese modo "sin contaminac­ión" es posible conocer "la verdad". Fin de la ceremonia y la cena: presas de pollo orgánico con verduras de la huerta que le tocó cocinar para todos a una de las familias del grupo. Anochece en General Rodríguez.

“Pero no es judaísmo”, aclara Jaír el primero de los integrante­s que habló con Clarín. Un muchacho de treinta y pico provenient­e de Centroamér­ica que como los demás cambió su nombre original por uno bíblico.

Hace muchos años, Jaír no era Jaír. Viajaba en busca de un destino, cuando le contaron que en el oeste de Buenos Aires un grupo de personas vivía esperando al mesías, cultivando la tierra y lejos de los anzuelos del consumo.

Supo más Jaír: que nadie manejaba dinero y que si alguien necesitaba zapatillas o medias, una especie de ecónomo se ocupaba de comprarlas. Que comían lo que producen y que compartían desde el pan de la mañana hasta la educación de sus propios hijos.

Lo invitaron a estar con ellos y pudo comprobar Jaír que cada cual asumía su rol: los esposos como esposos, las esposas como esposas, los solteros en su lugar, los niños libres, corriendo entre limoneros, cobijados dentro de los límites del predio y fuera de todo sistema educativo formal; los ancianos ni líderes ni sabios. Sin vacunas, sin escuelas, sin televisión, sin Internet, pero muy pendientes del otro, en una cofradía de cariño edificada a base de renunciami­entos. Evitando los pleitos y trabajando por una misma causa: la recreación en la Tierra de un posible Reino de Dios. Para Jaír, todo eso tuvo sentido. Se quedó. Atiende el Yellow Deli por las mañanas.

Las Doce Tribus no figuran en el Registro Nacional de Cultos. Sus integrante­s admiten que no son una religión. Carecen de doctrina. No hay sistema de creencias. Pero sí acumulació­n de símbolos y rituales: para los expertos, reúnen las caracterís­ticas de una secta. Hay muy poca informació­n sobre ellos en la Web y algunas crónicas los dejan en un lugar polémico.

En Argentina, aparecen solo dos noticias: la que los pone cerca de la escena de José López y una denuncia por la desaparici­ón de una joven en Moreno. Rumores, finalmente descartado­s, de que podría estar viviendo en la casa quinta del grupo.

Los reportes de especialis­tas explican que la organizaci­ón se financia con donativos que piden a las familias de sus integrante­s. Creen en el "trabajo esforzado". Los jóvenes que llegan por curiosidad son muy bien recibidos. Se los invita a pasar la noche. Promueven intercambi­os con miembros de otros países. Se capacitan ellos mismos sobre todo en temas de pedagogía para ser educadores de sus hijos. Creen en el escarmient­o. Practican la circuncisi­ón.

"No nos gusta mostrarnos: podés venir y estar con nosotros, pero no damos entrevista­s ni fotos. Te pido que no nos filmes. Acá se dicen cosas, muchas son ciertas, muchas no, pero verás que en Rodríguez la gente nos quiere mucho", explica Kefa, un uruguayo amable que también se quedó y armó su familia en la comunidad.

Fue el anfitrión en las visitas que Clarín hizo al predio de la comunidad. Mostró las huertas, las cabañas que tienen algunas familias. Explicó cómo funciona el manejo de dinero: lo administra una persona. "Cuando hay un problema, nos juntamos y lo resolvemos entre todos", señaló.

Tiene tres hijos, Kefa. La más pequeña lo acompañaba, medio resfriada, durante las caminatas. Comía una mandarina. Kefa se detuvo entre las plantacion­es y señaló: "¿Ves esos niños que corren? Están en clase". -¿Y quiénes son las maestras? - Nuestras esposas mismas. Los niños y "las maestras" jugaban una especie de carrera de postas. - ¿Vacunan a los niños?

- No

- ¿Y cómo curan una gripe?

- Con propóleo y té. ■

Tienen un restaurant­e gourmet, que abre todo el día, con excelentes críticas de los clientes.

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QUINTEROS Casaquinta. Donde vive la comunidad en General Rodríguez.
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Casamiento. Una de las escenas de la vida cotidiana de “Las Doce Tribus”. Tienen sus propios rituales.
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El restaurant­e. Cada vez más porteños van por la comida orgánica.

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