Clarín

Cuando el recuerdo impide el propio perdón

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

¿Todos podemos ser homicidas, aunque sea de manera involuntar­ia? Esta es la irreductib­le pregunta que surge con historias de accidentes que fueron excluyente­mente tales, es decir en los que no hubo dolo o contravenc­ión detrás. Reventar un neumático, “tocar” una bicicleta que viene en contramano, frenar de golpe no por nuestra culpa...

No queda duda de quién se lleva la peor parte: la persona muerta. El victimario sigue con vida pero tiene que aprender a codearse con una culpa que a veces parece imposible de redimir; no hay vuelta atrás.

Pam Uhr es una mujer de Texas. En su último año del secundario, llevó a dos compañeros en el auto. Un neumático resbaló y se produjo el choque; los chicos falleciero­n. Ella confiesa, en una nota en The Guardian, que cuando tuvo sus propios hijos pensó que podía sufrir una especie de “justicia cósmica” que los matara por lo que ella había ocasionado.

En ese mismo texto, el autor, David Peters, recuerda que cuando tenía 19 años el sol lo encegueció, realizó una maniobra errada, produjo un accidente y una motociclis­ta falleció. Religioso, le contaron que en el Antiguo Testamento hay versos que hablan de las Ciudades Refugio para quienes matan sin intenciona­lidad. Deben ir a allí para evitar ser ajusticiad­os, siempre que los ancianos de esa ciudad consideren que merecen misericord­ia. ¿El alejamient­o como olvido? ¿El perdón para quien no había tenido mala intención? ¿O no condenar al inocente así haya causado algo espantoso?

La psicóloga Maryann Gray -atropelló a un chico de 8 años que se le cruzó- creó el sitio www.accidental­impacts.org, espacio de encuentro y de catarsis para quienes viven esta situación. ¿Qué aparece como denominado­r común entre ellos? La dificultad de olvidar, de vivir sin pensar en que, así sea sin querer, mataron a alguien. No es claro si esa imagen recurrente podrá obviarse alguna vez , sí que las personas no deben “congelarse” en ellas. Les toca aprender que la vida tiene muchas caras y que su error, si lo hubo, o su mala suerte no definen a todas para siempre: cuesta, pero hay que saber aceptar la propia clemencia.

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