Clarín

El cambalache al que el Papa llama “lawfare”

- Fernando Gonzalez

En el país de la grieta el papa Francisco perdió dos oportunida­des. La primera fue en 2015. ¿Quién sino él podría haber convocado a los candidatos presidenci­ales para unirlos en una foto junto a la presidenta de entonces? Pocas contribuci­ones se habrían acercado a esa imagen que ninguno de ellos podría haber rechazado. Bergoglio siempre pareció preocupado por las heridas de la transición del poder. “Cuiden a Cristina”, era su frase de cabecera ante cada dirigente que recibía en el Vaticano. Pero allí se terminó todo. No hubo encuentro entre Macri, Scioli, Massa y la mujer a la que había que cuidar. No hubo entrega de los atributos de mando. No hubo políticas de Estado ni Pacto de la Moncloa. No hubo nada.

Cuatro años después, el país adolescent­e no parece haber aprendido mucho. Al menos, Mauricio Macri y Alberto Fernández hablan por teléfono desde las elecciones del 27 de octubre para coordinar algunas cuestiones. Se pusieron de acuerdo en ponerle un cepo al dólar y en habilitar los contactos de algunos de sus colaborado­res. No lograron conciliar nada en torno a la situación de Bolivia y al destino de Evo Morales. Y es una incógnita todavía cuántos de los ritos de la inminente transición presidenci­al se respetarán el 10 de diciembre. ¿Habrá pasamanos del bastón entre el presidente que se va y el que se viene? ¿Asistirá Cristina a la ceremonia para verles la cara a sus adversario­s? El Papa hubiera sido un gran anfitrión de todos ellos en estos días. Pero Francisco ha vuelto a marginarse del proceso de recambio del poder en medio de la crisis y ya avisó que difícilmen­te visite la tierra donde nació durante el 2020.

Y no es que al Papa le disguste la política. Todo lo contrario. Como buen jesuita, prefiere la articulaci­ón y el armado subterráne­os. Se sabe que olvidó antiguas reyertas y que ahora siente afecto por Cristina. Del mismo modo que se percibe la antipatía que lo aleja de Macri. Reserva espacios de encuentro con María Eugenia Vidal o con Carolina Stanley y escuchará pronto los planes de Horacio Rodríguez Larreta para la ciudad de la que fue arzobispo. Ningún mensaje del poder le es ajeno. Y entiende a quien fortalece y a quien hiere cuando le envía un rosario a Milagro Sala o a Amado Boudou.

Sin embargo, sorprende cuando apuesta tan fuerte y respalda la ofensiva del peronismo contra el régimen de prisión preventiva. Habla de los presos del mundo pero todos entienden que se refiere a los presos de la Argentina y de la región. Sus palabras son maná del cielo para personajes como Julio De Vido o Lázaro Báez. Y las causas por corrupción, que asolaron en estos años a América Latina mientras crecía la pobreza, tienden a perder peso específico. Nadie se sorprender­á cuando las cárceles se empiecen a vaciar.

El Papa también se dedica a condenar el “lawfare”. La palabra moderna que utilizan algunos políticos para endilgarle los males de la corrupción a una supuesta conspiraci­ón de sus rivales, de los jueces y de los medios de comunicaci­ón. Si hay “lawfare” no hay Odebrecht ni contratos vergonzoso­s para la obra pública ni patrimonio­s abultados por el enriquecim­iento ilícito. Es un tiempo confuso en el que los pecadores logran invertir la carga del pecado. Sin tanto anglicismo, hace ochenta años y en medio de la década infame, Enrique Santos Discépolo definió como cambalache a ese estadio de la decadencia donde todo da exactament­e lo mismo. ■

En 2015 y ahora, Francisco pudo ser la prenda de unión que ningún candidato a presidente hubiera rechazado.

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