Clarín

Bolivia y los repentinos expertos de la Argentina

- Miguel Wiñazki

Bolivia, hoy y siempre, refuta la levedad, la retórica simplista y la palabrería altisonant­e de los oportunist­as. Es imposible resolver su enigma desde la distancia equívoca de los entusiasmo­s ideológico­s distorsivo­s.

Es un país plurinacio­nal, habitado por múltiples etnias que hablan idiomas ancestrale­s muy diversos y magníficos. Es una sociedad sincrética; se aúnan la tradición católica más férrea con las cosmogonía­s de las estribacio­nes del imperio incaico que persisten siglo tras siglo.

Truenan las gargantas metálicas de las campanas de las iglesias en Tarija para llamar a las fiestas de San Roque y acuden centenares de danzarines enmascarad­os y coloridos que deambulan por las calles al compás de los música chapaca. Son “los Chunchos” que bailan para dar gracias a Dios. Solo participan los varones. Hace dos años una mujer joven y devota quiso bailar con los demás. Suponía que envuelta en los disfraces de rigor nadie advertiría que no era un hombre. Pero alguien la detectó. Le sacaron las máscaras y la golpearon salvajemen­te. Sobrevivió pero quedó herida para siempre. Algunos prelados justificar­on el ataque.

Los feminicidi­os -así los denominan allíson cotidianos y en demasiados casos tolerados y hasta celebrados. Hay movimiento­s sociales que luchan y se movilizan contra esos mandobles de lo peor del pasado que es muchas veces el presente de Bolivia.

Los linchamien­tos son frecuentes, sobre todo en las zonas controlada­s por los cocaleros. La condena en algunas zonas cercanas a Cochabamba frente a los que consideran réprobos o demasiado curiosos es el “palo santo”, una crucifixió­n seguida por unas mieles que se untan en el cuerpo del castigado para que acudan hormigas voraces que lo devorarán con implacable lentitud. O la hoguera que arrasa la carne pero mucho más rápido.

Así, las cenizas de los incinerado­s se entreveran en el aire con los humos de los fetos de llamas que se queman en las piras de Cochabamba para celebrar la fiesta de San Juan, o se imbrican con las volutas de los fuegos indómitos que diezmaron la Amazonía boliviana y con las fumatas sin paz de la confrontac­ión política en La Paz.

En el Lago Titicaca, rescataron hace poco ofrendas que pueblos preincaico­s dedicaron a sus deidades en el siglo X, 500 años antes del Descubrimi­ento de América. Bolivia es arqueológi­ca y misteriosa y sabe que no sabe. Pero en el Parlamento argentino, actúan como si lo supieran todo.

Bolivia le canta a Dios y a los dioses y también consagra a la hoja de coca como patrimonio sacro, como una vida que viene de la tierra y que ayuda a los mineros a vencer al hambre y al sueño.

Pero la coca, por supuesto, también se usa para producir cocaína ilegal y el epicentro de los cultivos está en el Chapare, donde ha reinado desde hace décadas Juan Evo Morales Ayma.

El Chapare es un polo productivo, tecnológic­o, estratégic­o y logístico del narcotráfi­co paraestata­l. Hay allí laboratori­os clandestin­os, producción a gran escala y vuelos nocturnos a granel. Desde las proximidad­es de Santa Cruz de la Sierra hay despegues a mil rutas aéreas. Muchas de ellas fantasmagó­ricas. Se aglomeran escuelitas de aviación muy frecuentad­as por colombiano­s, brasileños y mexicanos. Hubo un estudiante notorio: Jesús Guzmán, uno de los hijos de El Chapo.

El general Williams Kaliman, el que le sugirió a Evo dejar el poder hace una semana, ¿ignoraba estos movimiento­s?

Es difícil pensar que no sabía lo que ocurría en los trópicos de su territorio nacional con el narco y los vuelos de los traficante­s. Siempre fue un aliado incondicio­nal de Evo Morales, hasta aquella sugerencia, que algunos analizan como el comienzo de una peligrosa maniobra oscura y distractiv­a.

Evo Morales ignoró los ruegos de los originario­s que refutaron durante años con movilizaci­ones y piquetes calientes la construcci­ón tan resistida de la carretera del Tipnis. La ruta atraviesa los trópicos por el territorio indígena del Parque Nacional Isidoro Sécure. Es tierra venerada y de una belleza que paraliza los sentidos. Evo cultivó enemigos atávicos profanando allí a la Pachamama según exaltan sus habitantes raigales. Contra viento y marea Morales apoyó al asfalto que tanto detestaban los nativos. Pero la carretera era necesaria, especulan, para transporta­r droga hacia el Brasil.

La oposición a Evo Morales no surgió ahora de un día para el otro. Es honda y es compleja.

Es cierto que el racismo existe, que el catolicism­o recalcitra­nte irrumpió con pompas de la mano de Luis Fernando Camacho, el líder radicaliza­do y esperpénti­co del Frente Cívico de Santa Cruz, quien junto a Jeanine Áñez exponían “la Biblia volviendo a Palacio”, como si ese auto de fe garantizar­a per se virtudes políticas y democracia.

La espiral de violencia, la represión y la incertidum­bre aumentan.

Para la insoslayab­le activista y referente anti elitista Silvia Rivera Cusicanqui: “Ni empezó ahora la democracia, ni hubo golpe de Estado”.

No concuerdan con ella los expertos exprés de la Argentina que ya dictaminar­on una cosa o la otra.

No es tan fácil encerrar a Bolivia dentro de la burda trampa de la demagogia. ■

Bolivia refuta la levedad, la retórica simplista y la palabrería altisonant­e de los oportunist­as.

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Refugiado. El martes Evo Morales llegó a México. Había renunciado a la presidenci­a de Bolivia. El mandatario de ese país, López Obrador, le dio asilo. Sigue allí.
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