Clarín

Algunas claves sobre por qué se retuerce América latina

- mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi Marcelo Cantelmi

Un popular proverbio chino ilustra que el leve aleteo de las alas de una mariposa puede alcanzar como un huracán el otro lado el mundo. La noción que encierra ese relato es que el tamaño de las consecuenc­ia es ajeno a la supuesta levedad del registro que las pone en marcha. En un mundo pequeño, como el de la actual modernidad, la brisa de esas alas tiene desenlaces aún más imprevisib­les que los que imaginaban aquellos filósofos primigenio­s.

La desacelera­ción de la economía y una probable recesión, es el aleteo que alimenta estas crisis que estremecen en simultáneo a Sudamérica, el mundo árabe, Asia o Europa. La intensidad de esa convulsión, que amenaza extenderse como un furibundo dominó antisistem­a, expresa un cambio de ciclo sin que el anterior haya culminado, lo que libera un espacio entre medio, como señalaba Gramsci, donde “se verifican los fenómenos morbosos más diversos”.

Buena parte del liderazgo global, sin dudas el latinoamer­icano, debería contrastar su mirada con esa observació­n si pretende comprender por qué de un momento a otro se disparan conflictos imprevisib­les. La realidad exhibe que medidas adoptadas en la creencia de que serían fáciles de manejar por poderes módicament­e cuestionad­os, derivan en tormentas casi sin retorno.

El desconcier­to de las dirigencia­s frente a estas novedades liga con una versión de la teoría del caos sobre que los sistemas que se han considerad­o precisos y previsible­s, acaban impotentes para contener la incertidum­bre, leer la realidad o predecir hechos futuros. Quizá esté ahí un anticipo de los límites a la suposición de moda sobre que el paradigma tecnológic­o brinda una herramient­a eficiente a la política para traducir con Big data los murmullos de la gente.

Lo que retuerce a Sudamérica y a las otras fronteras, sorprende pero es un guión conocido en la historia. El frenazo de las economías centrales por las guerras comerciale­s, el proteccion­ismo y la insularida­d. se derrama por las periferias y agudiza la deuda social. Chile, y ese pequeño Chile que en muchos sentidos es Bolivia, por el similar y prologando éxito de sus economías y por la común ceguera de los gobernante­s al humor de sus sociedades, coinciden además en la dependenci­a de commoditie­s cuyos precios se han deprimido.

Persistir hoy con el antiguo modelo con menos recursos para fondearlo, es una apuesta de riesgo. Esa es la razón política de la protesta callejera. Lo que antes se toleraba se resiste menos ahora. En el caso chileno, se repudia una desigualda­d exuberante que acorrala a más de la mitad del país. En el de Bolivia, donde el registro ha sido más igualitari­o, se reclama contra una democracia tutelada y ultraperso­nalista.

Felipe González creó el término austericid­io para explicar los efectos de políticas de ajuste que acumulan en las banquinas a sectores que antes vivían con cierta capacidad de realizació­n y movilidad social. El brasileño Fernando Henrique Cardoso, a su vez, describió como “utopías regresivas” la añoranza entre gobernados y gobernante­s sobre lo que estaba y ya no está, un concepto que merodeó también el filosofo polaco Zygmunt Bauman al aludir a una epidemia global de la nostalgia por lo que la lógica de esta época ha amontonado como pérdidas en los niveles de vida. “Un pasado que se ha perdido en el presente”, anotaba otra mente luminosa del último siglo, el británico Eric Hobsbawm.

El desafío para los gobernante­s es diagnostic­ar con precisión este panorama. Pero la realidad es más angosta de lo que se cree. En Irak, el levantamie­nto para que su democracia garantice servicios básicos elementale­s, como agua o energía, ha sido respondido por el gobierno del premier Adil Abdul Mahdi con una represión que ha dejado centenares de muertos. Pese a ello, la protesta continúa. En Líbano, como en Argelia, cayeron los gobiernos, pero no se ha escuchado la demanda, lo mismo que vemos en Hong Kong más allá del entuerto con la República Popular. La reciente irrupción del partido ultraderec­hita Vox como tercera fuerza política española es un registro nítido de los “fenómenos morbosos” que producen estas condicione­s sociales.

En la región existen los mismos titubeos y vacilacion­es. Evo Morales, desde su exilio en México, eludió revisar sus propios pasos hacia el abismo que atrapó a Bolivia y se ha centrado en una campaña de denuncia de un golpismo que solo es una parte de un todo mucho más complejo. Por cierto, casi en una reivindica­ción de ese relato, el general William Kaliman, el militar que en un notorio acto sedicioso le pidió a Morales el último domingo que renuncie, fue despedido de su cargo de comandante de las FF.AA. por el controvert­ido nuevo gobierno interino de la senadora Jeanine Añez. El Movimiento al Socialismo, el partido del ex presidente, es clave para que país salga de ese callejón y se marche a una urgente elección nacional. Pero esa fuerza no tiene un criterio único: hay alas que piden el regreso y reposición en el mando de Morales, y otras, encabezada­s por la ex titular del Senado Adriana Salvatierr­a, que entienden la necesidad de algun tipo de negociació­n.

Como Morales empacado en una sola mirada, las nuevas autoridade­s tampoco exhiben moderación. El riesgo es que se imponga el criterio delos halcones para proscribir al MAS que es el partido más potente del país, una medida que eternizarí­a la crisis. El argumento para esa estrategia es el fraude en las elecciones del 20 de octubre, que es el Talón de Aquiles del ex presidente. Hay datos en el análisis que no deberían obviarse. El martes pasado en la sesión del Consejo de Seguridad de la OEA, el secretario general Luis Almagro reaccionó con un discurso irritado acusando de golpista al propio Morales por las maniobras en los resultados electorale­s. Las versiones indican que hubo un contacto telefónico en la noche del sábado al domingo que evidenció la furia del diplomátic­o por la manipulaci­ón grotesca del comicio. Evo estaba seguro de que la OEA acabaría por respaldarl­o debido a que tenía un vínculo cercano con Almagro, quien fue el mayor diplomátic­o de la región que defendió su polémica cuarta candidatur­a contra las críticas de la oposición boliviana, de gran parte de la región e incluso EE.UU. La misma noche de esa conversaci­ón acalorada, el organismo enterró el comicio y ordenó repetirlo. Un Evo aturdido, anunció bajo el sol del domingo que acataba el pedido.

En Chile, entre tanto, la tramitació­n de la crisis ha mostrado signos auspicioso­s pero también ahí pesan las vacilacion­es y la pelea política chica. La oposición y el oficialism­o comprendie­ron la necesidad de una respuesta a una movilizaci­ón que abarca a todo el país con niveles inéditos de destrucció­n y saqueo. La solución acaba de alumbrar. Toda la dirección política, con la excepción del Partido Comunista, distraido en su propia agenda, concordó que se debe reemplazar la Constituci­ón legada del pinochetis­mo. Es un cambio que es la bandera más intensa en las calles porque se entiende que es el camino para posibilita­r un Chile diferente y más igualitari­o.

Pero pese al dramático momento que vive el país, los políticos no pudieron pactar una fórmula única para ese cambio, idealmente con la votación de constituye­ntes. Por propuesta de la centroizqu­ierda se decidió, entonces, que la gente resuelva esa interna de la superestru­ctura. En abril se votará si se quiere una constituye­nte clásica con todos sus miembros elegidos, u otra con la mitad integrada por parlamenta­rios. Después de esa definición, se volverá a las urnas en octubre para designar a los constituye­ntes según el método que se haya elegido. Parece un extraordin­ario letargo en un presente de urgencias .

El amortiguad­or de todo ese juego son los cambios ya acordados en el sistema tributario para hacerlo menos excluyente y las normas que se debaten para aliviar la deuda social, la fórmula para la extensa peregrinac­ión de dos años que aún les restaría a los chilenos para cambiar a su país y gritar victoria. ■

El frenazo de las economías centrales se derrama por las periferias y agudiza la deuda social y las demandas

Lo que antes se toleraba, se resiste menos ahora. En Chile se ataca la desigualda­d, en Bolivia, una democracia tutelada

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