Clarín

El DT al que le inyectaron hormonas de mono para crecer

Dirige al equipo santiagueñ­o que en su debut en la Superliga definirá la Copa Argentina ante River.

- Mariano Verrina mverrina@clarin.com

Lo primero que ofrece Google al escribir Sapito Coleoni en el buscador es “Sapito Coleoni altura”.

Son 161 centímetro­s con una alta historia detrás. Le decían que sería mejor que Maradona, fue la “mascota” de Talleres en la época gloriosa del club y le hicieron tratamient­os increíbles para intentar que creciera al menos unos centímetro­s. La frustració­n de no cumplir aquellas expectativ­as lo llevó a manejar un taxi. La revancha le llegó como director técnico.

Gustavo Coleoni dice que tiene más millas que Marley: arrancó a dirigir en Racing de Córdoba, hizo escalas en Gimnasia de Mendoza, Juventud Antoniana de Salta, Juventud Unida de San Luis, Central Norte de Salta, Talleres de Córdoba, Guillermo Brown de Puerto Madryn, Sportivo

Patria de Formosa, Ramón Santamarin­a de Tandil y Ferro y ahora disfruta de la Primera en Central Córdoba.

Experto contador de chistes, estudió psicología en la Universida­d de Córdoba, trabajó en TV, es campeón de billar casín y lleva siempre un taco en el baúl aunque en Santiago del Estero no haya ni una mesa para jugar. -¿Qué te hicieron para intentar que crecieras?

-De todo hermano. Es que con eso que decían que yo iba a ser Maradona intentaron varias cosas. Primero me colgaban con sogas de unos ganchos y me ponían una pesa abajo. Me dejaban horas ahí. Debía tener 12 años. También me acostaban en una mesa de masajes, me ataban los pies y me estiraban el cogote... Ellos decían que tanto estirar en algún momento iba a hacer taca, un tope, y no iba a volver más; qué se yo. Después fuimos al doctor para que me diera hormonas. El tipo, no me olvido más, no quería poner en juego su licencia, imaginate en ese tiempo... Las terminó pagando mi viejo; valía 25 dólares cada inyección. Las traían de Italia y las compraban en Estados Unidos. Eran hormonas de mono. Si hasta tenían miedo de que me salieran pelos... Yo nací para ser seco porque más chico hubiera sido enano y laburado en el circo y más alto hubiera jugado en Europa.

-¿Te frustraste por no poder concretar todo lo que se decía de vos? -Mucho, hermano. Fue muy duro. Por eso anduve por todos lados buscando la posibilida­d de jugar. Me fui a Perú, hice cada cosa... Viajé desde Catamarca con unos viejos en una camioneta que llevaba repuestos de contraband­o y nos dimos vuelta, volcamos en la frontera. Quedamos empantanad­os en la nieve, en Copiapó, tres viejos y yo. ¿Sabés lo que pasaba, hermano? Yo no quería estar en Córdoba. Yo no quería volver porque todo el mundo me preguntaba: “¿Qué pasó con vos, Sapito?”.

-¿Qué estilo de taxista fuiste? -Naaa, no conocía nada. Decir que era taxista es una falta de respeto. Iba en un Dacia, siempre por barrio Jardín, daba vuelta por un par de manzanas. Todos decían: “Ahí va el Sapo, ahí va el Sapo”. Y otra vez la misma historia: “¿Qué pasó con vos?”, “¿Por qué no llegaste a Primera?”. Me costó mucho salir de esa de esa frustració­n.

Desde los 4 años vivió dentro de una cancha, la de Talleres. Allí su papá tenía la concesión del buffet y ahí tenía su hogar la familia Coleoni.

El se crió pateando la pelota contra las tribunas, escuchando a Angel Labruna y Adolfo Pedernera y haciendo jueguito en los entretiemp­os de los partidos. Decían que estaba destinado a ser el sucesor del Rana Valencia, su ídolo. “Yo digo que a pesar de medir lo que mido, a pesar de no haber hecho una carrera importante como futbolista, todo lo que viví en mi crianza, en esos vestuarios por los que pasaron genios del fútbol, me sirvió para ahora ser técnico y tener casi 500 partidos dirigidos. Mirá que no es fácil ser un enano y dirigir todo lo que dirigí”, asegura.

En Talleres se mandó la travesura más grande que recuerda: robó todas las camisetas del plantel profesiona­l.

Justo unos días antes de tomar la comunión, cuando le decían que mejor se tenía que portar, hizo una copia de la llave de la utilería y entró junto con un amigo. Sacaron todas las camisetas, las metieron en un tarro grande de helados y las enterraron en un baldío frente a la cancha.

“El utilero se dio cuenta cuando vio a uno de mis amigos con una media Adidas -recuerda Coleoni-. Y ahí, con todo eso de la comunión, que te hacen creer que tenés que ser un santo, fui a buscar a mi papá y le dije: ‘Papi, he pecado’. Imaginate. Mi viejo trabajaba en el club, me quería matar. Fuimos con los utileros hasta el baldío y tuvimos que empezar a cavar hasta que rescatamos las camisetas”. -¿Hay “chamuyo” en el fútbol?

-Uff, olvidate. Está muy bien prepararse, pero yo escucho hablar a algunos... De este tarro de miel te dicen: “Este es un recipiente que contiene un líquido y ese líquido tiene un color así y se llama miel, y la miel la hace la abeja”. Y todos los periodista­s dicen: “Ah qué bien, mirá cómo sabe que la hace la abeja”. Es más simple todo. Te tenés que preparar, pero paremos un poco. Yo no inventé la pólvora. Todo empieza y termina en un gesto técnico, acá y en la China. Por más que tengas cuatro drones, si un vago le pega de cara interna la clava en el ángulo y si le pega mal se va afuera. -¿Hace mucho calor en Santiago del Estero?

-Uff, es bravo. A las 4 de la tarde explotan los gorriones hermano. ■

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MARTIN BONETTO Sapito. Coleoni fue la “mascota” de Talleres en la época gloriosa del club cordobés.
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Central Córdoba

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