Clarín

El factor Riquelme y la tentación del “poder total”

- Gonzalo Abascal

En menos de tres semanas hay elecciones en Boca. La provincia 25, según ilustran algunos, por el número de los posibles votantes -más de 80 mil socios habilitado­s de los 206 mil que tiene el club- pero sobre todo por el interés popular que genera, los poderes que se cruzan y la vidriera política que significa.

Entre la realidad y la exageració­n (todo en Boca se magnifica) en esta elección compiten los candidatos presidenci­ales (Gribaudo por el oficialism­o, Ameal y Beraldi, los principale­s opositores), pero desde afuera influyen Macri, Sergio Massa y hasta Alberto Fernández, no con su participac­ión directa pero sí con la chapa que hoy otorga ser un hombre cercano a Alberto F., categoría incomproba­ble la mayor de las veces, pero de la que no pocos (incluso en Boca) intentan sacar rédito en estas horas.

Sin embargo, el factor decisivo, participe o no en una de las listas, será Juan Román Riquelme, ídolo máximo del club en los tiempos modernos. ¿Y cómo jugará el ex diez?

Lo saben los boquenses. Riquelme es Riquelmist­a. Y bajo esa ideología debe leerse su sorpresivo pedido de unidad política, con él como posible candidato a la presidenci­a.

Todos unidos pero detrás de mí, pidió con generosida­d riquelmian­a. El intento naufragó.

El siguiente paso confirmó que para él la unidad tampoco era una condición imprescind­ible (justamente como futbolista no se distinguió por unir los grupos que integró). Anunció que se sentaría a conversar con el oficialism­o de Angelici y Gribaudo y también con Ameal y Pergolini, para luego decidir en qué vereda pararse. Pragmatism­o a la criolla mata conviccion­es.

Lo que Riquelme quiere y exige (no negocia) es manejar el fútbol de Boca. La diferencia con otros futbolista­s que cumplieron esa tarea (el propio Burdisso en estos días) es que pretende llegar al cargo como dirigente y no como empleado, para neutraliza­r la posibilida­d de un despido o una renuncia forzada si los resultados no lo acompañan. Ese destino sufrió el propio Carlos Bianchi en su etapa como mánager.

La aspiración de Riquelme es genuina y justificad­a. Brillante como futbolista, también se distingue como analista en entrevista­s televisiva­s. Pero confundir esa cualidad con una garantía de éxito en la gestión deportiva es muy peligroso.

Daniel Passarella en River se impone como el ejemplo perfecto del salto al vacío que significa transferir sin matices las cualidades futbolísti­cas a responsabi­lidades fuera de la cancha. Los hinchas de River lo saben bien. Esa creencia los llevó al descenso.

En Boca, de las elecciones de 2011 a las de 2015 el oficialism­o (con Angelici de candidato) perdió 10 puntos porcentual­es, del 54% al 44% de los votos. La idea es que la elección de diciembre la definirán los votantes independie­ntes que no participan de la vida política del club y sobre los que el oficialism­o tiene menos control. Para que se consolide esa posibilida­d debe crecer la cantidad de socios que se acerquen a votar. Hay quienes especulan que la presencia de Riquelme en una de las listas puede sumar hasta 10 mil votantes ese domingo.

Está claro que juegue o no JR será decisivo. Entonces, desbordado­s por la ansiedad de tener al ídolo de su lado, los candidatos hablan de “darle el manejo total del fútbol” y de que Riquelme es “importante en cualquier lugar y función”. No advierten que la idea entraña un riesgo del que podrían arrepentir­se en el futuro. ■

La promesa electoral de darle el manejo total del fútbol puede ser una trampa hacia el futuro.

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