Clarín

La etapa que se abre, entre la esperanza y las dudas

- Jorge Ossona

Historiado­r. Miembro del Club Político Argentino

Luego de la profundiza­ción de una crisis heredada a raíz de una devaluació­n de más del 100% y de una recesión pertinaz, el gobierno de Mauricio Macri logró remontar la paliza de la PASO y alcanzar más del 40%. No logró “darla vuelta” y forzar un ballotage, pero redujo su distancia respecto del vencedor a la mitad, ubicándose en un lugar estratégic­o para encabezar la futura oposición al neokirchne­rismo.

Solo esta breve reseña produce una sensación vertiginos­a. Y que remite a la génesis del proceso que se encamina hacia una nueva etapa: el cataclismo de diciembre de 2001. Una ruptura semejante a la que agobia a los países de la región en estos días. Y que si bien no supuso la fractura institucio­nal de los golpes de Estado inaugurado­s en 1930, fue lo suficiente­mente grave como para trazar una divisoria de aguas en todos los órdenes de la vida del país.

A grandes rasgos, el sistema de partidos emergentes de las elecciones de 1983 saltó en pedazos sin que sus piezas volvieran a rearmarse. La UCR fue su víctima propiciato­ria; pero un peronismo reducido desde el segundo gobierno de Menem a una liga de partidos provincial­es no le fue a la saga.

Así lo demostró la trabajosa sucesión del presidente De la Rúa hasta la curiosa elección de Néstor Kirchner. En cuanto a las terceras fuerzas, que tanta relevancia habían tenido como socias de los partidos históricos, resultaron fulminadas como lo evocan el destino fatal de UCD, Acción por la República y el Frepaso.

Y dos procesos de fondo también irresuelto­s hasta nuestros días. En primer lugar, el estallido del orden económico que durante los 90 parecía encaminars­e hacia un patrón de desarrollo superador del semicerrad­o inaugurado por la Gran Depresión de 1930 por el incumplimi­ento de la rigurosa disciplina macroeconó­mica exigida por el nuevo capitalism­o global. Luego, el saldo social de la deconstruc­ción de aquel orden agotado hacia mediados de los 70 bajo la forma de una pobreza estructura­l tan novedosa como perturbado­ra de la novel democracia.

La vertiginos­idad de aquella ruptura apenas si nos dio respiro durante las casi dos décadas siguientes. La economía se recuperó merced a un inesperado viento de cola internacio­nal que permitió el despliegue de los saldos del crecimient­o sembrado durante los 90. Pero nuestra terca indiscipli­na macroeconó­mica, conjugada con la euforia de recuperar por fin el paraíso perdido de nuestro “destino de grandeza”, la llevó a encallar diez años más tarde frustrando la nueva ilusión.

La representa­ción política recuperó buena parte de la legitimida­d perdida mediante una fórmula que intentó superar al peronismo y al radicalism­o, pero que no alcanzó a plasmarse en una fuerza orgánica de sustitució­n. Los grandes herederos de la crisis fueron, entonces, el kirchneris­mo y la coalición cuya simiente creció en la CABA desde 2007 (Pro) y que culminó en Cambiemos en 2015. Sendas maquinaria­s electorale­s definidas -¿signo de los tiempos?- por su inestabili­dad constituti­va.

Ambos apostaron a ese viejo dispositiv­o de los sucesivos regímenes desde mediados del siglo XX: el refundacio­nalismo. Y en nombre de una mentada “nueva política” cada uno actualizó a las dos vertientes de nuestra cultura política democrátic­a aun no sintetizad­as en una convicción compartida.

Del lado kirchneris­ta, el plebiscita­rismo autoritari­o y su pulsión avasallado­ra del Estado y de los poderes constituci­onales. Del otro, el republican­ismo que cimentó la Ley Sáenz Peña en 1912 pero que solo destelló brevemente desde 1983 durante los gobiernos de Alfonsín y De la Rúa. Y que renació en los fragores del conflicto con “el campo” desde 2008 hasta la victoria del “partido del ballotage” en 2015.

Lo demás es epílogo: el gobierno macrista fracasó en disciplina­r la diabólica macroecono­mía heredada del kirchneris­mo. Y éste, logró sobrevivir abortando la renovación de un peronismo al que siempre despreció y que terminó encolumnan­do detrás de sí. Luego, los enormes interrogan­tes sobre cómo continuará la saga inaugurada en 2001.

Los optimistas se atreven a imaginar la lenta reconstitu­ción del bipartidis­mo perdido de los 80 y los 90. Solo posible en tanto “Todos” fragüe en la reunificac­ión del PJ y que “JpC” lo haga en una fuerza que logre organizar la cohabitaci­ón entre las vertientes macristas y el radicalism­o.

Equilibrio óptimo condiciona­do, a su vez, por la necesidad resolver nuestra postración económica reactivand­o un patrón de desarrollo de bases ya asentadas pero que requiere de su afinación macro. Y sobre todo, de nuevos mercados desde el Mercosur para una producción que lo tiene todo para diversific­arse superando los dilemas atávicos entre agro exportació­n e industrial­ización semicerrad­a.

Camino necesario, por lo demás, para reintegrar a mediano plazo a nuestra sociedad fracturada. Complicado por un mundo de globalizac­ión cuestionad­a, el avance de nuevos providenci­alismos, guerras comerciale­s entre potencias y un contexto regional convulsion­ado. Difícil, no imposible.

Y dos alternativ­as subóptimas. Una extrema y temeraria: la pulverizac­ión política anómica, un estancamie­nto que radicalice la puja social y la disputa anárquica de poderes territoria­les minimaliza­dos. En el medio, alguna variante de esta peligrosa mediocrida­d en la cornisa del abismo desde hace una década. ¿Estarán las elites argentinas post 2001 a la altura, al menos de algún punto intermedio entre la esperanza y el escepticis­mo? Pronto lo sabremos. ■

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