Universidad gratis: el punto de partida
Dicen que hay ciertas cosas que uno sólo valora cuando las pierde. Se habla de la salud, los afectos, las compañías más cercanas. Y hay algo más que, para buena parte de los argentinos, entra en esta categoría: la gratuidad universitaria, un derecho que este viernes cumple 70 años, más allá que durante algunos de ellos, gobiernos de facto lo derogaran. Como todo en el país, la gratuidad de la universidad también está sometida a una polémica. Hay voces que afirman que es una medida injusta, porque las mayorías -a través de los impuestos- terminan pagando los estudios a chicos que podrían abonar un arancel. Hasta un candidato a presidente prometió que si ganaba lo iba a eliminar. Muchas de esas personas, paradójicamente, han sido formadas en la universidad pública. Así como los médicos, ingenieros, científicos de las más diversas disciplinas, y hasta 5 premios Nobel, que construyeron lo mejor de la Argentina moderna. Personas de familias que, al contrario de lo que se dice, difícilmente hubieran podido pagar sus estudios. Es cierto que la gratuidad universitaria es una medida igualadora que no genera por sí misma igualdad. Otra paradoja. De hecho, a pesar de ser gratis, hoy sólo 1 de cada 100 jóvenes del quintil más bajo logra recibirse en la universidad. Y de los que sí se gradúan, muchos efectivamente podrían haber hecho algún aporte, sobre todo para ayudar a los que menos tienen. Pero nada de esto es problema de la gratuidad universitaria. En todo caso, la gratuidad es el punto de partida. Falta mejorar, en serio, la secundaria para que más chicos lleguen a la universidad con chances de recibirse; expandir la oferta de calidad a todo el país con carreras estratégicas que aporten; o sistemas de becas solventadas por los egresados (como en Uruguay). Ideas no faltan para mantener viva una de las conquistas más relevantes de la educación argentina.