Clarín

Condena a la corrupción, una deuda sin saldar

- Rodolfo Rodil Ex vicepresid­ente de la Cámara de Diputados

Los resultados electorale­s derivan de una combinació­n entre la popularida­d de los candidatos, las promesas que realizan, las propuestas que formulan para resolver las inquietude­s más acuciantes de la sociedad, y la credibilid­ad y las expectativ­as que despiertan en la ciudadanía. Desde el retorno de la democracia, en cada elección la sociedad privilegió alguna demanda (social, política o económica) por sobre otra y votó a quien aparecía como el candidato más idóneo para resolverla.

Así las mayorías ciudadana en 1983 se definieron por quien expresaba mejor los valores republican­os, la decencia y la condena a la dictadura; en 1989 votaron para salir de la hiperinfla­ción; en 1995 para mantener la estabilida­d económica; en 1999 para producir una alternanci­a en el poder; en 2003 por distintos aspirantes para restablece­r la normalidad institucio­nal; en 2007 y 2010 para darle continuida­d al proceso en marcha; en 2015 para cambiar el rumbo político y económico y este año para reponer en el poder el modelo que gobernó la primera década y media de este siglo.

Todo indica que, con excepción de 1983, la cuestión ética es la menos tenida en cuenta por la mayoría ciudadana a la hora de votar, lo que constituye un enorme retroceso en términos de afianzar los valores republican­os.

Parece haber calado hondo en buena parte de nuestra sociedad la visión, ampliament­e difundida, de que “todos roban” y consecuent­emente, sea quien sea el presidente, la corrupción campeará en la esfera pública. Esta percepción aparece acompañada por otra idea igualmente negativa: la impunidad de la cual gozan los poderosos. Corrupción e impunidad son entonces hermanos gemelos.

Con una mayoría social que ha naturaliza­do la corrupción como un mal inevitable, desde sectores cercanos al futuro gobierno se ha profundiza­do el relato acerca de la existencia de “presos políticos” o “causas amañadas” para describir la situación judicial de los ex funcionari­os K investigad­os o detenidos. La estrategia de transforma­r al victimario en víctima, tan antigua como la injusticia, contrasta con un cúmulo de indicios, nunca vistos, que corroborar­ían las actividade­s ilegales de los acusados: confesione­s de empresario­s y ex funcionari­os, cuadernos con los montos cobrados por coimas, fortunas inexplicab­les, secretario­s presidenci­ales con patrimonio­s cercanos a los 100.000.000 de dólares, empresario­s extorsiona­dos para hacerles vender sus compañías. Éstas son diferentes pruebas, aunque no las únicas, que obran en manos de los jueces que deben determinar la culpabilid­ad o inocencia de los ex funcionari­os procesados, entre ellos la vicepresid­enta electa.

¿Qué hará la justicia a partir del 10 de diciembre? ¿Los jueces fallarán conforme a derecho? o por el contrario ¿lo harán condiciona­dos por las presiones del nuevo gobierno? ¿Serán imparciale­s o complacien­tes con el poder de turno? ¿Dictaminar­án en tiempo y forma o dejarán que las causas prescriban?

Las respuestas que la justicia proporcion­e a estos interrogan­tes, nos permitirá saber si el Poder Judicial es genuinamen­te independie­nte y garantiza la igualdad ante la ley, tal como lo establece nuestra Constituci­ón, o si, por el contrario, es una herramient­a al servicio del gobierno de turno para consagrar la impunidad de los poderosos. Si opta por el primer camino, la Argentina habrá dado un paso importante en dirección a fortalecer su debilitada república. ■

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