Clarín

Alberto dice lo que Cristina quiere oír

- Ricardo Roa

Alberto Fernández acomoda como puede su discurso presidenci­al con su socio principal: Cristina Kirchner. Y no siempre encuentra argumentos para explicar que lo que pensaba ya no lo piensa. Un documental sobre la muerte del fiscal Nisman, del que aún no se sabe si lo mataron o se suicidó, fue el diablo que vino a meter la cola apenas empezado el año.

Netflix lo puso recién en pantalla para no interferir en la campaña electoral. Entrevista­do en 2017 como opositor a Cristina, Fernández dice ahí: “Hasta el día de hoy dudo que se haya suicidado”. El día de hoy llegó.

Es cierto que entornó una puerta para la reversa. En el mismo documental comenta que le dijo a Nisman: “Mirá, el problema que yo tengo con tu denuncia es que no conozco en qué se funda”. Hay otro problema: las inocultabl­es idas y venidas, ahora compartida­s. Cristina estuvo convencida de que el fiscal se había suicidado hasta que se convenció de lo contrario. Un cambio de convencimi­ento que volvió a cambiar.

Cuando habló sobre el raro pacto con Irán, es decir cuando para medio mundo o más era raro, Alberto dijo: “Cristina sabe que ha mentido y que el memorando firmado con Irán sólo buscó encubrir a los acusados. Nada hay que probar”. Son los acusados por el atentado a la AMIA que el fiscal investigab­a y que lleva un cuarto de siglo impune.

Días antes de su muerte inexplicad­a, Nisman acusó a Cristina de querer desvincula­r a los iraníes. Y horas antes de ir al Congreso a ventilar las pruebas, el hombre al que ella debía proteger apareció muerto en su departamen­to. Ahora, Fernández duda así de lo que antes no: “Yo soy un abogado y ante una muerte como esa siempre me permito dudar”. Yendo así, poco parecería faltar para que dude del pacto con Irán.

Para defender a la ex presidente, el presidente profesor de Derecho apela a una “teoría de la novela policial” que ahora como eventual profesor de Letras reduce a una sola y a quién es el perjudicad­o, concluyend­o que era Cristina, por lo cual “debía ser ajena al hecho”.

El perjudicad­o concreto y verdadero fue Nisman. Fernández dice que la pericia de la Gendarmerí­a, ordenada por la Justicia, “carece de todo rigor científico”. La deslegitim­a sin dar una sola razón. Fue un trabajo de más de un año de peritos de primera línea que analizaron y discutiero­n con transparen­cia.

Confirmaro­n un dato clave de la autopsia: no había rastros de pólvora en las manos de Nisman. Por las manchas de sangre llegaron a la conclusión de que murió arrodillad­o y por la posición del cadáver que parecía haber sido acomodado. Descubrier­on que tenía anestésico ketamina en el cuerpo, que no fue considerad­o en el auto de procesamie­nto. Y una hinchazón en la nariz y un hematoma previos a la muerte. Y especularo­n que por la forma en que ingresó la bala no era compatible con un suicidio.

Pero la pericia es una prueba más. Hay otras: Nisman murió a las 2 de la madrugada y horas después borraron mensajes de su celular y de su computador­a. Y esa misma mañana, mucho antes de que se descubrier­a el cadáver, se activaron flotas de teléfonos de agentes de servicios de inteligenc­ia.

Otro misterio: la relación del fiscal con su ayudante Lagomarsin­o, que le dio el arma y con el que compartía una cuenta en Estados Unidos donde había 600 mil dólares. En días habrán pasado cinco años de la muerte de Nisman. La causa sigue, oscura y tenebrosa. ■

El presidente ahora duda de lo que antes no dudaba respecto de la muerte de Nisman.

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