Esquinas porteñas de colección
Mafalda está sentada en Defensa y Chile, San Telmo, desde hace poco más de una década y la fila para sacarse una foto con ella no merma. Es que, como señaló el líder inglés Winston Churchill (1874-1985) -y la primera nota GPS de este diario-, un (buen) chiste es cosa seria.
Por eso, esa esquina de la Ciudad de Buenos Aires es buen punto para arrancar una nota dedicada a, justamente, esquinas porteñas de colección. Más allá de la antigüedad, la de Mafalda ofrece una puerta de entrada alegre e inteligente a la porteñidad.
La Ciudad tiene otras esquinas emblemáticas en el exterior, entre ellas, la que da la bienvenida a Caminito, con la alegría del fileteado y bailarines de tango. La callecita de La Boca, que el pintor Benito Quinquela Martín y vecinos inauguraron hace poco más de 60 años, está entre los 10 lugares más fotografiados del mundo, según estadísticas de Google Maps - detrás del Museo Guggenheim de Nueva York, de Piazza Spagna en Roma y de otras seis maravillas-, como contó este diario. No es cuadradita, en más de un sentido. Sus calles no se abren en un ángulo de más o menos 90 grados. Su silueta, que podría describirse como en v –y que responde a un trazado antiguo, con otros fines que los de un paseo de arte popular a cielo abierto-, parece evocar una proa, un barco llegando, igual que otros rinconcitos marcados por Quinquela por allí.
De hecho, el edificio de la entrada a Caminito por la calle Lamadrid, de 1964, imita una proa con intención de Quinquela, según explicó Víctor Fernández, director del Museo de Bellas Artes Quinquela Martín en el libro Una sombra ya nunca serás, dedicado a los 60 años de ese espacio.
Expertos estudiaron las esquinas locales. En “Esquinas de Buenos Aires” (Librería Concentra), el arquitecto Roberto Bonifacio las clasifica en ocho tipos, según sus formas: duras (que se abren en rectas), ochavadas, continuas (donde no se distinguen los planos de las fachadas), articuladas (que suman un volumen con relativa autonomía, por ejemplo, una torre, que hace de bisagra), flanqueada (por volúmenes y una pieza arquitectónica que los une), cóncavas, tipo miradores y combinadas. “Pero también, hay otras que están ahí, casi por casualidad, sin que a quien las proyectara se le cayera una idea para hacer más bello ese lugar especial de la cuadrícula”, escribió Berto González Montaner, arquitecto, editor jefe de Arq, en un artículo sobre ese libro.
Hay otras maneras, diletantes, de “leer” las esquinas. Capital tiene esquinas curiosas. La de Diagonal Norte y Florida, con vista a cinco cúpulas (los edificios Bencich, el del ex Banco de Boston, el de la ex Equitativa del Plata y el Miguel Bencich).
Capital tiene esquinas con ecos de la época colonial y de tango, como la de El Viejo Almacén (Independencia 299, Monserrat), una de las pocas sin ochavas que hay. Tiene esquinas de tango, como Corrientes y Esmeralda (1933), en cuya letra aparecen Gardel (” En tu esquina rea, cualquier cacatúa sueña con la pinta de Carlos Gardel”, versos que el propio Gardel, se cuenta, nunca cantó) y el “hombre tragedia” que alude al “arquetipo de Buenos Aires” de la obra El hombre que está solo y espera (1931), escrita por Raúl Scalabrini Ortiz. Y Capital tiene también esquinas históricas literalmente: la de la sede del Centro Naval (Florida 801, Retiro), con un portal realizado con bronce y hierro fundido de cañones provenientes de la Guerra de la Independencia.
En el fondo, todas las esquinas se suelen ver como espacios de separación, ahí donde los caminos se abren en direcciones opuestas. Sin embargo, son, al mismo tiempo, lugares de encuentro. Por eso de “Te veo en la esquina de…” Y porque permite encuentros con parte de nuestras memorias y de nuestros deseos, con la belleza, con la historia, con la ciudad. Icónicas o secretas, todas ofrecen la opción de detenerse y despabilarse - incluso con una sonrisa- para seguir andando. ■