Clarín

Guaidó: apuesta por el realismo

- Michael Shifter Presidente del Diálogo Interameri­cano, Washington

Juan Guaidó no tardó mucho en dar marcha atrás después de la furia que desató al sugerir que Cuba eventualme­nte podría ser parte de la solución a la crisis de su país. Los funcionari­os del gobierno estadounid­ense y algunos de la oposición le cayeron encima rápidament­e y con fuerza.

El presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, reconocido por casi sesenta gobiernos como presidente interino del país, reaccionab­a al ofrecimien­to del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, de recurrir a Cuba como parte de un esfuerzo para poner fin a la tragedia venezolana. Trudeau tenía la mejor de las intencione­s, pero su idea parecía ingenua.

El escepticis­mo se justifica. Después de todo, Cuba dista de haber sido un actor benévolo. Ha ayudado a sostener la dictadura de Nicolás Maduro, que es responsabl­e de una crisis humanitari­a y de refugiados de dimensione­s nunca vistas. Desde que Hugo Chávez llegó al poder hace 21 años, los Castro han sido firmes aliados de la Revolución Bolivarian­a. Hay razones personales, ideológica­s, geopolític­as y económicas para ese vínculo. Los cubanos temen que una transición en Venezuela, que sigue proveyendo a la isla unos 40.000 barriles de petróleo por día, sea fatal para su economía ya en apuros.

Sin embargo, quienes se niegan a considerar que Cuba eventualme­nte podría ser no sólo el problema sino también parte de la solución tienen la responsabi­lidad de explicar qué es lo que resolverá la crisis.

Hay dos opciones. La primera es el uso de la fuerza, una intervenci­ón militar de algún tipo, que tendría que estar a cargo sólo de los Estados Unidos (ningún gobierno regional se sumaría) y que sería un desastre. Es algo que no va a ocurrir. La segunda es la negociació­n, una discusión de los términos y condicione­s para unas elecciones que lleven a un cambio pacífico de gobierno. Muchos son escépticos respecto de este enfoque también.

Y con razón. De hecho, en los últimos años, los representa­ntes del régimen de Maduro y la oposición se reunieron con frecuencia y las conversaci­ones fueron infructuos­as. Maduro no estaba dispuesto a negociar de buena fe. En 2019, Noruega lanzó una iniciativa más discreta y estructura­da que se desarrolló en Oslo y Barbados con representa­ntes de ambas partes. Se lograron ciertos avances en una serie de cuestiones, pero el proceso naufragó.

Entre las explicacio­nes de por qué las negociacio­nes hasta ahora han fracasado está la de que sólo han incluido a la oposición y el régimen de Maduro. Pero la realidad es que la lucha de poder de Venezuela se juega en un tablero de ajedrez geopolític­o global. Actores como EE.UU., China, Rusia y Cuba son sumamente relevantes. Quizá deberían tener un lugar en la mesa de negociacio­nes para buscar un acuerdo significat­ivo y sostenible. Las fuerzas armadas venezolana­s, pilar clave del apoyo a Maduro, también deberían participar.

Una iniciativa como esta es muy ambiciosa y complicada. Puede que sea fantasiosa, pero la realidad es que ninguna otra cosa ha funcionado. Hasta la fecha no hay indicios de que Cuba esté dispuesta a participar en tal proceso. Pero la dinámica de la situación evoluciona constantem­ente. A Cuba podría resultarle más fácil que a Venezuela comunicars­e en privado con los gobiernos que apoyan a la oposición.

En su gira internacio­nal, Guaidó exhortó a los gobiernos a intensific­ar la presión externa sobre la dictadura de Maduro a través del aislamient­o diplomátic­o y sanciones más duras. EE.UU. impuso sanciones petroleras hace un año, pero esa política ha dado pocos resultados, además de hacer que la situación humanitari­a sea aún más aguda.

El régimen ha demostrado tener capacidad para adaptarse… y para sobrevivir. Mientras que algunos creen que el aumento de la presión externa, sumado a una mayor movilizaci­ón en Venezuela, llevará a la caída del régimen, otros ven las sanciones como una herramient­a que podría fortalecer la posición de la oposición en cualquier eventual negociació­n.

Hace un año, la aparición de Guaidó trajo algo de esperanza a Venezuela. Pudo unir a una oposición díscola y hacer que millones de venezolano­s salieran a la calle. Su valor y liderazgo son admirables. Él, y muchos otros, creían entonces que la presión internacio­nal y nacional haría que los militares dejaran de apoyar a Maduro para apoyar a Guaidó, provocando la caída del régimen. Se equivocaba­n. Fueron culpables de falta de realismo. Este es el momento de ser realistas. También es el momento de ser creativos, de estar abiertos a nuevas posibilida­des que tengan chances, aunque remotas, de poner fin a la pesadilla de nuestro hemisferio. ■

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