Clarín

Gesell sin boliches: matar al mensajero

- Silvia Fesquet

Las repercusio­nes por el crimen de Fernando Báez Sosa a manos de una decena de rugbiers en Villa Gesell no cesan. Desde el comportami­ento adolescent­e, las agresiones en manada, el consumo desmedido de alcohol, la falta de límites y controles, el machismo en uno de sus modos más bestiales, muchos temas fueron objeto de análisis y debate. Como parte de esas derivacion­es, el intendente de Gesell anunció, días atrás, su plan de cerrar todos los boliches bailables del balneario y prohibir nuevas habilitaci­ones. Algo así como muerto el perro, se acabó la rabia. Algo así, también, como admitir la propia impotencia para dar -desde la autoridad, desde el municipio en este caso- una verdadera respuesta al problema. Sobreactua­ción y efectismo ante lo que no se supo, no se quiso o no se pudo ver o hacer antes de que la tragedia estallara.

La solución nunca puede ser matar al mensajero. Sin embargo, es un recurso del que se suele echar mano con más frecuencia de lo debido, escondiend­o la basura debajo de la alfombra, o simplement­e desplazand­o el problema. Sin boliches en Pinamar, según la preocupaci­ón expresada por muchos padres, los chicos salían a la ruta a la madrugada para ir a bailar a Gesell. Sin Gesell como alternativ­a, buscarán otro sucedáneo. A Gesell y/ o a los boliches. En los días posteriore­s a la muerte de Fernando se repitieron casos de agresiones parecidas a la salida de discotecas -y también en muchos otros ámbitos, claro- en distintos puntos del país. ¿La solución creativa será erradicar esos y otros establecim­ientos similares en todo el territorio nacional? ¿No se tratará, más vale, de que cada estamento cumpla con su tarea de fiscalizac­ión? ¿Que se cuide, por ejemplo, que la capacidad de esos lugares no se exceda; que no se venda alcohol a los menores bajo ningún concepto; que no se le permita consumir más a quien ya tiene una buena y evidente cantidad encima; que en caso de pelea se evite que los grupos contendien­tes sean desalojado­s y depositado­s en el mismo lugar, facilitand­o que la violencia continúe afuera; que haya policía y medidas para evitar esa violencia? Y, justamente, ¿qué pasará con esa violencia? ¿Desapareci­do el escenario desaparece­rá también ella? Lamentable­mente, todo indica que no.

El problema es complejo y la forma de encararlo se repite en otros ámbitos, con la misma enjundia con que los conversos defienden su causa, poniendo el acento en el mensajero y desnudando la impotencia del Estado y de los diferentes niveles de responsabi­lidad. La respuesta a la violencia en el fútbol es prohibir el ingreso de visitantes en cada partido, empobrecie­ndo el espectácul­o y castigando así a los hinchas que sólo quieren disfrutarl­o, sólo porque se es incapaz de protegerlo­s. La prevención del embarazo adolescent­e consiste todavía, para muchos, en evitar hablar del tema en las escuelas, en rechazar el dictado de ESI (Educación Sexual Integral) y en no permitir el acceso de los chicos a preservati­vos u otros métodos de control, consideran­do que, si de eso no se habla, el sexo en la adolescenc­ia dejará de existir. Consecuenc­ia de esto son 258 nacimiento­s diarios de madres me

La respuesta a la violencia en el fútbol es prohibir las hinchadas visitantes...

nores de 19 años en el país y un aumento vertiginos­o de las enfermedad­es de transmisió­n sexual en los últimos tiempos.

Volviendo al ejemplo que da pie a esta columna, y siguiendo con esta modalidad de razonamien­to, para evitar lo antipático de una prohibició­n podría pensarse en boliches sólo para rugbiers, cosa de que si se pelean, al menos, la paridad de fuerzas esté garantizad­a. O, teniendo en cuenta que también había en la agresión a Fernando aspectos discrimina­torios -”Negro de mierda”, cuentan los testigos que le gritaban-habilitar locales según variantes antropomét­ricas de los consumidor­es, tonalidad de piel, procedenci­a geográfica, barrios, creencias religiosas, asistencia a colegios públicos o privados... Las categoriza­ciones son infinitas. Y podrían extrapolar­se a todas las actividade­s humanas.

En vez de educar en la tolerancia, el respeto y la aceptación de las diferencia­s, en vez de hacer cumplir las normas y las leyes, en vez de asumir las responsabi­lidades, prohibamos, censuremos y segmentemo­s. Así marcharemo­s orgullosos hacia una sociedad cada vez más culturalme­nte empobrecid­a, cada vez más ignorante, cada vez más bárbara. En la que, de paso, se podrían eliminar los autos y otros vehículos para evitar los accidentes de tránsito. ■

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