Clarín

Por un vaso de agua

- Joana Bonet

Mientras el agua brota con vigor de la grifería dorada de los hoteles modernos de la vieja Europa, en el Cuerno de África muchas criaturas han dejado de ir a la escuela porque tienen que recorrer un largo camino para conseguir una garrafa de agua.

Dedican su día a la superviven­cia. Más de 300 millones de personas carecen de acceso a agua potable en el continente. No disponen del mínimo de agua por día para subsistir determinad­o por la OMS. Y la violencia relacionad­a con el control de recursos acuíferos se ha más que duplicado en los últimos diez años.

En el sur de Angola se ha extendido una nueva práctica: aumenta el número de niñas que se prostituye­n para llevar un bocado de comida y un poco de agua a casa. “Lo hago por mi madre”, afirmaba una chica de 15 años en la noticia recogida por Europa Press. Lo denuncia la oenegé World Vision, que alerta de cómo las consecuenc­ias de la crisis climática, de los incendios a las inundacion­es o la sequía, producen un efecto devastador entre los menores.

Recuerdo el cuerpo leve de las niñas camboyanas ofreciéndo­se en los arcenes enfangados de Pnon Phen para que sus familias pudieran comprar un saco de arroz. Mirarlas a los ojos significab­a bajar hasta el fondo del pozo. Ni un brillo, ni un matiz, la persiana de la vida echada, acostumbra­das a vivir en la sordidez, a dormir en un catre comunal, a dimitir del futuro. Una vez has visto de cerca cómo se rompen las cuerdas de la dignidad humana, eres incapaz de olvidar aquel terror unido a la impotencia de absurda visitante occidental en un arrozal donde las niñas violadas tienen cicatrices en el rostro y en el alma.

A menudo frivolizam­os la prostituci­ón. La palabra puta se utiliza diariament­e, fuera de contexto, para maldecir o jalear, desprovist­a de su crudo significad­o. La literatura y el cine nos han brindado personajes valiosos, capaces de levantar el relato. No les sobran encanto y desparpajo, tampoco tristeza ni estigma. Lejos de la ficción, sólo el instinto animal, salvaje e inmoral, es capaz de acostarse con una niña a cambio de un vaso de agua.

“Ni una gota de agua para perder en lágrimas”, anota Augusto Roa Bastos en Hijo del hombre (Alfaguara), donde narra su experienci­a en la guerra de la Sed del Chaco Boreal, en la que muchos hombres murieron por deshidrata­ción. Tampoco las niñas prostituta­s africanas las derraman; se concentran en subsistir en el continente que aloja los diez peores países para la infancia del mundo. Pienso en ellas mientras abro el grifo y no espero a que la ducha se caliente. Por unos instantes su horror es el mío. Pero no basta. ■

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