Clarín

El día en que Buster Douglas noqueó a Mike Tyson y paralizó al mundo

- Luciano González lgonzalez@clarin.com

La discusión en Japón, por aquellos días, era si valía la pena pagar una entrada por una pelea que no duraría más de dos o tres rounds. Dos años antes, las 55.000 personas que habían colmado el Tokio Dome solo habían visto seis minutos de acción antes de que Tony Tubbs sucumbiera ante la potencia de los puños de Mike Tyson. Se presumía que un camino similar recorrería James Buster Douglas, un desconocid­o al que casi todos deseaban ver ganar, pero en quien casi nadie depositaba siquiera una pizca de confianza. Salvo él.

Aquel 11 de febrero de 1990, una de las butacas de la primera fila del ring side del Tokio Dome estaba ocupada por un ególatra y multimillo­nario empresario estadounid­ense llamado Donald Trump. Cerca de él se acomodaban Mick Jagger, Keith Richards, Ron Wood y Charlie Watts. Tres días después, los Rolling Stones darían en ese estadio el primero de los 10 shows que brindarían en la capital japonesa como parte de la gira de presentaci­ón del LP Steel Wheels. Todos estaban allí para ver la décima defensa exitosa de Tyson. Pero...

El campeón, el que a los seis años se había salvado por un pelo de ser linchado por robar palomas en Brownsvill­e, uno de los barrios más ásperos de Nueva York; el que a los 12 había conocido la dureza del reformator­io y el que más tarde, y gracias al boxeo, había ganado 71 millones de dólares en un año, no había llegado bien preparado a Tokio. El final de la tormentosa relación con la actriz Robin Givens, su primera esposa, y las dificultad­es para conseguir rivales había desenfocad­o a Iron Mike.

La primera señal de alerta había surgido un par de días antes del combate, cuando Greg Page, uno de sus sparrings, había derribado durante una sesión de guanteo al hombre que parecía invencible, al campeón de peso pesado más joven de la historia, al que había ganado sus 37 combates profesiona­les, 33 de ellos por nocaut y 17 en el primer round. El promotor

Don King se había encargado de secuestrar las grabacione­s de esa caída, salvo la de un canal japonés, cuyo camarógraf­o sacó del gimnasio el tape escondido bajo su ropa interior.

Pese a ello, Tyson, dueño de los cinturones de la Asociación Mundial de Boxeo, el Consejo Mundial de Boxeo y la Federación Internacio­nal de Boxeo, era superfavor­ito. Por sus pergaminos y por los escasos antecedent­es de su rival de turno. Hijo y nieto de boxeadores, Douglas había construido, a los 29 años, una carrera sin grandes hitos que incluía 28 triunfos, cuatro derrotas y un empate. En su único intento mundialist­a, había sido noqueado por Tony Tucker en Las Vegas en mayo de 1987. Para colmo, el púgil de Columbus había viajado a Japón tres semanas después de la muerte de su madre, cuatro meses después de que su pareja lo abandonara y mientras su exesposa, la madre de uno de sus hijos, cursaba los momentos más traumático­s de una enfermedad incurable. “Mi fe en Dios me ha hecho más fuerte”, aseguró Buster días antes del combate.

Contra todos los pronóstico­s, el retador no cayó en el primer round. Ni en el segundo. Ni en el tercero. De hecho, dominó el primer segmento del combate gracias su jab, que le permitió mantener a distancia a Tyson. Recién a partir del quinto asalto, cuando su ojo izquierdo estaba casi cerrado, el campeón pareció encender la maquinaria. En el cierre del octavo round y a la salida de un clinch, un escalofria­nte uppercut de Tyson derribó a su adversario. El árbitro Octavio Meyran, desafortun­ado protagonis­ta de esa velada, llevó la cuenta hasta nueve antes de dar el pase al retador tambaleant­e, pese a que en realidad habían transcurri­do 13 segundos desde que había tomado contacto con el tapiz. El conteo en cámara lenta del mexicano y la campana salvaron a Douglas de nocaut.

Era la señal de que en aquel mediodía japonés la mesa no estaba servida para el noqueador de Brooklyn. Después del descanso, Douglas volvió renovado, en el noveno asalto dominó a un rival agotado y en el décimo paralizó al planeta del boxeo: un uppercut de derecha fue el principio del fin y una sucesión de golpes que terminó con un cross de zurda remató la faena. Meyran, esta vez más riguroso en el conteo, dijo “no más”. Los 38.000 presentes en el Tokio Dome se debatían entre la celebració­n y la incredulid­ad, al igual que el nuevo campeón. A las 13.06 del 11 de febrero de 1990 había caído el reino de Mike Tyson.

Sin embargo, tanto la AMB como el CMB se negaron a reconocer inmediatam­ente al nuevo monarca. ¿El argumento? La deficiente actuación del árbitro, quien allanó el camino para que la victoria de Douglas se pusiera en duda. “Me equivoqué, pero no sé por qué”, dijo Meyran apenas terminado el combate. “Soy el campeón porque lo noqueé antes de que me él me noqueara”, argumentó Tyson.

Tras diez días de cabildeos, los dos organismos consagraro­n como dueño de los cetros a Buster. Apenas los conservó ocho meses y medio: en su primera defensa, fue pulverizad­o por Evander Holyfield en Las Vegas en tres rounds. Nunca volvió a protagoniz­ar un gran combate. Con aquel ante Tyson fue más que suficiente. ■

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No más. El conteo llegó hasta 10 y Tyson no reaccionó en el Tokio Dome.

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