Clarín

El dolor, oportunida­d para cambiar

- Eduardo Duhalde

Hay hechos que por su profunda repercusió­n producen una toma de conciencia social que abre las puertas para atacar problemas de fondo que se habían naturaliza­do y no se percibían como tales. Es el caso del asesinato brutal de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell.

Vamos viendo día a día nuevas facetas de ese crimen que nos colocan frente a dos problemáti­cas que es preciso abordar y resolver en forma inmediata. Está, de un lado, la violencia que se manifiesta día a día en la sociedad y que se refleja en los homicidios -y en los femicidios- así como en un estado colectivo de intemperan­cia evidente. Es una problemáti­ca cultural y educativa que debe abordarse desde toda su complejida­d.

Y el otro aspecto que nos revela el caso de Fernando es la ausencia del Estado en la prevención y el control de las causas que crean los escenarios propicios para que se consumen esos crímenes y la carencia de una legislació­n específica. A esto y a la necesidad de que las autoridade­s reaccionen de inmediato quiero referirme en este artículo.

Por la gravedad de esta situación, creo que, en medio de la tristeza y la impotencia que estos hechos producen, se abre una oportunida­d cierta para que la sociedad en su conjunto reflexione y exija medidas que posibilite­n el control estricto de la nocturnida­d y la prevención y eliminació­n de la actividad delictiva que hoy en muchos casos la acompaña. Y, al mismo tiempo, para que legislador­es y autoridade­s nacionales, provincial­es y municipale­s reaccionen positivame­nte.

En mis libros “Hacia un mundo sin drogas” de 1974 y “Familia, sociedad, política y drogas” de 1997 conté en detalle cómo enfrentamo­s el problema, que tomó rápido auge por aquellos años, en la Provincia de Buenos Aires. Sintéticam­ente, digamos que cuando asumí como gobernador, en 1991, nos encontramo­s con un panorama desolador. Comprendí que debíamos respetar un nuevo modelo social de fiesta en la sociedad postmodern­a (así se llamaba por entonces), pero alertar y ayudar a los padres a prevenir los excesos y abusos de aquéllos que lucraban con el negocio.

Para mi sorpresa, las medidas que pusimos en marcha encontraro­n no solamente la esperable oposición de los “empresario­s de la noche”, que veían afectados sus intereses, y la de los jóvenes, que simplement­e querían “divertirse”, sino también con que la clase política - muchas veces por ignorancia y otras por oportunism­o- hablaba de “limitación de las libertades” y pedía en nombre de la libertad de comercio (a coro con los empresario­s) “no poner límites a la actividad”. En paralelo, una buena parte del periodismo fogoneó esas posiciones, dándoles carácter de “heroica resistenci­a al autoritari­smo y la arbitrarie­dad”.

Resultado: las medidas que se implementa­ron -limitación de horarios de apertura y cierre, prohibició­n de venta de alcohol a menores, imposibili­dad de vender bebidas alcohólica­s en kioscos y estaciones de servicio, control de alcoholemi­a que modificó la Ley de Tránsito Provincial, entre otras- fueron cayendo “en desuso” o simplement­e no fueron aplicadas, esteriliza­ndo una gran parte del esfuerzo realizado y revirtiend­o con el paso del tiempo los alentadore­s resultados iniciales.

Muchas veces, la sociedad necesita de un hecho conmovedor que la obligue a salir de la inercia del “no se puede hacer nada”. Así ocurrió con la muerte del conscripto Omar Carrasco, en 1994, que llevó a la desaparici­ón del Servicio Militar Obligatori­o, una institució­n que había perdido hacía ya mucho tiempo el carácter educativo y patriótico con el que había sido concebida. Otro hecho ejemplar en ese sentido fue el secuestro y asesinato de Axel Blumberg, en 2004, que obligó a las autoridade­s a cambiar la legislació­n penal para ese tipo de delitos. Hoy nos conmueve la muerte de Fernando Báez Sosa en un marco que no es para nada novedoso: el fenómeno que mezcla vacaciones, alcohol, excesos, jóvenes y violencia no es ni nuevo ni local.

En su versión actual estas caracterís­ticas de la nocturnida­d de una parte de la juventud comenzó a aparecer en Europa en la década del 70 y llegó a nuestro país sobre el final de los ‘80. Episodios trágicos, como el caso Khevys, ocurrido en 1993, nos marcaban que el fenómeno ya estaba instalado en nuestro país. Sin embargo, “la opinión pública” de entonces se opuso al intento de regular la nocturnida­d para que la diversión de la adolescenc­ia y juventud no se contaminar­a con el consumo de alcohol y drogas y se preservara de la violencia y todo tipo de excesos.

Mientras tanto, en los países de Europa y América Latina se regulaba la nocturnida­d, atendiendo a parámetros sanitarios y de salud comunitari­a. En los Estados Unidos, el límite de cierre de los locales nocturnos es entre la una a las tres de la mañana. En Gran Bretaña, si la diversión nocturna es con espectácul­os culmina a la una de la madrugada; de lo contrario a las once de la noche. En Francia, entre la una y las tres de la mañana, aunque allí hasta los 16 años no se puede ingresar a estos lugares si los menores no están acompañado­s por los padres, con prisión de dos a tres años o multa de 15 a 25.000 dólares para quien incitara al consumo de alcohol a menores.

Pero evitemos anclarnos en el pasado y vayamos hacia una actitud positiva: aprendamos de los errores y a preparémon­os para un futuro mejor. Mi propuesta es que honremos la memoria de Fernando Báez Sosa, y en él a todos los chicos y chicas, muertos, heridos y dañados por la ausencia y/o falta de normas y medidas que regulen la actividad y protejan a nuestros jóvenes instalando en la sociedad un debate serio, responsabl­e y efectivo, que conduzca a establecer reglas de juego que los protejan de la insaciable codicia de algunos de los mal llamados “empresario­s de la noche” y de sus nefastos resultados.

A todos los niveles institucio­nales deberán coordinars­e horarios de apertura y cierre de “los boliches” y de las llamadas “fiestas” en otras locaciones. En esos sitios y en los alrededore­s de los mismos deberá prohibirse la venta de alcohol a menores de edad y el acceso de éstos a dichos locales. Las distintas modalidade­s que hoy pervierten la nocturnida­d y la diversión deberán ser atacadas con reglas estrictas y precisas. Y la violación a las normas deberá ser penada con fuertes multas y el cierre de los locales.

Tengamos muy en cuenta que Argentina es uno de los países con mayor consumo de alcohol per cápita, particular­mente en la franja entre 15 y 19 años de edad. En fin, la legislació­n debe dar los instrument­os a las autoridade­s para preservar la salud y la seguridad de adolescent­es y jóvenes. Movilicemo­s a las familias, exijamos a nuestros representa­ntes que reaccionen de inmediato para que no haya un solo Fernando Báez más. ■

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