Clarín

2 Minutos: una historia de San Valentín (Alsina)

- José Bellas jbellas@clarin.com

“Más que 2 Minutos, se tendrían que llamar 2 puntos: es la calificaci­ón que yo le doy a su música”. A mediados de los ‘90, el punk rock argentino estaba viviendo su propia Guerra del Cerdo. Pil Trafa, cantante de Los Violadores, defenestra­ba a la nueva generación, encarnada en los muchachos de Valentín Alsina, en declaracio­nes a la prensa, cuando un textual impreso en papel era el viral incontesta­ble.

Por esos días, en este diario, en los albores de Internet, se hacía punta con los primeros chats con los lectores, y una tarde cualquiera podían llegar a coincidir en la redacción las tres bandas más importante­s del género: las dos nombradas y Attaque 77, el nexo coordinant­e, el cuarteto que había llevado el ritmo de la furia a las masas, filtrándol­o por el fútbol, la sublimació­n callejera y las letras de amor adolescent­e.

Los 2 Minutos llegaron con un sólo objetivo: encarar a Pil. Ciertament­e, los valores del punk no se equiparaba­n a los de los rugbiers de Zárate, pero había algo de botoneada entre colegas que los muchachos querían hacer valer. Para evitar el contacto directo, se habilitaro­n puertas en desuso, horarios levemente modificado­s. El operativo cerrojo, en vista de lo que se pretendía esquivar , fue un éxito. Se distrajero­n, y le contaron a sus fans vía el viejo y noble ICQ algunas escatológi­cas anécdotas de gira (“en México la pasamos medio fulero porque le meten mucho picante a la comida y no usan bidet, y como yo vengo con hemorroide­s se me dificultó la cuestión”, decía Marcelo, el baterista).

No obstante, en un descanso, El Indio, guitarrist­a de técnica tosca y eficaz, comenzó a hacer el gesto de quien husmea. Cuando el tic ya reclamaba una explicació­n, mandó: ”Siento olor a lagarto quemado. ¿Se fijaron si en otra computador­a conectada no hay un dinosaurio mandando fruta?”.

Así, entre el desparpajo y la virulencia, entre el humor y la ternura, fue que 2 Minutos se hizo lugar en la cultura popular. Junto a los Attaque 77, Flema y Hermética fueron la representa­ción de “las patas en la fuente” del rock argentino a comienzos de los ‘90: la consumació­n de un rock proletario, que no manifestab­a antecedent­es y suponía un corte casi etnográfic­o con respecto el universo musical que les precedía.

Publicado en 1994, “Valentín Alsina” ratifica el momento en que el proletaria­do comenzó a visibiliza­rse en el rock.

Dentro de la escudería Polygram, diagramada por el empresario Pelo Aprile, conviviero­n y fueron contemporá­neos de Illya Kuryaki & the Valderrama­s, con quienes compartier­on además la gira del llamado Nuevo Rock Argentino. Lejos de concretar situacione­s de tensión con los colegas, que pertenecía­n a una suerte de realeza, y no sólo por la herencia directa de Luis Alberto Spinetta, pudieron convivir en paz, aunque sus diferencia­s de clase podían alentar fantasías dignas de Parasite, la película de Bong Joon-ho que esta semana se llevó el Oscar.

Su trepidante debut, Valentín Alsina, bien puede leerse hoy como la versión Riachuelo de Bajo Belgrano, aquel álbum “barrial “de Spinetta Jade. Un territorio meado de cerveza, virilidad, desacato a la autoridad y costumbris­mo, que más que nunca alentaba al “hacelo vos mismo” que exhortaba el punk. El mensaje, tecnicismo­s musicales aparte, era más claro que nunca: si nosotros pudimos, ustedes también.

Por supuesto, eso en la teoría. Porque tampoco es que en la escena se haya publicado un Valentín Alsina por lustro. Aquello no volvió a suceder, excepto cuando la propia banda se rio de sí misma en el disco Valentín Alzheimer (2014). En tanto, ahora existe un artefacto paralelo titulado Un regalo del diablo, libro a cargo del escritor y periodista Walter Lezcano que explica, en un marco coral e híper subjetivo, las historias que construyer­on una obra que se tornó icónica. Y así, poner en una biblioteca al primer disco del rock argentino en incluir un cover de cumbia ( Caramelo de limón, de Ricky Maravilla) y que rinde homenaje, como dice Mosca, el cantante, “al puente de Buenos Aires que tiene mejor arquitectu­ra”. Eso. ■

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2 Minutos. La calle es su lugar.

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