Independiente Al fin, un poco de alivio
Después del papelón frente a Racing, en un clima tenso, le ganó a Fortaleza 1-0 por la Copa Sudamericana.
El papelón del clásico invitaba a una noche de furia, pero el triunfo calmó las aguas. Independiente sacó adelante un partido complicado en el peor momento y en un contexto adverso y así logró que la sangre no llegara al río.
La efervescencia nunca bajó después de la derrota del domingo. Por el contrario, fue subiendo día a día. Pintadas en el puente Pueyrredón. Y visitas para nada amistosas de barras a la puerta del predio de Villa Domínico durante el entrenamiento del miércoles, un día antes del partido copero. Hubo insultos y un breve diálogo con Lucas Pusineri, a quien le aclararon que el problema no era con él sino con la falta de carácter de los futbolistas. En medio de ese clima que se fue espesando cada vez más, en la intimidad del plantel fue momento de varias charlas. DT y jugadores, dirigentes y DT, jugadores y jugadores. Todos dijeron lo suyo.
Pusineri les pidió una fuerte autocrítica a sus dirigidos al mismo tiempo que escuchó el respaldo del secretario general Héctor Maldonado, que fue el único dirigente que apareció por la práctica el día después de lo que en el microclima del club de Avellaneda se denominó un “papelón histórico”. Silvio Romero, el capitán del equipo, fue una de las voces que se hicieron escuchar puertas adentro. También la de Juan Sánchez Miño, otro referente del grupo. Ambos hablaron con crudeza. Expresaron el dolor y la vergüenza que sentían y se comprometieron a redoblar esfuerzos para salir del pozo. Romero lo dijo luego en la conferencia de prensa.
Sabían que el ambiente estaría picado en Avellaneda. En el paredón del portón por el que ingresa el micro a la cancha se leyó una pintada no precisamente de bienvenida: “Jugadores mercenarios”. La firma correspondió a “Los dueños de Avellaneda”. También aparecieron grafitis con las leyendas “Jugadores sin sangre” y “Horribles”. De todos modos el recibimiento, cuando el equipo salió al campo de juego, no fue tan hostil. Mitad aplausos y mitad silbidos escucharon los jugadores mientras levantaban sus manos para realizar el clásico saludo que volvió a imponer Ariel Holan y quedó. Y cuando desde un sector se empezó a querer cantar en contra de los protagonistas, rápidamente desde el otro lado de la popular alzaron la voz para alentar.
Si hubo barras en la tribuna, al menos no se hicieron visibles arriba de los paravalanchas que estuvieron despoblados.
Un signo del descontento de la gente de Independiente fue la concurrencia. Apenas un 40 por ciento del Libertadores de América estuvo ocupado. Muy poco para una noche de Copa Sudamericana, esa que tanta pasión e ilusión despierta siempre en los fanáticos. Muchos optaron por no ir en señal de protesta. Otros no fue
También aparecieron grafitis con las leyendas “Jugadores sin sangre” y “Horribles”.
ron por temor a la posibilidad de un panorama poco amigable.
Eso sí, la poca paciencia que quedaba se fue diluyendo con el paso de los minutos. A medida de que Independiente no podía hacer pie en el campo los murmullos crecieron. Una bandera chica de tela blanca y letras negras se colgó de pronto en el alambrado cerca del córner derecho de la tribuna Norte baja. Dijo: “Perdieron la dignidad, mercenarios”. Quince minutos después desapareció.
Cada contraataque de Fortaleza que provocó peligro en el arco de Martín Campaña agitó las aguas afuera. De a poco se entonó el típico canto “Jugadores, a ver si ponen huevo...” y
el “Movete, Rojo, movete”. El equipo era puro nervios y desde las tribunas ya no hubo arengas sino reproches. Y les tocó a los directivos. “El Rojo va a salir campeón, el Rojo va a salir campeón, el día que se vayan todos los hijos de puta de la Comisión”, bajó con furia. Automáticamente le pusieron nombre propio al destinatario de la bronca: “Moyano hijo de puta, la puta
que te parió”. No se salvó el presidente Hugo Moyano, que no estuvo en la cancha. A la tarde su hijo Pablo (vicepresidente) había dicho que ellos no eran responsables si “el 9 no la mete o si no pueden ganar 11 contra nueve”.
Los silbidos unánimes despidieron al equipo en el entretiempo. La tensión se adueñó del aire. Se esperaba un segundo tiempo pesado. Pero llegó el alivio a los 5 minutos. El gol de Leandro Fernández funcionó como un analgésico efectivo que bajó la fiebre al instante. El grito fue de desahogo. Y desactivó el clima complicado. Los hinchas dejaron atrás los silbidos. Ya no hubo protesta. Y aparecieron el aliento y hasta algunos aplausos ante los intentos de aumentar la diferencia cuando los jugadores se soltaron más. Eso sí, los chiflidos volvieron para castigar a Cecilio Domínguez, de una floja actuación ante Racing, cuando entró al final.
El triunfo no cerrará la profunda herida que dejó una marca. Pero sirvió para evitar un malestar aún mayor y fue el primer paso para levantar la cabeza. Las tibias palmas del final lo demostraron.