Clarín

Amor eterno por los Puentes de Madison

Historia. A 25 años del estreno de la película, Clarín recorrió escenarios que están intactos. Van de todo el mundo a dar el sí.

- WASHINGTON. Paula Lugones plugones@clarin.com

Los Puentes de Madison existen. No solo deambulan aún en la cabeza o el corazón de una generación de románticos que amaron la película de Clint Eastwood y Meryl Streep. Aquellos puentes de madera techados, rojizos, testigos de la inolvidabl­e historia de amor de un fotógrafo de la National Geographic y un ama de casa, existen, intactos. Aún hoy, a 25 años del estreno, miles de viajeros llegan para compromete­rse, casarse o jurarse fidelidad eterna.

El principal centro urbano del condado de Madison, en el estado de Iowa, es Winterset. Conocer este pueblo es paladear uno de esos típicos lugares perdidos de la América profunda. Hoy es todo más blanco porque acaba de nevar.

En Winterset hay un semáforo para 5.200 habitantes. Pero sí, es justo ese semáforo en esa esquina de la dramática escena donde Robert Kincaid (Eastwood) desciende de su vieja camioneta y, bajo la lluvia, suplica con la mirada a Francesca Johnson (Streep) para que se vaya con él. En ese interminab­le y decisivo minuto de luz roja se sentencia el destino de ese romance, “prohibido” para los ojos de este pueblo en los años ‘60.

En 1991, Robert James Waller, profesor de economía de la Universida­d de Iowa y vecino de la zona, decidió despuntar su afición por la fotografía en los puentes, varios construido­s con techo hacia fin de 1800 para proteger el piso de madera de la intemperie porque, en ese entonces, era más fácil y menos costoso reparar la parte superior. En ese instante se le ocurrió una novela que escribió en 15 días: un fotógrafo llega en 1965 al conservado­r condado a retratar los puentes y conoce a una ama de casa, de 45 años, que estaba sola porque su marido y sus hijos se habían ido por 4 días. Le pide que lo ayude a encontrar el puente Roseman y ella decide acompañarl­o. La conexión es fulminante.

Ella lo invita a cenar a su casa con un mensaje clavado en el puente y él acepta. El apasionado romance dura 4 días, mientras ella lo acompaña a fotografia­r. Cuando vuelve su marido, tiene que tomar la decisión de quedarse o irse.

La historia termina cuando ella muere y los hijos descubren una carta que les dejó pidiéndole­s que esparzan sus cenizas en el Roseman, donde había conocido a su gran amor.

En pocas semanas se convirtió en best seller de The New York Times y permaneció entre las más leídas por más de un año. Fue uno de los grandes éxitos del siglo XX.

Gente de todo el país comenzaba a llegar para conocer los puentes. La productora de Steven Spielberg había comprado los derechos de la novela antes de que fuera publicada. Le atrajo, sobre todo, que los protagonis­tas fueran de mediana edad: “La gente tiene el potencial de enamorarse, siempre. Uno no sabe qué tiene guardado el destino”, dijo.

Diane Lair (83) es vecina, profesora jubilada y oficia de guía en un recorrido. “Si la novela nos hizo famosos, con la película fue más”, cuenta a Clarín. Corría 1994 y Clint Eastwood, entonces de 64 años, llegó a Winterset como productor, director y protagonis­ta, junto con Streep. “Fue una revolución”, cuenta Lair. “La producción buscaba la casa de Francesca. Encontraro­n una y le ofrecieron al dueño mucho dinero, pero él no aceptó porque no quería que su hogar fuera escenario de un adulterio”. Tuvieron que alquilar una desvencija­da y llena de ratas que debieron reparar. Aún existe -allí se conocieron los futuros amantes- y solo se ver desde lejos porque sufrió un incendio.

La joya es el puente Roseman. Fue donde se filmaron la mayoría de las escenas de exteriores. Tiene algo mágico. Si bien la película fue rodada en verano, la nieve le brinda un aura especial. Fue construido en 1883 y tiene techo abovedado. En la entrada y la salida hay paneles pintados de blanco, donde los vecinos solían dejarse mensajes. Hoy están cubiertos de corazones tallados con nombres de parejas. Un hereje pintó “Trump”.

Por la “Avenida Francesca” (en honor a la protagonis­ta) llegan fans a compromete­rse o casarse desde Japón, Europa o de cualquier rincón de Estados Unidos. Pueden contratar un juez de paz que oficie la ceremonia en el puente. Comenta Lair que muchos son “amores maduros”. ¿Será que nunca es tarde para el verdadero amor? Lair conoció a Eastwood y Streep porque su finca alberga otro de los puentes donde filmaron. Es el Holliwell, de 1880. “Estuvieron 4 días. Ella llegó con su guardaespa­ldas y entre escena y escena se sentaba a tejer acá, junto a la tranquera”, señala. Se cuenta que terminó una manta en pocas semanas del rodaje.

Ni Streep ni Eastwood se alojaron en el pueblo sino en Des Moines, a media hora. Los vecinos querían participar en el filme y hasta ofrecieron autobombas del condado para simular la lluvia en la escena del semáforo.

En el restaurant­e de Winterset se filmó la parte en la que Kincaid va a tomar una cerveza y escucha habladuría­s de comensales. El lugar se ve igual que en el filme y en las paredes hay fotos que lo recuerdan. También se ven cartuchera­s de cowboys y estrellas de sheriff que pertenecie­ron a John Wayne: en el pueblo nació, en 1907, el rey del Western.

Pasan los años y la historia sigue conmoviend­o al pueblo, que tiene el alma en sus puentes. ¿ Están de acuerdo con Francesca? “Aún se debate y depende de quién te responda, si la vieja generación o los jóvenes”, dice Lair. Sonríe y reflexiona sobre el destino de aquel amor: “No sé. Yo soy de pensar que los sueños, al final, pese a todo, hay que cumplirlos”. ■

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TEDDI YAEGER Para siempre. Visitantes llegan a jurarse fidelidad eterna.
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Inolvidabl­e romance. Meryl Streep y Clint Eastwood en el filme.

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