Clarín

El desastre de la insegurida­d , el show de la política y el fútbol argentino

- Miguel Wiñazki

Cada día que pasa los desnuda más. Cada movimiento que hacen los retrata, cada sonrisa fingida los delata. A cada paso y todo el tiempo, la verdad pugna por romper la retórica hasta que brota inevitable. Pasa con este gobierno y pasó con el anterior. El ejercicio del gobierno es revelador de lo que ocurre y no de lo que se enuncia que ocurre.

Al desastre de la insegurida­d que suma asesinatos, arrebatos y heridos sin pausa y sin piedad, le han puesto las palabras más sinceras y en simultáneo las más insensatas: “Vos tenés que poner a alguien que los escuche, los atienda y después nosotros hacemos lo que queremos”. A micrófono abierto, testigo implacable, Juan Manzur le dijo eso a la ministra Sabina Frederic que planteaba en Tucumán la primera actividad de la agencia federal de seguridad. Ella se reía y sonreía, y los crímenes continúan creciendo.

Es interesant­e y es gravísimo. Hay una zona encubierta de la política que ya no se encubre. Debajo de la versificac­ión de la política asoma cada vez más perceptibl­e la brutalidad cruda del poder sin máscaras.

“Hacemos lo que queremos”, esa es la frase clave, la voluntad expuesta y abierta de la tentación antidemocr­ática revestida de decorados que se desbaratan aún antes de instalarse.

Es también el mensaje real del Gobierno hacia los acreedores externos. “Hacemos lo que queremos”. Eso es lo que se esconde, sin quedar en rigor escondido debajo del más civilizado “hacemos lo que podemos”.

Es un asunto complejo porque en realidad los dos niveles de lenguaje son ciertos en éste caso. Según la antigua tradición argentina respecto de la deuda, “hacemos lo que queremos”. Por ejemplo: declarar un default como si fuera una fiesta y aplaudir de pie aunque se caiga el país durante décadas por ese gesto unilateral, demagógico, perverso y tan cándido. Pero también es cierto que siempre nos quedamos sin dinero para devolver. No producimos en relación a lo que debemos. Y seguimos pidiendo plata cada vez que adviene alguna oportunida­d.

Y así no salimos más.

Máximo Kirchner prefiere la vieja monserga de la épica batalla contra buitres y otras aves de rapiña extranjera­s, y su madre Cristina desafía al Fondo Monetario desde Cuba, donde no olvidó despachars­e contra la persecució­n política en la Argentina, precisamen­te en esa isla, donde todo disenso real se castiga con cárcel efectiva en el nombre ensangrent­ado de la Revolución.

Dicho sea de paso: hacia allí partió desde nuestro país Evo Morales, presuntame­nte para un tratamient­o médico. Será entonces camarada en la misma senda de la sanación que Florencia K., a la que por fortuna se la observa ya muy mejorada y sonriente. La recuperaci­ón aparece directamen­te proporcion­al al aligeramie­nto del peso de la Justicia sobre las trapisonda­s de las que tanto se ha incriminad­o a la familia.

La Argentina se pertenece a sí misma, incluida todos sus desastres.

Los buitres somos nosotros.

La corrupción es endógena.

La mentira como método gubernamen­tal también.

La ineptitud también.

Debajo de los aumentos anunciados para los jubilados se vislumbra el ajuste emboscado entre la hojarasca de la devaluada solidarida­d tan declamada.

Detrás del show de la lucha contra el hambre irrumpe la muerte de los chicos wichis liquidados por la desnutrici­ón en Salta.

Las ilusiones duran poco porque hay un continuism­o detrás de las paredes pintadas por las diversas coloracion­es políticas. La deuda externa y la interna son antiguas y la van heredando los sucesivos gobiernos.

Hace un par de días este cronista observaba en ciertos arrabales carenciado­s de Mar del Plata un partido de fútbol de potrero. La tarde lateral al mar era una fiesta. Jugaban por dinero y era “a muerte”. Las hinchadas rodeaban el campo de juego. En su mayoría varones. Al borde de la cancha había dos o tres peugeots 504 despintado­s y un par de Falcon, uno que algún día fue bordó y otro azul. Varios se acomodaban sentados en sendos capots indiferent­es a un bollo más o menos.

Los espectador­es tomaban mate y fernet. La marihuana se mezclaba con la nube de tierra que subía.

Había talentos extraordin­arios compitiend­o, con piernas como hachas chisporrot­eando en cada cruce. En esa tarde polvorient­a uno entendía por qué la Argentina produjo a Maradona, a Tevez, a Riquelme...

En un potrero así se ve a la Argentina. Su drama, su garra, su machismo, su fuerza, nuestro oficio para gambetear crisis y para atajar lo imposible.

También se observan las miserias, las trampas, la violencia real y potencial, el país tóxico y sonoro, y el horizonte dudoso que no exonera los interrogan­tes más profundos, ni la creencia superficia­l de que somos campeones aunque, como ocurrió en Tucumán, irrumpa siempre algún bocón sin disimulo para ponerle letra a nuestras derrotas más conspicuas. ■

La Argentina se pertenece a sí misma, incluida todos sus desastres.

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Mano a mano. Tras la polémica por la seguridad en la Provincia y la presencia de fuerzas federales, Berni y Frederic firmaron la paz.
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