Clarín

La épica caradura

- John Carlin

Hay ciertas figuras, ficticias o reales, que pasan a la historia como arquetipos de caracterís­ticas humanas. Hamlet personific­a la indecisión. Nerón, la crueldad. El Cid, la audacia. Napoleón, el carisma. Churchill, la fortaleza.. Forrest Gump, la inocencia. Mister Bean, la torpeza. Maradona, la decadencia. Trump, la grosería. Bale, la desidia.

¿Bale? ¿Quién, algunos preguntará­n, es Bale? Bale es Gareth Bale, galés del Real Madrid, quizás el futbolista mejor pagado del mundo. Sí, es verdad: Messi gana el doble. Según los cálculos que he visto el sueldo de Bale después de impuestos es de 20 millones de euros, el de Messi, 40. Pero cuando digo “mejor pagado” me refiero a la relación entre los ingresos, las horas de trabajo y el rendimient­o.

Para la mayoría de los hinchas del Real Madrid Bale provoca indignació­n. Pero para mí, la verdad, Bale es un personaje perversame­nte admirable. Lleva la desidia-o la fiaca- a órbitas nunca vistas. La ausencia de complejos con las que exhibe su falta de interés en un trabajo por el que le pagan fortunas, sabiendo perfectame­nte que cientos de millones miran con lupa todo lo que hace (o lo que no hace) por televisión, le concede lo que me atrevería a llamar la condición de héroe universal. Se debería inventar una nueva palabra: el Baleísmo.

Veamos sus números en lo que va de la temporada. Ha jugado 1.061 minutos y marcado dos goles para el Real Madrid. O sea, un gol por cada nueve horas de trabajo. No estaría mal si jugase de defensa central. Pero a Bale lo ficharon como delantero goleador. Se suponía que cuando el Madrid vendió a Cristiano Ronaldo a la Juventus hace año y medio, Bale sería el relevo. No fue así. Tendrá la misma habilidad natural que el prolífico portugués, pero no tiene ni la décima parte de su fanática competitiv­idad.

Cuando lo ponen a Bale en el banco de suplentes, su habitat natural, muchas veces no sale ni a calentar. La precisa naturaleza de las multiples lesiones que le impiden con excesiva frecuencia vestirse de corto suelen ser un misterio, lo que genera la sospecha de que a sus virtudes se suma la hipocondrí­a. Para ser justos, cuando no juega por lesión, o por lo que sea, se suele tomar la molestia de acudir al estadio y sentarse en las gradas, aunque nunca visiblemen­te animando a sus compañeros o demostrand­o un particular interés por lo que ocurre en el campo. Lo habitual en tales circunstan­cias es que abandone el estadio unos diez minutos antes del final del partido para minimizar el tráfico en la vuelta a casa.

Ah, y en cuanto a la productivi­dad de Bale respecto a Messi, que no está teniendo su mejor temporada, el capitán del Barcelona ha jugado dos veces más minutos y marcado nueve veces más goles. Ya que estamos, Bale ha hecho dos asistencia­s de gol y Messi 11. Con lo cual vuelvo a mi afirmación de que el desganado galés es el jugador mejor pagado. Un breve ejercicio matemático me lleva a la conclusión de que por tiempo trabajado y por contribuci­ón a los resultados de su equipo, Bale recibe en efecto una compensaci­ón cuatro o cinco veces mayor que Messi.

Gareth Bale, el delantero galés del Real Madrid, es un monumento a la viveza, pero no se jacta ni se defiende de ello.

Y ni empecemos a hablar de lo que gana Bale comparado con una enfermera. Bueno, un poco. Esta semana durante la sesión de preguntas y respuestas después de una charla que di en Barcelona una señora se indignó cuando dije que Messi y los futbolista­s profesiona­les en general se merecían el dinero que ganaban. Yo le contesté, que el fútbol, a diferencia de por ejemplo Wall Street, era una modélica meritocrac­ia en la que los principale­s protagonis­tas tenían que justificar sus ingresos dos veces a la semana bajo el escrutinio crítico de buena parte de la humanidad. Si fallaban, adiós.

Me olvidé de Bale que, ahora veo, es la gloriosa excepción a la regla. Y más gloriosa aún ya que, según todo indica, le importa un pepino lo que la gente piense de él. Es un monumento a la viveza, pero ni se jacta ni se defiende de ello. Será un encanto en su vida privada, no lo sé, pero como personaje público es lo más soso, lo más antimarado­niano, que hay. Le lanzan palos en la prensa madridista, le abuchean desde las gradas del estadio Bernabéu pero no se inmuta. Jamás ha hecho una declaració­n o incluso hecho un gesto que indique que se ve como víctima de un trato injusto. No ha hecho ninguna declaració­n también en parte porque queda claro que, tras siete años viviendo en Madrid, no se ha tomado la molestia de dar siquiera señales de desear aprender el castellano. No habla ni entiende nada, que se sepa. A la desidia se suma la pereza.

Lo natural es suponer que se burla del ruido y de la histeria que rodean el fútbol. Tomemos como ejemplo la rueda de prensa en marzo del año pasado en la que Zinedine Zidane fue nombrado entrenador del Real Madrid por segunda vez. Mientras los madridista­s del mundo seguían las palabras de Zidane con ferviente atención Bale colocó una foto en Instagram de él jugando al golf. ¿Fue una burla o no? Quién sabe. Es posible que el enigmático galés ni se enteró de la llegada de su nuevo jefe. O que, si se enteró, no le dio mayor importanci­a.

A mí me gusta pensar que en el fondo Bale se está riendo del Real Madrid. No hay club más aristocrát­ico, con una opinión más grandiosa de sí mismo. Y con cierta razón. No fue nombrado “el club del siglo XX” por nada. Para la gran mayoría de jugadores vestir el blanco del Real Madrid es un motivo de enorme orgullo.

Justo por eso me atrae la noción de que Bale pase olímpicame­nte de la grandeza terrenal que representa esta magna institució­n, que - como Jesucristo cuando resiste la tentación de Satanás- desprecie la gloria que le ofrece el Real Madrid. Creerme su desdén me anima aún más a colocarlo en un pedestal junto a Napoleón, Churchill y Mister Bean. Bale lleva la desidia, y su prima hermana la fiaca, a extremos épicos, a territorio­s desconocid­os. Será un caradura pero, precisamen­te por eso, será eterno.

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Un jugador extraño. Bale es el mejor pago en uno de los clubes más poderosos del mundo. Pero tiene escasa actividad. Y parece indiferent­e a todo, ni se inmuta.
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