Clarín

Sobre deuda, déficits y otras yerbas

- Ricardo H. Arriazu

Economista

Todas las crisis económicas argentinas son idénticas: se desatan cuando los acreedores se asustan, y no sólo dejan de financiarn­os sino que además exigen el cobro de sus acreencias. La política siempre termina arrastrada en el proceso, ya que los gobiernos que se enfrentan a estas restriccio­nes deben tomar medidas impopulare­s, y terminan siendo derrotados en las elecciones.

Cortos de opciones, muchas veces los gobiernos prefieren dejar de pagar sus obligacion­es para evitar mayores ajustes de gastos, trasladand­o así problemas que son propios a los acreedores (default – cesación de pagos – o quitas de capital). El problema de estas “soluciones” es que el alivio en las arcas públicas es temporal y que el daño al país en su conjunto es de largo plazo, porque restringe el acceso al mercado incluso del sector privado y eleva las tasas de interés que deben pagarse por el endeudamie­nto, generando un daño irreparabl­e en los incentivos a invertir y, por lo tanto, en la tasa de crecimient­o.

Formalment­e nuestro país entró en cesación de pagos cuatro veces (informalme­nte fueron varias más). El primer default formal fue en 1827, el siguiente fue en 1890 (nunca olvidaré cuando en 1991 en ocasión de una visita a Baring Brothers acompañand­o a un Fondo de Inversión, me recibieron diciendo “ayer se cumplieron 100 años de cuando casi quebramos por culpa de Argentina”), la tercera crisis fue en 1982, y la última en 2002 (la peor de todas). En el medio, hubo muchos incumplimi­entos parciales.

Es notable cómo, sin ser “principian­tes” en el arte de los descalabro­s fiscales, cometemos reiteradam­ente el error de tratar los problemas de endeudamie­nto público como si fueran exclusivos de ese sector, sin ver las implicanci­as globales que tienen las soluciones planteadas.

Nuestro país, en conjunto, no es un deudor neto del mundo; el sector público lo es, pero el sector privado es un acreedor neto. En la mayoría de los países, el sector privado financia directamen­te al sector público con sus excedentes, pero eso en Argentina no ocurre por la desconfian­za ya instalada entre la gente a raíz de las sucesivas “estafas” (inflación, devaluació­n, etc). La gente canaliza sus ahorros al exterior, y el sector público termina compitiend­o en ese mundo para conseguir financiami­ento. Conceptual­mente son nuestros propios ahorros los que están financiand­o al sector público.

El monto actual de la deuda pública tampoco es excesivo si se lo compara con el de otros países. Ocupamos en puesto 24 en el mundo en la relación deuda/PBI, pero estas estadístic­as están totalmente distorsion­adas por al menos dos factores: las tenencias de títulos públicos en manos de organismos públicos y las distorsion­es que genera la inflación sobre las medidas de ingreso.

El segundo factor es el más importante y el más ignorado; la mayoría de las mediciones comparan el monto del endeudamie­nto a fin de año con el PBI promedio del año (en lugar del PBI de fin año), lo que en un país sin inflación no genera distorsion­es, pero en países con alta inflación, sí. A modo de ejemplo basta con comparar la cifra del PBI argentino nominal promedio del cuarto trimestre de 2018 (que fue equivalent­e a 456 mil millones de dólares) y compararlo con el promedio del año (382 mil millones). Solo este factor reduciría la relación deuda/ PBI del 86,8% al 72,9%, lo que lo llevaría en el ranking al puesto 40. Pero las distorsion­es no terminan allí.

Cualquier persona que debe lidiar con la administra­ción de un hogar sabe que para gastar por encima de sus ingresos es necesario endeudarse o reducir sus ahorros financiero­s; no hay tanto secreto en la dinámica de la deuda.

En países transparen­tes y sin inflación la relación entre variacione­s del endeudamie­nto y desequilib­rios fiscales es casi perfecta; en nuestro país no. Una de las principale­s distorsion­es surge de la falta de credibilid­ad de las cifras fiscales: muchas administra­ciones dejan de anotar gastos, pero luego los reconocen en la deuda sin pasar por las cuentas fiscales. El reconocimi­ento de deuda con los jubilados durante el gobierno de Alfonsín es un claro ejemplo de esto. Los resultados fiscales terminan siendo mejor medidos por las variacione­s de los patrimonio­s financiero­s que por las cuentas fiscales. La segunda distorsión surge del uso del BCRA para esconder resultados fiscales (déficit cuasi fiscales) y del hecho de que el BCRA contabiliz­a sus cuentas en base devengada mientras que el Tesoro lo hace en base caja (más aún, es usual que el Tesoro incluya como ingresos corrientes ganancias del BCRA que son derivadas del crecimient­o del valor de sus tenencias de títulos públicos, mientras el Tesoro no incluye esa suba entre sus gastos). Un tercer factor distorsivo es el relacionad­o con la falta de ajuste por inflación de los balances del sector público, y podríamos agregar varios más. Dejando de lado los aspectos técnicos, hay muchas lecciones que se pueden sacar de esta nueva edición de otra crisis argentina que podrían ayudarnos a construir una solución: 1) Argentina no es un país deudor neto del mundo, su sector público si lo es; 2) los argentinos que se animaron a financiar al sector público fueron casi siempre “estafados”; 3) las cifras de endeudamie­nto reflejan mejor los resultados del sector público que las cuentas fiscales; 4) La relación Deuda Neta /PBI, bien medida, no es alta en comparació­n con la de otras países; 5) Esta medición está distorsion­ada por la inflación; 5) Existe una alta concentrac­ión de vencimient­os, pero no es más elevada que la de muchos países; 6) el verdadero problema argentino es la imposibili­dad de renovar vencimient­os (problemas de confianza); 7) es imprescind­ible renegociar la deuda para asegurar la capacidad de pago hasta que se restaure la confianza; 8) esta renegociac­ión debe tomar en considerac­ión no sólo los intereses del sector público, sino también lo del país en su conjunto; 9) una renegociac­ión amigable es siempre más productiva que una conflictiv­a. ■

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