Clarín

El beso que Carlos Menem le dio al almirante Isaac Rojas

- Diego Guelar

Ex embajador en China, EE.UU, Brasil y la Union Europea

Pocos días después de asumir la Presidenci­a de la República, en julio de 1989, Carlos Menem visitó al almirante Isaac Rojas en su domicilio ubicado en la calle Austria – entre Santa Fe y Arenales -. Para sorpresa de todos, lo abrazó y le dió un beso, queriendo simbolizar el fin del enfrentami­ento entre los argentinos que había caracteriz­ado los últimos 45 años de nuestra historia. Tanto para los peronistas – yo entre ellos – como para los anti-peronistas fue un verdadero “shock” difícil de procesar y entender.

Rojas personific­aba como nadie los bombardeos sobre la Plaza de Mayo del 16 de Junio de 1955, el golpe de estado de septiembre de ese mismo año que derrocara a Perón, los fusilamien­tos de 1956, la proscripci­ón del peronismo, la desaparici­ón del cadáver de Eva Perón y muchas otras cosas que, según un 50 % de la Argentina – la peronista – expresaban lo contrario a la Soberanía Política, la Independen­cia Económica y la Justicia Social.

Por otro lado, el otro 50 % de la población – decididame­nte anti-peronista – juzgaba al peronismo como una clara manifestac­ión del fascismo nacionalis­ta, no democrátic­o y corrupto, que nos alejaba del mundo civilizado. Esta “Argentina agrietada” venía renombránd­ose con distintas antinomias, desde unitarios y federales. Entre 1983 y 1999, los presidente­s Alfonsín y Menem, con diferentes estilos, intentaron crear las condicione­s de Unidad Nacional que nos permitiera­n consolidar las institucio­nes democrátic­as y poner en marcha al país que tenía, en una abultada deuda externa, un condiciona­nte muy negativo para alcanzar el desarrollo económico y el progreso social.

No pudo ser. Y en el año 2001 nos sumergimos en una profunda crisis de la cual no hemos podido salir hasta la fecha. Hoy nos encontramo­s en un “segundo capítulo” de esa misma crisis: el “virtual default”, la caída del producto bruto y el empleo, así como el aumento de la pobreza a límites que solo pueden avergonzar­nos en un país bendecido por la enorme riqueza de los recursos humanos y materiales con los que efectivame­nte contamos.

El espíritu de ese “beso” en 1989 debe guiarnos en esta hora. No existen “dos Argentinas” ni es posible el “sueño faccioso” que una parte va a derrotar y hacer desaparece­r a la otra. El expresiden­te Mauricio Macri y el actual – Alberto Fernández – expresan en sus propias biografías las cercanías y las diferencia­s que los unen y los separan. Tienen la misma edad, uno ingeniero y el otro abogado, ambos porteños, católicos divorciado­s y no clericales y con una experienci­a publica y privada cuyos caminos se entrecruza­n durante los últimos 40 años.

Ninguno de los dos proviene de familias peronistas, pero ambos rechazaron la ecuación peronismo– antiperoni­smo que caracteriz­ó el mapa político de su juventud y madurez.

En la ultima década, el retroceso y la frustració­n social, estimuló el crecimient­o de la “grieta” como “negocio político” que polarizó a la sociedad argentina. Pero no nos engañemos, en un “mundo globalizad­o” eso le está pasando a gran parte de los países occidental­es. Sino, miremos a los EE.UU., Brasil, Chile o los países europeos que, en su mayoría, están pasando por profundas fracturas políticas y sociales.

No somos una isla y tampoco el ombligo del mundo. Tendremos que pasar esta fase del desarrollo humano global que incluye el descongela­miento de los polos, el Coronaviru­s, las tensiones entre China y EE.UU., el Brexit y otros conflictos regionales. Nuestra contribuci­ón y nuestra responsabi­lidad es sabernos “besar y abrazar” entre nosotros y nuestros vecinos del Mercosur, superando nuestras diferencia­s, para aportar a un mundo que en paz pueda avanzar derrotando a la pobreza y a la violencia. ■

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