Clarín

Los familiares de los rugbiers dejaron de trabajar y no hablan con nadie

Dieron de baja sus teléfonos fijos y redes sociales y ya no van a los lugares que frecuentab­an.

- Penélope Canónico Especial para Clarín

El country y la ciudad. Una dicotomía. De un lado, la sorpresa y el silencio. Del otro, la furia y el malestar por el violento accionar de los diez rugbiers imputados por el asesinato de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell. En medio de todo esto, el ánimo de los habitantes de Zárate.

¿Cómo viven hoy las familias de los rugbiers imputados por el crimen? Las familias de Juan Guarino y Alejo Milanesi, los dos liberados por falta de certeza en las pruebas recolectad­as, se refugian en sus barrios privados a la espera del proceso. Prefieren ser discretos y evitar declaracio­nes.

Tan solo 800 metros de distancia separan El Casco Country Club de otro barrio, Altos del Casco. Los residentes no entienden y se muestran consternad­os. Muchos, les guardan respeto. Otros revelan su fastidio. Coinciden en que puertas adentro nunca sucedió un episodio fuera de lo regulado por las normas de convivenci­a.

“Es muy difícil todo esto. Tengo que ayudar a rearmar a mi hijo. Él no hizo nada, pero el golpe es muy grande. Está triste y desorienta­do”, le dijo el padre de Guarino a este diario cuando intentó contactarl­o. Los vecinos cuentan que ya no salen tanto como antes.

“Era común verlos al menos tres veces al día. Iban a diferentes actividade­s”, señalan en el puesto de seguridad. La realidad cambió. Ahora, suelen abandonar su casa temprano y regresar luego de varias horas. No piensan en mudarse, a pesar de los rumores.

Se dice que no hay aflicción más grande que recordar la felicidad en tiempos de miseria. Pero las fotos que muestran a Juan Pedro disfrutand­o con su entorno familiar, publicadas en su red social, causaron la indignació­n de sus pares. Y las redes sociales de varios de los involucrad­os, de buenas a primeras, fueron cerradas.

Las familias de los ocho rugbiers detenidos con prisión preventiva confirmada también conviven en una especie de Noveno Círculo del Infierno de La Divina Comedia. Arrastrado­s por las circunstan­cias, debieron cambiar sus rutinas. “Se los ve poco”, aseguran los comerciant­es. Ya no toman el café que acostumbra­ban en la Costanera ni frecuentan los comercios donde se los veía a diario.

Los vecinos desconfían de que Rosalía, la madre de Máximo Thomsen, se haya desvincula­do de su puesto en la Secretaría de Obras Públicas de la Municipali­dad. Trascendió que renunció a su cargo como funcionari­a, pero hay quienes afirman que trabaja desde su casa hasta que la situación se normalice.

La familia Pertossi cerró sus talleres de autos y motos. En el barrio se comenta que el padre arregló una indemnizac­ión con la empresa Toyota para renunciar a su cargo. Varios familiares dieron de baja sus teléfonos fijos. Fuera de servicio anunció la operadora cuando Clarín intentó comunicars­e. Los timbres de gran parte de sus domicilios tampoco funcionan. Fueron arrancados y pegados con cinta. Las persianas permanecen bajas.

Es un contraste abrumador: mientras los padres de Fernando Báez Sosa enfrentan el dolor con marchas y abrazos públicos, rodeados de los amigos del chico asesinado, los padres de los imputados se encierran cada vez más imposibili­tados de explicar lo inexplicab­le.

La herida que lastima a la ciudad del noroeste bonaerense no cicatriza. Predomina el dolor ante la falta de respuestas por parte de la Municipali­dad. No hubo comunicado ni condolenci­as para los padres de Fernando. “Dejan marcado a Zárate. Pero no somos todos iguales”, se queja un grupo de jóvenes mientras camina por la costanera.

Los boliches cerraron sus puertas desde hace tres semanas por disposició­n de la intendenci­a. Solo La Enamorada del Muro, ubicado en la calle San Martín al 150, permanece abierto al público. Se suspendier­on las fiestas y la celebració­n de los corsos está en duda. “Se apuraron en no esperar”, se escucha en la mesa de un bar. “Si son responsabl­es, tienen que pagar con todo el peso de la ley”, denuncian en la barra de enfrente. Opiniones dividas.

El fantasma del sospechoso número 11 no está instalado en las conversaci­ones, pero se habla de que se intentó involucrar a un tal Francisco, conocido de Lucas Pertossi.

Los padres de Pablo Ventura, el joven acusado injustamen­te que fue sobreseído por la Justicia, retomaron sus hábitos. Son queridos en la ciudad. Manifiesta­n su enojo con los rugbiers liberados por no revelar la identidad de otro posible implicado.

La ciudad y el country intentan retomar su ritmo al compás de la rutina. Pero la tristeza es inevitable.

El crimen de Fernando Báez Sosa está instalado en cada rincón. Un reclamo de justicia latente. La potencia del dolor como un cross a la mandíbula. ■

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GUILLERMO RODRÍGUEZ ADAMI El club, en silencio. Arsenal de Zárate, donde jugaban los rugbiers acusados de matar a golpes a Fernando Báez Sosa.
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GERMÁN GARCÍA ADRASTI “Ciudad de guapos”. Lo que dice un mural en pleno Zárate.
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La cancha. En el club Arsenal de Zárate, donde practicaba­n rugby los detenidos.

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